viernes, 25 de febrero de 2022

El Cid entre el romancero y el Cantar

 De nuevo traigo otro trabajo de reescritura de la historia del Cid, esta vez por mi alumna Andrea Vaca Grimaldi. Este destaca por ser muy detallista y ofrecer datos sobre Rodrigo Díaz no muy conocidos para quien no haya profundizado en el romancero. 



El Romancero comienza contando como Diego Laínez ha sido agraviado física y verbalmente por el conde Lozano. Ante esta situación, Diego Laínez busca entre sus hijos alguno que sea capaz de luchar contra el conde en su lugar para devolver la honra de su linaje. Después de hacer una prueba con sus cuatro hijos, decide que el más indicado para vengarse del conde y defender su linaje es su hijo bastardo, Rodrigo, El Cid. Este, respetando la autoridad suprema que se le concebía a la figura paternal en aquella época, promete a su padre que le traerá la cabeza del conde.

El Cid se presenta dubitativo y pensativo porque va a encarar la responsabilidad más grande de su vida. La importancia de este romance reside en que es el gran paso del Cid de la niñez a la edad adulta. Hasta ahora el Cid ha sido un niño, pero la honra es suficiente motivo para jugarse la vida y demostrar que es un noble. Si es capaz de matar al conde, se convertirá legítimamente en adulto.

El conde Lozano, al que el Cid va a encarar, es, ni más ni menos, que el primero en la corte del rey Fernando, el soldado más importante, su mano derecha. Sin embargo, al Cid no le preocupa la posición del conde, piensa vengarlo a toda costa. Para luchar el Cid usará la espada de Mudarra el Castellano, con la que está dispuesto a suicidarse si no logra vencer al conde, pues prefiere la muerte a encarar una deshonra.

Finalmente, el Cid consigue matar al Conde en cuestión de una hora y, tal y como prometió a su padre, le lleva la cabeza del muerto.

Tras dar muerte al conde, el Cid se dispone a visitar al rey Fernando en su caballo con actitud altanera y armado, pues está dispuesto a pelear si hace falta. Pero este no va solo, lo acompañan trescientos soldados, sin embargo, estos van cabizbajos y serviles. El Cid llega a la corte imponiendo el respeto que se ha ganado mediante la violencia y hace sentir intimidados a los allí presentes, que se acobardan frente a él.

Una vez allí, Diego Laínez, que respeta la autoridad del rey, le pide a su hijo que se arrodille y le bese la mano. Rodrigo lo hace porque así se lo ha pedido su padre, pero desenvaina la espalda frente a él en señal de que podrá matarlo si quiere y de que proviene de una familia muy poderosa. Tiene una actitud amenazante frente al propio rey.  El Cid se va de la corte con actitud de liderazgo y le siguen los trescientos hijosdalgo, pues este ha demostrado que sabe hacerse respetar por la muchedumbre e incluso por el propio rey.

Más tarde, el día de Reyes, Jimena, hija del conde Lozano, acude al palacio para hablar con el rey. Jimena le cuenta que, tras dar muerte al Conde, el Cid ha seguido acosando a su familia y le reprocha que no ha sido capaz de imponer justicia ante tal agravio contra su padre, diciéndole que un rey que no hace justicia no es capaz de reinar.  El rey le responde diciéndole que no lo puede matar, pues muchos caballeros se volverían en su contra. No obstante, tampoco quiere dejar desprotegida a Jimena, pues lo pagaría con el infierno. Jimena, ante la incapacidad del rey de aportar una solución, decide que el Cid pague su pecado casándose con ella. El rey acepta y le manda una carta al padre de Cid anunciándole el casamiento.

Diego Laínez recibe la carta del rey y reacciona queriendo proteger a su hijo, por eso se la oculta y decide casarse él en su lugar. Sin embargo, el Cid demuestra estar a la altura para afrontar por sí solo la situación y no quiere que Diego Laínez interfiera en su problema.

Tras esto, el Cid se dirige al palacio del rey Fernando con sus trescientos hijosdalgo. Allí recibe una calurosa bienvenida por parte del rey, que le pide que acepte su propuesta de matrimonio con Jimena para así dar fin al conflicto y que Jimena lo perdone. Rodrigo acepta y retorna a Vivar junto a su prometida.

En su próxima hazaña el Cid vencerá a los reyes moros que habían entrado en Castilla y a su paso habían destruido diferentes zonas. Ni el propio rey había salido a encararlos, pero cuando el Cid se entera de los acontecimientos decide luchar contra ellos, salvando a los cristianos en cautiverio y recuperando los territorios perdidos. Asimismo, reparte entre los cristianos todo lo que ha conseguido en la batalla. Después de la victoria del Cid, se celebra su boda con Jimena. Los reyes serán los padrinos y la boda será muy lujosa, no faltará ningún detalle ni invitado y los novios se vestirán con sus mejores galas.

