martes, 2 de febrero de 2021

Comentario de texto: A Roma sepultada en sus ruinas

 Pensando de nuevo en alumnos de filología hispánica que busquen referentes para llevar a cabo un comentario de texto, traigo aquí otro trabajo de ese tipo realizado por uno de mis alumnos, Nasir Alfonso Akram Soler. Bajo mi criterio, cumple con todo lo que en la universidad se debe exigir con respecto a actividades de este tipo. En este caso, es del poema de Quevedo titulado "A Roma sepultada en sus ruinas". 




A Roma sepultada en sus ruinas

 

Buscas en Roma a Roma, joh, peregrino!,

y en Roma misma a Roma no la hallas:

cadáver son las que ostentó murallas,

y tumba de sí proprio el Aventino.

 

Yace donde reinaba el Palatino;

y limadas del tiempo, las medallas

más se muestran destrozo a las batallas

de las edades que blasón latino.

 

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,

si ciudad la regó, ya, sepoltura,

la llora con funesto son doliente.

 

iOh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,

huyó lo que era firme, y solamente

lo fugitivo permanece y dura.

 

Este soneto pertenece al escritor madrileño Francisco de Quevedo, autor insigne del Barroco español y máximo exponente de la escuela literaria conceptista. Se desconoce la fecha de su elaboración con exactitud, pues fue publicado de forma inédita tras la muerte del poeta, en la edición El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve Musas del año 1648, de la mano del humanista José Antonio González de Salas, al cual le fue encomendado recopilar los poemas de Quevedo. Se trata de una composición paradigmática en la que se reflejan a la perfección tanto las características propias de su convulsa generación literaria, el Barroco, como las del mismo poeta y la tendencia conceptista a la cual representa.

 

El tema principal del poema es uno de corte moral y muy recurrente en la época: la fugacidad de los bienes materiales y el inexorable paso del tiempo. Para abarcar dicho tema, además, se acude a otro tópico indudablemente barroco: la contemplación de ruinas, las de Roma en este caso.

 

Como ya se apuntó inicialmente, se trata de un soneto, composición poética utilizada ampliamente en España desde el siglo XVI y su popularización por parte de Garcilaso de la Vega. Como tal, su estructura se basa en dos cuartetos seguidos de dos tercetos, todos en versos endecasílabos y con rima consonante. Sus versos se distribuirían siguiendo este esquema métrico: ABBA/ABBA/CDC/DCD. En cuanto a su estructura interna, el poema se podría dividir en dos núcleos temáticos. El primero abarcaría los dos cuartetos y el primer terceto. En este, la voz poética se dirige a un peregrino, y relata la contemplación de las ruinas de Roma, rememorando su glorioso pasado histórico. En la segunda parte, consistente en el último terceto, el poema redirige su voz hacia la ciudad misma de Roma, a la cual dedica su reflexión moral conclusiva.

 

El estatus de este poema como modelo de los rasgos barrocos, quevedescos y conceptistas es de fácil demostración. Para ello, se someterán sus versos a un análisis profundo.

 

Los dos primeros versos funcionan como introducción al soneto. Son, además, fundamentales para su desarrollo. Mediante la dilogía, presentada en forma de juego de palabras, de en Roma, referido a la ciudad, y a Roma, que remite al pasado histórico de la Roma imperial; se establece una contraposición que se mantendrá a lo largo de todo el poema. Se enfrentan la visión de la Roma actual, arruinada y decaída por la acción del tiempo, con la de la Roma del Imperio Romano, en la cúspide de su gloria terrenal. Este contraste se verá reforzado por la antítesis de los vocablos buscas y no la hallas. En estos dos primeros versos, también se realiza la primera apelación mediante exclamaciones (joh, ¡peregrino!), que vertebrará la primera parte del poema y funcionará como pretexto para enumerar las pasadas glorias de la ciudad milenaria. Tras esto, los dos siguientes versos que cierran el primer cuarteto comenzarán a enunciar las razones que explican la afirmación inicial, en Roma misma a Roma no la hallas. La Roma imperial que ostentó murallas, ya es solo un cadáver y el Aventino es tumba de sí proprio. Destaca, de nuevo, la antítesis léxica que se mantiene entre murallas y cadáver, así como entre tumba y Aventino. En esta instancia, la oposición se ve reforzada por la antítesis de las formas verbales de presente (son) y pretérito (ostentó), ligadas a la Roma en ruinas y a la imperial, respectivamente.