Tras la boda, el Cid continua sus hazañas. En esta ocasión viajará a Santiago para hacer una romería con sus vasallos, con los cuales iba repartiendo limosnas por el camino. Durante el camino se encontró a un gafo malherido al que salvó y dio cobijo. Por la noche el gafo se convierte en San Lázaro que, agradeciéndole su buena acción, le dice que Dios le envía una bendición y augura un buen futuro para él.  

Después de su triunfo contra los aragoneses por el control de Calahorra y de la victoria frente los moros por la posesión de Coímbra, El Cid es armado caballero en la mezquita de Santa María: el rey le cedió una espada, la reina le dio el caballo y la infanta doña Urraca le calzó con espuelas.

El Cid va hacia Lusitania para buscar al moro Abdalla. Por el camino su caballo Babieca se para en seco y el Cid empieza a escuchar gritos. Se interesa por saber que pasa y descubre que Ája, la esposa de Abdalla, está siendo violada por cuatro hombres. La dama pide ayude al Cid para que la salve y él decide defenderla derrotando a dos de los hombres mientras que los otros dos huyen. Tras salvarla, la dama corre en busca de su esposo. Cuando finalmente el Cid encuentra a Abdalla está junto a sus tropas y repleto de fuertes armas. El Cid quiere enfrentarse con Abdalla y este no responde con cobardía, también está dispuesto desde hace años a luchar con Rodrigo. Al final lo mata con su lanza y después le corta la cabeza.

El Cid está de vuelta en Zamora en la corte del rey cuando llegan unos vasallos moros. Estos traen las parias que le deben al Cid por haberlos derrotado y se rinden totalmente ante él, le quieren besar la mano y traen todo tipo de regalos. El Cid rechaza todos estos obsequios insistiendo en que le pertenecen al rey y no a él, pues es un simple vasallo. En este momento decisivo se ve que los moros empiezan a respetar y a temer al Cid.

El emperador Enrique visita al Papa para quejarse de que el rey Fernando, a diferencia de los otros, no le estaba enviando los tributos que le pertenecían. Ante esta situación, el Papa decide dar aviso al rey Fernando de que debe pagar lo que le corresponde. El rey, preocupado porque desobedecer al Papa podría perjudicar a sus reinos, le pide consejo a sus hombres. Todos le aconsejan que obedezca al Papa, menos el Cid, que piensa que no le debe ningún tributo a nadie. El rey sigue el consejo del Cid y le dice al Papa que no pagará ningún tributo. Cuando el Cid vence al Conde de Saboya, los reyes y emperadores se acobardan y retiran su petición de tributo al rey Fernando, pues nadie es capaz de enfrentarse al temido Cid.

El rey Fernando es llamado por el Papa para que acuda a Roma y Rodrigo decide partir con él. Una vez en la capilla de San Pedro donde hay siete sillas para los siete reyes cristianos, la más cercana al Papa es la del rey de Francia, mientras que la del rey Fernando se encuentra en una posición más baja. El Cid no consentirá que su rey sea considerado inferior y por eso destruye la silla del rey francés y coloca la de Fernando en su lugar. Ante tal agravio, el papa lo descomulga. No obstante, tras las amenazas del Cid, el Papa decide absolverlo.

Jimena embarazada, a punto de ponerse de parto, le escribe una carta al rey desconsolada. En esta carta se queja de que el rey tiene al Cid demasiado ocupado en asuntos de guerras que nunca va a verla y cuando va, llega tan cansado, que solo duerme. Se queja de que no tiene el apoyo de su padre, pues fue asesinado por el propio Cid, ni el de su marido. El rey responde a la carta de Jimena, diciéndole que no se preocupe por la ausencia del Cid, promete que cuando nazca su hijo lo dotará de muchos presentes. No obstante, le recrimina que se esté quejando, pues si no hubiera sido por él, el Cid sería un simple hidalgo sin ningún poder. Le advierte que, aunque el Cid vaya a verla, partirá tan pronto como se le necesite en la corte para librar alguna batalla.

Tras su parto, Jimena va a la misa de parida. Su atuendo es muy sofisticado e incluye muchas ornamentas. El rey la espera en la puerta de la iglesia, pues su marido Rodrigo no había podido acudir porque estaba defendiendo el reino. Este toma su mano y obsequia a su nueva hija con mil maravedíes.

Nos acercamos al final del reinado de Fernando, está a punto de morir y por eso decide repartir sus tierras entre sus tres hijos: a Sancho le deja Castilla; a Alonso, León; y a García, Vizcaya. Sin embargo, a su hija Urraca no le deja ninguna herencia. Ella llora desconsolada ante su padre por no haber recibido ni tierras ni un hombre de su parte, pues se siente olvidada. Urraca está despechada y por eso amenaza con huir a tierras ajenas en las que negará ser hija suya. Ante esta situación, para contentar a su hija en sus últimos minutos de vida, el rey decide dejar a Urraca en posesión de Zamora, un territorio con mucho valor estratégico. Todos sus hermanos parecen estar de acuerdo y aprueban la decisión del rey, menos Sancho que se mantiene callado.

Finalmente, el rey Fernando muere y su hijo Sancho ocupa su lugar, coronándose como rey de Castilla. Empieza una gran disputa entre los hermanos Sancho y García por ocupar los territorios del contrario. En unas de sus guerras, Sancho es capturado por su hermano García. No obstante, Álvar Fáñez, uno de sus vasallos, acudirá a salvarlo y derrotará a los caballeros que lo tenían preso. Ya liberado el rey Sancho, cuatrocientos caballeros se unieron a él y otros trescientos siguen al Cid, que también se une a luchar por defender a su rey Sancho. Sancho le agradece al Cid que haya acudido en su ayuda, a lo que el Cid responde que morirá por él si es necesario. La liberación de su hermano le pilla de improvisto a García, que será derrotado por el ejército contrario. El Cid lo atrapa y lo entrega a su rey don Sancho, el cuál lo encarcelará en el castillo de Luna.

Más tarde, el rey don Sancho volverá a enfrentarse, esta vez con su hermano Alfonso en León. Ambos reyes cristianos luchan por sus tierras. En esta ocasión el rey don Sancho es derrotado en el campo de batalla. No obstante, el Cid no permitirá que su señor sea vencido y le ayuda a derrotar a sus enemigos. Los caballeros leoneses capturan a don Sancho, pero llega el Cid para salvarlo y consigue liberarlo enfrentándose a los enemigos. Finalmente, se llevan preso a Burgos al rey Alfonso.

Teniendo don Sancho al rey Alonso encarcelado, le visita su hermana Urraca para pedirle un favor. Don Sancho acepta, pero dice que no le dará ninguno de sus territorios. Sin embargo, Urraca quiere algo muy distinto: que libere a su hermano Alfonso con vida. Don Sancho obedece.

Después de que tengan lugar estos enfrentamientos, el Cid mantiene una conversación con el rey don Sancho. Mientras que el Cid le reprocha que no está cumpliendo con la promesa que le hizo a su padre de no entrar en guerra con sus hermanos, don Sancho contesta que no está cometiendo ningún agravio, puesto que las tierras de sus hermanos son en realidad suyas, y él debería de haberlas heredado. El Cid no comparte su opinión, pero le seguirá obedeciendo y luchando si hace falta porque se considera un fiel vasallo.

Alfonso, que ya ha sido liberado por don Sancho, ha partido a Toledo y allí ha sido acogido por Alimaimon, un rey moro. Es muy bien recibido, los moros lo elogian y piensan que tiene todas las facultades para llegar a ser rey de Toledo.

El rey don Sancho le ordena al Cid que vaya a ver a su hermana Urraca y le pida que le entregue Zamora. Le parece una ciudad incluso más valiosa que la propia España, con mucho valor estratégico. A Sancho no le importa desprenderse de otros territorios por conseguir la posesión de Zamora. Está dispuesto a hacerle un trueque a su hermana y darle otros territorios a cambio de la ciudad o a amenazarla si su hermana no acepta.

El Cid obedece, pero cuando llega a Zamora doña Urraca parece no estar dispuesta a cederle su tierra. Además, le recrimina que está siendo desagradecido, pues su familia le dio todo cuanto tiene: su padre lo armó caballero, ella misma le calzó las espuelas y pudo casarse con la hija del conde, obteniendo así muchas riquezas. También se queja de su hermano don Sancho, que ha desobedecido la promesa que hicieron frente a su padre, pues primero le ha tomado las tierras a García, después a Alfonso y ahora quiere hacer lo mismo con ella. Doña Urraca quiere oponer resistencia, por ser mujer no luchará frente a frente, pero hará algo para acabar con su hermano.

Arias Gonzalo es el principal caballero de Doña Urraca, le aconseja que considere hasta qué punto cuenta con apoyo bélico, que lo consulte primero con sus vasallos y si ellos están dispuestos a pelear, que lo haga. Los vasallos acuerdan que lucharán por la villa, no está dispuestos a dársela a don Sancho. Ante esta situación, El Cid le aconseja a don Sancho no pelear, puesto que se crio en Zamora y no quiere luchar allí. El rey Don Sancho, muy molesto, la responde que lo mataría de no ser porque el padre le pidió que lo respetara. Sin embargo, lo destierra del reino de Castilla.