 

Posteriormente, en el segundo cuarteto se continúan enumerando las pasadas cualidades de la Roma imperial, contrastándolas con las ruinas de la Roma actual. Se siguen sucediendo las antítesis léxicas y de presente con pretérito en yace, opuesto a reinaba. La expresión limadas del tiempo, referidas a las actuales medallas, refuerza aún más la ya presente idea del desgaste sufrido por el tiempo, enunciada con la elegante metáfora batallas de las edades.

 

El primer terceto funciona como la conclusión de las enumeraciones anteriores. Se realza la idea de que lo único que quedó de Roma fue el río Tíber con el adverbio sólo junto a un hipérbaton. Además, siguiendo la estructura bimembre utilizada hasta ahora, se establece la antítesis definitiva del poema: regó y ciudad con llora y sepultura. El Tíber, antiguo símbolo y dador de vida de la Ciudad Eterna, sobrevive a esta última y lamenta su pérdida, transformando sus aguas, su corriente, en un metafórico llanto constante.

 

Finalmente, en el segundo terceto se realiza el cambio de voz. El poema pasa a evocar, mediante una segunda apelación exclamativa, a una Roma imperial personificada. A esta, introducida mediante una repetición enaltecedora de sus virtudes (en tu grandeza, en tu hermosura), le dedica los dos últimos versos que concluyen el poema en su totalidad. En ellos se revela la paradoja que envuelve a toda la composición: lo firme, es decir, la ciudad misma con toda su gloria pasada huyó; mientras que lo fugitivo, la mudanza del tiempo, simbolizada en el continuo fluir de la corriente del Tíber, es lo único que permanece. Así, formalmente mediante la acumulación de figuras retóricas y temáticamente mediante la reflexión moral conclusiva, en este último terceto se condensa todo el peso del poema. Cabe destacar también cómo se mantiene, ahora más importante que nunca, la antítesis léxica y de formas verbales entre huyó y permanece, así como firme y fugitivo. La oposición entre la gloria pasada de Roma y su ruina actual es transportada por la corriente del Tíber desde el inicio del soneto hasta su final, todo ello envuelto en la paradoja de que esta misma fugitiva corriente, el tiempo, es lo único certero. Salta también a la vista la fluidez sonora del último verso, del cual se podría decir que emula las propiedades del Tíber.

 

Para concluir el análisis estilístico, cabrían resaltar los rasgos que aparecen de manera recurrente en el soneto. El campo semántico más utilizado es, sin lugar a duda, el de la Ciudad Eterna: Aventino, Palatino, Tibre, Roma. No sorprende, pues, en un poema dedicado a esta. Más interesantes son los campos de lo funerario (cadáver, tumba, yace, sepoltura, funesto) y lo mudable (peregrino, corriente, huyó, fugitivo), que nos remiten a la antítesis entre el cadáver de las ruinas de Roma y la corriente del Tíber, símbolo del paso del tiempo. También se pueden encontrar figuras repetitivas, como la recurrencia de en tu grandeza, en tu hermosura o el quiasmo de los dos primeros versos. Dichos tipos de figuras son empleadas extensivamente por Quevedo y el conceptismo, así como también lo es el hipérbaton, encontrado a lo largo de todo el poema.

 

En cuanto a la tradición intertextual de la composición, aparte de la literatura de ruinas del Barroco y como señala la catedrática Beata Baczyńska (1996), se debería destacar la influencia del poeta francés Joaquim Du Bellay, cuyo tercer soneto de su obra Les Antiquités de Rome inspiró a Quevedo. También ha de tenerse en cuenta que el poema de Bellay está basado, a su vez, en un epigrama latino del renacentista italiano Janus Vitalis.

 

Como conclusión, tras haber realizado el análisis de todos los rasgos pertinentes, se puede afirmar de nuevo que este soneto no es sino el paradigma de un poema barroco de Quevedo. Lo prueba su estructura métrica -en forma de soneto, esquema muy usado en esta época, especialmente por Quevedo-, sus motivos -tempus fugit, ruinas, incertidumbre barroca- y todos los rasgos estilísticos observados a lo largo de la composición. El soneto es, además, un claro reflejo de la faceta más humanística del poeta, el cual no pudo resistir cantar, como muchos otros, a la Ciudad Eterna y su civilización.

 

Referencias

 

Baczyńska, B. (1996). Dos epitafios a Roma sepultada en sus ruinas: un epigrama polaco de Mikolaj Sep Szarzynski y un soneto español de Francisco de Quevedo. Scriptura (11), 31-42.

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