El Cid, como buen vasallo, obedece. No obstante, los vasallos del rey don Sancho le aconsejan que no lo destierre, pues es su mejor caballero. El rey don Sancho recapacita y decide pedirle que vuelva, mandándole sus disculpas. El Cid vuelve a sus tierras y le besa la mano al rey.

El Cid le avisa a su rey don Sancho de que ha salido de Zamora Vellido Dolfos, pero que no se fie de él porque es un traidor. Vellido Dolfos, que en realidad es servidor de doña Urraca, finge que Arias Gonzalo lo ha querido asesinar por aconsejarle que entregue Zamora y dice que va a servir al rey don Sancho como vasallo para poder matarlo. Vellido dice que, si acepta su propuesta, le dirá como conseguir Zamora. El rey don Sancho, movido por la codicia de conseguir Zamora, decide fiarse de él.

En definitiva, el rey es asesinado por Vellido Dolfos y, antes de su inminente muerte, piensa que este ha sido el castigo de Dios por no haber cumplido con la promesa que le hizo antaño a su padre el rey Fernando. También pide a sus vasallos que les digan a sus hermanos que lo perdonen y que acojan al Cid como un vasallo más, pues todo lo que ha hecho Rodrigo ha sido por mandato de don Sancho y no por voluntad propia. De esta forma, doña Urraca habría cumplido su promesa: vengarse de su hermano don Sancho.

Todos los caballeros de Castilla se lamentan por su muerte, especialmente el Cid, que se arrepiente de que don Sancho no siguiera su consejo sobre no levantarse contra Zamora. Ante esta situación, los caballeros de la corte de Castilla proponen que se escoja a un caballero para vengar al rey muerto. Nadie se atreve a tomar tal responsabilidad, pues temen a Arias Gonzalo y a sus hijos. Se piensa que el Cid es el candidato ideal para llevar a cabo la venganza, pero este no aceptará porque ya había hecho un juramento de que no lucharía contra Zamora. Por lo tanto, el Cid prefiere desentenderse del conflicto. Sin embargo, Diego Ordóñez, perteneciente al distinguido linaje de Lara, se ofrecerá como voluntario para luchar en nombre de Castilla.

Acordado lo anterior, Diego Ordoñez se pone en marcha hasta Zamora y reta a todos los allí presentes por haber dado cobijo al traidor Vellido Dolfos en sus tierras. Le responde Arias Gonzalo diciéndole que acepta su reto, pues ni ellos mismos estaban al tanto del asesinato que Vellido Dolfos iba a cometer, pero que según lo establecido deberá luchar con cinco hombres por haber retado a todo el concejo. Diego Ordóñez, con cierto arrepentimiento por lo que dijo, acepta el desafío de luchar contra cinco caballeros zamoranos.

Los caballeros a los que se va a enfrentar Ordoñez son Arias Gonzalo y cuatro de sus hijos. Doña Urraca muestra su tristeza ante esta situación pues teme que Arias Gonzalo, al que su padre encomendó cuidarla, no sea capaz de ganar la batalla por su vejez y la deje desamparada. Arias Gonzalo, para no disgustar a la infanta, decide desarmarse y dejar que sean sus hijos los que luchen primero. Antes de la batalla Arias Gonzalo habla a sus hijos de la importancia de luchar para conservar la honra, pues más vale estar muerto que perderla, si quieren ser buenos caballeros deben estar dispuestos a morir por la infanta y por su tierra.

Comienza la batalla y diego Ordoñez va luchando, uno por uno, con los hijos de Arias Gonzalo. Vence al primero y al segundo fácilmente, pero en el tercer asalto Diego sale herido al matar a uno de los caballeros y se queda sin su caballo que se aleja cabalgando. Ante esta situación confusa, pues no se sabe quién ha vencido, los jueces invitan a Diego Ordóñez a irse porque ellos serán los encargados de nombrar al vencedor.

Diego Ordóñez se lamenta y avergüenza de no haber podido terminar la batalla, está herido y no tiene ninguna esperanza de poder ganar. No obstante, llega el Cid a socorrerlo y a anunciarle que lo han proclamado vencedor. Por otra parte, Arias Gonzalo se lamenta junto a doña Urraca de la muerte de sus tres hijos, pues preferiría haber muerto él en su lugar. Sin embargo, intenta consolar a doña Urraca y se enorgullece de que ellos hayan dado la vida por su patria. De esta forma, Zamora queda libre.

Con la muerte de don Sancho, Castilla queda sin rey. Doña Urraca se encargará de hacer llegar una carta a su hermano Alfonso, que había huido a Toledo, territorio de moros. En esta carta le avisará de la muerte de don Sancho y de que a él le corresponde ahora heredar el trono de Castilla. Alfonso recibe esta noticia de buen grado.

Cuando Alfonso llega a Castilla, es bien recibido por sus nuevos vasallos que le besarán la mano. Sin embargo, el Cid no está dispuesto a hacerlo porque sospecha que Alfonso pudo haber estado planeando la muerte de don Sancho junto a doña Urraca, pues para el sería beneficioso heredar todas sus tierras. El Cid propone que Alfonso haga un juramento ante él negando haber tenido algo que ver en la muerte de su hermano. De esta forma, queda acordado que el Cid le tomará juramento al futuro rey.

El juramento se llevará a cabo en Santa Gadea de Burgos, Alfonso viene acompañado de doce de sus caballeros que deberán de jurar, al igual que él, no haber participado en la muerte de don Sancho. El Cid será la persona que tome constancia de lo que el rey Alfonso va a jurar. Le tomará juramento sobre una ballesta de palo, porque esta fue el arma del crimen de don Sancho. El Cid empieza a hablar sobre la muerte que le desea a Alfonso en caso de que esté mintiendo: una muerte lo más sádica y cruel posible. El rey Alfonso jura no haber tenido nada que ver, pero también se enfurece por la forma en la que lo está tratando el Cid y por eso lo destierra, no podrá volver hasta dentro de un año.

El Cid, lejos de disgustarse, decide que se irá con gusto y no volverá hasta dentro de cuatro años. El Cid obedece al rey porque todavía sigue considerándose su vasallo, aunque piensa que ha sido injusto con él. El Cid le dice al rey que con el tiempo se dará cuenta de la nefasta decisión que ha tomado, pues él es el vasallo que más lealtad y valentía le ha demostrado.

Finalmente, el Cid se va con sus hijosdalgo que están dispuestos a defenderlo y a ser desterrados con él, uno de ellos su principal caballero Álvar Fáñez, mientras toda Castilla llora por su marcha. El Cid piensa que, aun habiendo sido desterrado, esto le dará una oportunidad para seguir expandiendo sus territorios fuera de Castilla. Todos los territorios que el Cid consiga a partir de ahora formarán parte de Castilla la Nueva.

El Cid deja Vivar y se dirige a Burgos mientras llora mirando la corte que deja atrás y que un día fue suya. Cuando el Cid llega a Burgos, son muchos los que se asoman a verlo y a lamentarse. No obstante, nadie lo hospeda, solo una niña sale a hablar con él que le pide que se marche, pues el rey Alfonso, con el objetivo de sembrar el pánico entre el vulgo, ha prohibido que le den cobijo y le vendan comida. Ante esta situación, al Cid no le queda otro remedio que marcharse de allí y acampar en las afueras con sus caballeros.

Martín Antolínez viene a traer provisiones al Cid y a sus hombres. Decide unirse a su ejército. Ya que no puede conseguir posesiones, el Cid decide acudir a los judíos para pedirles dinero. El Cid encarga a Martín Antolínez que vaya en busca de los judíos, concretamente de Raquel y Vidas, para hacer un trato con ellos: les dejará empeñadas dos arcas llenas de oro porque son demasiado pesadas para cargar con ellas. A cambio, ellos le den dinero prestado que el Cid les devolverá pasado un tiempo. Sin embargo, Martín Antolínez les pondrá una condición: no podrán abrir los cofres hasta dentro de un año, porque en realidad han sido engañados y los cofres están llenos de arena. Ilusos, Raquel y Vidas aceptarán el trato y se llevarán consigo las arcas del Cid. El Cid ya tiene el dinero que quería, y se vuelve para San Pedro de Cardeña, donde está su mujer con sus dos hijas hospedadas por el abad don Sancho.

Una vez llega el Cid a San Pedro de Cardeña, el Cid le da dinero al abad para que cuide de sus dos hijas pequeñas y de su mujer durante su ausencia. Jimena no soporta que el Cid haya sido desterrado, pues no quiere que se separe de ella. No obstante, él espera poder volver para casar a sus hijas.

El Cid sale del reino de Alfonso antes de que acabe el plazo de nueve días. Una vez desterrado, empieza a conquistar y saquear territorios de los moros. Reparte las riquezas que va consiguiendo entre sus vasallos. Empieza por Castejón, después desea conquistar Alcocer, uno de los territorios más valiosos para los moros, para ello planea una estrategia: levanta el campamento que había montado con sus caballeros dejando algunas valiosas posesiones, dando a entender que se ha marchado con sus vasallos. Sin embargo, realmente se ha escondido. Cuando los habitantes de Alcocer salen a robar todas las posesiones del Cid, este aprovecha para atacarlos y hacerse con el control del reino.

No obstante, el rey moro de Valencia, Tamín, no permitirá que el Cid ocupe sus tierras, por eso manda un gran ejército a Alcocer para que luche contra los caballeros del Cid. Después de que hubieran cercado al Cid durante más de tres semanas, la batalla comienza. Muertos los reyes moros Faríz y Galve, la victoria es para el Cid, que reparte las riquezas ganadas entre sus vasallos. Además, ordena a Alvar Fáñez que vaya a Castilla y le regale al rey algunos de sus mejores caballos. El rey acepta los presentes y perdona a Alvar Fáñez, pero no está dispuesto a perdonar al Cid todavía. Alvar Fáñez regresa en busca del Cid, esta vez lo acompañan nuevos caballeros que se han unido al ejército.

Durante todo el tiempo que pasa desterrado, el Cid va conquistado más y más territorios, entre ellos Barcelona, y ganando muchas riquezas. Después de tres años de batallas, el Cid ya ha conquistado toda la región de Valencia, tierra de moros, con un ejército que cada vez se expandía más. Cuando acaban la conquista de Valencia, el Cid hace un recuento de sus vasallos para dejar constancia de a quiénes les ha repartido las riquezas que han ganado, son 3600 en total.

Ahora que el Cid tiene multitud de riquezas, manda a Alvar Fáñez de nuevo a Castilla para que se encuentre con don Alfonso y le lleve cien caballos, le bese la mano en su nombre y le pida que le deje sacar a sus hijas de allí, también manda dinero para don Sancho, el abad de San Pedro de Cardeña. Alvar Fáñez parte a Castilla con cien caballeros más, dispuesto a cumplir los recados del Cid.

Una vez que llega a Castilla, Alvar Fáñez es informado de que el rey Alfonso se encuentra en Carrión, así que hacia allí se dirigen los caballeros con sus presentes. Cuando se encuentran, Alvar Fáñez se arrodilla ante el rey y le besa la mano en nombre del Cid. Le cuenta la cantidad de territorios que el Cid ha conquistado fuera de Castilla y todas las riquezas que ha ganado. El rey acepta los caballos que el Cid le envía y permite a su mujer e hijas salir del convento. Asimismo, se ofrece a devolverle a los vasallos del Cid todo lo que les había confiscado. Mientras tanto, los infantes de Carrión se interesan en casarse con las hijas del Cid.

Finalmente, Alvar Fáñez parte San Pedro de Cardeña. Allí le da la noticia a doña Jimena de que el rey la ha puesto en libertad. Alvar Fáñez emprende el viaje de vuelta a Valencia con las hijas y la mujer del Cid para reencontrase con él. También lleva nuevos caballeros que han decidido unirse a su ejército. El Cid sale a recibir a su esposa e hijas cuando llegan a Valencia con su caballo Babieca.

El rey Yusuf de Marruecos quiere cercar Valencia, así que se dirige con su ejército hacia allí por el mar. El Cid deberá luchar por primera vez delante de su mujer y sus hijas, las cuales están muy asustadas, él las tranquiliza con la seguridad de que ganarán la batalla. Así sucede, casi todos los caballeros de Marruecos son vencidos y obtienen un gran botín con la victoria que se reparte entre todos. El Cid vuelve entonces a Valencia donde le espera su familia.

Tras esta victoria, el Cid manda a Alvar Fáñez y a Pedro Bermúdez de nuevo a Castilla para que lleven al rey doscientos de los mejores caballos que ha ganado en la batalla como obsequio. El rey se muestra muy agradecido y cada vez más convencido de levantar el destierro del Cid. Mientras tanto, los infantes de Carrión, don Diego y don Fernando, le piden al rey casarse con las hijas del Cid para aumentar su honra y ganar riquezas. El rey pedirá reunirse con el Cid donde a él le plazca para tratar este asunto y decidir qué hacer.

El Cid y el rey se encuentran a orillas del río Tajo para hablar sobre el posible casamiento. Al llegar, el Cid se arrodilla ante el rey y le pide su perdón. Alfonso levanta el destierro del Cid y lo acoge de nuevo en sus tierras, pidiéndole perdón. Allí el Cid conoce a los infantes de Carrión.  El rey Alfonso decide congraciarse con el Cid y, para compensar el destierro, decide honrarle mediante el casamiento de sus hijas con los infantes de Carrión. Los infantes de Carrión pertenecen a un estamento social superior al del Cid. Su casamiento es una forma de elevar la honra de su linaje. Aunque el Cid no está de acuerdo en casar a sus hijas a tan temprana edad, está dispuesto a aceptar lo que el rey decida. Aceptado el matrimonio, los infantes besan la mano al Cid e intercambian espadas con él. Los infantes parten a Valencia con el Cid, donde se celebrarán las bodas.

Una vez llegados de vuelta a Valencia, con más caballeros de los que volvieron, el Cid da la gran noticia a sus mujer e hijas de su inminente casamiento. Ellas lo reciben con gran alegría. Alvar Fáñez será el encargado de entregar a Elvira y Sol, las hijas del Cid, a los infantes de Carrión. El obispo don Jerónimo llevará a cabo la misa. Las bodas duran quince días y se celebran de la forma más lujosa posible. El Cid les hace regalos a todos los asistentes, que se marchan de vuelta a Castilla con las manos llenas. Finalmente, las bodas acaban y el Cid se quedará en Valencia con doña Jimena, sus hijas y sus nuevos yernos.

Estando el Cid en Valencia con sus yernos y vasallos, un león se escapa de su jaula. Esto provoca mucho temor en la corte, los soldados van a combatir con el león para proteger al Cid que se hallaba dormido. No obstante, los infantes de Carrión se acobardan ante la bestia y huyen. Cuando el Cid despierta, es capaz de encarar a la bestia sin dificultad: lo agarra del cuello y lo vuelve a meter en la jaula. Hecho esto, el Cid se da cuenta de que sus yernos no han sido valientes, se han amedrentado ante una bestia que él ha podido domar fácilmente. Esto supone un motivo de burla en toda la corte y el enojo del Cid ante la inesperada cobardía de sus yernos. Los infantes, avergonzados, no tardarán en tomar venganza.

Cuando el rey Búcar de Marruecos se dispone a cercar Valencia, los infantes se atemorizan de tan solo pensar que tendrán que luchar en una batalla. Viendo su cobardía, el Cid les aconseja que no luchen. Sin embargo, ellos deben de hacerlo para defender su linaje. Cuando llega el combate, los infantes atacan en primer lugar por petición propia y Fernando, uno de ellos, va a atacar a uno de los moros, pero no es capaz de enfrentarse a él y huye con su caballo. Pedro Bermúdez es capaz de derrotar al moro que Fernando no pudo y hace creer a todos que ha sido en realidad el Infante el que lo ha matado para de no quede en vergüenza delante del Cid. La batalla finaliza cuando el Cid mata al rey Búcar a orillas del mar. El botín que consiguen es repartido entre todos los vasallos y los infantes, que son felicitados por el Cid por haber luchado valientemente en la batalla. Sin embargo, todos los vasallos saben que los infantes no han luchado y han actuado con cobardía, por eso son objeto de burlas.

Los infantes de Carrión, enojados por las burlas, deciden planear una venganza contra el Cid: marcharán a Carrión con sus respectivas esposas y se llevarán dinero suficiente para comenzar una nueva vida. El Cid accede de buena gana, dándoles provisiones para el viaje y sus dos espadas que ganó luchando. Todos en Valencia se despiden de ambos matrimonios y doña Elvira y doña Sol le piden a su padre que mande noticias suyas a Carrión. El Cid, para asegurarse del bienestar de sus hijas, manda a su sobrino Félez Múñoz a que las acompañe hasta Carrión. También le ordena que paren en Molina para ver a su antiguo amigo el moro Abengalbón que los acompañará hasta Medina.

Cuando llegan al encuentro con el moro Abengalbón, este los recibe con los brazos abiertos y los colma de riquezas. Maravillados ante tanto lujo, los infantes de Carrión planean matarlo. Sin embargo, uno de los vasallos del rey moro descubre el plan que están tramando y se lo comunica a su señor. Cuando se entere de la deslealtad, Abelgalbón amenaza a los infantes con matarlos, si no lo hace es porque son yernos del Cid, al cual guarda mucho respeto. Los infantes llegan con sus esposas al robledal de Corpes, un sitio tenebroso, donde serán castigadas. A pesar de los ruegos de las mujeres, que prefieren ser asesinadas, los infantes de Carrión las violan y maltratan. Después de la paliza, las dan por muertas y las deja abandonadas en aquel monte. Esta ha sido la forma de venganza de los infantes hacia el Cid.

No obstante, nada sale según los esperado. Félez Múñoz, que no se fía de los infantes, decide ir a comprobar el estado de sus primas y se las encuentra heridas. Las reanima y las recoge, montándolas en su caballo. Cuando los mensajeros llegan a Valencia con la noticia, el Cid manda a sus más fieles vasallos a que les traigan a sus hijas que se encuentran reposando en San Esteban de Gormaz. Cuando se encuentra con sus hijas, el Cid se muestra arrepentido por no haber impedido el casamiento de sus hijas, planeado por el rey Alfonso. Igualmente asegura que se vengará de ellos.

Tramando esta venganza, el Cid manda a un mensajero desde Valencia para que se encuentre con el rey Alfonso y le dé cuenta de su voluntad de vengarse de los infantes. El rey decide convocar a los infantes en Toledo para que se encuentren allí con el Cid y le hagan justicia. Los infantes no quieren acudir al encuentro, pues temen al Cid, pero están obligados a asistir si no quieren ser desterrados. El Cid se prepara, junto a sus mejores vasallos, para presentarse en la corte de Toledo.

Lo primero que pide el Cid a los infantes es que le devuelvan las espadas que ganó luchando: Colada y Tizona. Los infantes acceden y les devuelven las espadas al Cid, que decide regalárselas a dos de sus mejores vasallos: Pedro Bermúdez y Martín Antolínez. A continuación, les pide que les devuelva todo el dinero que les ofreció cuando se marcharon hacia Carrión. Lo infantes son obligados a cumplir el trato, pues los jueces lo consideran justo. Para terminar, el Cid no puede despedirse sin antes retar a los infantes a un combate.

No obstante, no será el Cid quien se enfrente a los infantes, sino dos de sus mejores vasallos que tendrán que demostrar ser dignos del Cid. Por una parte, Pedro Bermúdez reta al infante Fernando, reprochándole cuando tuvo miedo de luchar contra el león o cuando huyó atemorizado de una batalla y él lo salvó. Por otra parte, el infante Diego es retado por Martín Antolínez. Asimismo, Muño Gustioz, reta a Asur González, tío de los infantes. El combate se llevará a cabo tres semanas después en Carrión.

Ojarra e Íñigo Jiménez, infantes de Navarra y Aragón, se presentan ante el Cid para pedirle las manos de sus hijas. El Cid vuelve a dejar tan importante decisión en manos del rey Alfonso y este aprueba el casamiento, siendo una forma de devolver la honra a Elvira y Sol, y también al Cid.

El Cid se torna a Valencia dejando a sus más fieles vasallos, que se enfrentarán a los infantes de Carrión, en tierras del rey Alfonso. Antes de irse le ofrece su fiel caballo Babieca al rey, pero este lo rechaza pues piensa que nunca podrá tener tan buen dueño como lo es el Cid.

Llega el día del gran duelo, los caballeros del Cid están preparados para vengar a los infantes. En primer lugar, Pedro Bermúdez vence a Fernando González con la que había sido su espada, Tizona. Posteriormente, el infante Diego Fernández es derrotado por Martín Antolínez que lucha con la otra espada del Cid, Colada. También Muño Gustioz se proclama vencedor. Los tres vasallos del Cid se marchan victoriosos de vuelta a Valencia donde los espera el Cid, orgulloso de que sus hijas hayan recuperado su honra. El Cantar del Cid acaba con las nuevas bodas de sus hijas, esta vez con los infantes de Navarra y Aragón.

Estando el Cid muy cansado de tantas guerras, el rey Búcar se propone atacar Valencia nuevamente acompañado de muchos reyes moros. Sin embargo, una noche al Cid se le aparece San Pedro mientras dormía para decirle que morirá en un plazo de treinta días, pero que Dios le ha otorgado el beneficio de que podrá vencer al rey moro Búcar tras su muerte, pues le está muy agradecido por todos los buenos actos que ha llevado a cabo durante su vida.

Días antes de morir, el Cid reúne a su esposa y a sus más fieles vasallos. Les pide que no lloren su muerte y les encomienda una tarea: deberán embalsamar su cuerpo y montarlo en Babieca con su espada Tizona en la mano para hacer creer a los enemigos en la batalla que sigue vivo. Asimismo, muestra su deseo de ser enterrado en San Pedro de Cardeña. Manda escribir su testamento en el que deja su herencia a su esposa, cuyo fiel servidor será Pedro Bermúdez. También reparte riquezas entre sus vasallos y el propio rey, al cual perdona por haberlo desterrado.

El Cid ha muerto. Gil Díaz, siguiendo los deseos del difunto, ha puesto de pie el cuerpo embalsamado del Cid con la ayuda de unas maderas y lo va a atar encima de su caballo Babieca, también le atan su espada Tizona a la mano. La rigidez de su cuerpo daba la sensación de que estaba vivo. Cuando llega la batalla contra Búcar, el cadáver del Cid les sube la moral a todos los caballeros que lo acompañan, aunque esté muerto. Los enemigos incluso temen al cadáver del Cid. Los moros son derrotados, la mayoría huyen de pavor y se ahogan en el mar.

Los vasallos del Cid se quedan con todas sus riquezas y, por deseo del Cid, parten hacia Castilla, concretamente a San Pedro de Cardeña, donde lo enterrarán. Mucha gente acude a su entierro, entre ellos sus hijas, yernos y el rey Alfonso. Todos se sorprenden del aspecto del Cid, que no parece que no tenga vida. En lugar de enterrarlo, el rey ordena que su cuerpo quede en el altar con su espada Tizona en la mano. Allí permaneció el cuerpo del Cid durante más de diez años.

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