En esta ocasión, el comentario de texto que os traigo es de un romance popular protagonizado por el Cid. Lo ha realizado mi alumno Carlos Ruiz García:
Armado
de todas armas,
Ese
buen Cid castellano,
Brotando
fuego sus ojos,
Buscaba
al conde Lozano,
Hallóle,
y dióle la muerte,
La
cabeza le ha cortado,
Y
a su padre viejo y pobre,
Por
presea ha presentado.
La
noble Jimena Gomez,
Hija
de este muerto hidalgo
Querellándose
ante el Rey,
Que
entónces era Fernando:
“A
lo hecho no hay remedio
Solo
te pido mi amparo,
Hacedme,
buen Rey, justicia
Dadme
al Cid por desposado.”
El
Rey lo ofreció y lo hizo
Pues
con ella le ha casado,
De
cuyo tálamo noble
Toda la corte se ha holgado.
El poema ante el que nos encontramos
se trata del romance número IX del Romancero
del Cid de Carolina Michaëlis, publicado en 1871. Es una recopilación que
la autora hizo de los romances presentes en distintas fuentes anteriores que
trataron el mito del Cid, personaje literario basado en Rodrigo Díaz de Vivar,
militar del siglo XI. En concreto, este romance lo extrajo de La verdad en el potro y el Cid resucitado
de Francisco Santos (1686, p. 33). Hay que tener en cuenta la dificultad de
señalar la autoría y la fecha de composición del texto, pues la transmisión de
esta clase de composiciones se llevaba a cabo de manera oral en la Edad Media,
variando con el paso del tiempo incluso el propio texto hasta que quedase
fijado por escrito. Por esta razón existen diferentes versiones de un mismo
romance. El autor que recogió este, Francisco Santos, no es el autor del poema,
sino la persona que lo recogió a partir de fuentes orales, por lo que
hablaríamos de anonimia.
El tema principal del texto es la
muerte del conde Lozano a manos del Cid, la posterior reacción de su hija y sus
consecuencias.
Métricamente, el texto es un
romance, composición poética de arte menor octosílaba donde los versos pares
riman en asonancia y los impares quedan libres de rima. Su esquema métrico es
8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a… hasta el final. No hay división estrófica, sino que
los veinte versos van seguidos. Este tipo de poema no presenta tampoco un
número fijo de versos, sino que depende del romance en cuestión. Parte de la
crítica, por ejemplo, Antonio Quilis (1969), señala que los romances resultan
de cantares de gesta, compuestos de versos monorrimos dodecasílabos,
alejandrinos, hexadecasílabos, etc., partidos en dos hemistiquios. Al ser versos
tan largos, no casaban bien con ningún ritmo musical, ni eran adecuados para
ser cantados ni por los juglares ni por el pueblo. En consecuencia, cada
hemistiquio del cantar dio lugar a un verso en el romance (p. 146).
Atendiendo al contenido, podríamos
dividir el poema en cinco partes iguales de cuatro versos cada una. En una
primera parte (versos 1-4), se nos presenta el personaje del Cid y su cometido.
En el primer verso, vemos un caso de derivación en las palabras armado y armas, que enfatiza la predisposición bélica del Cid, preparado
para el enfrentamiento que va a tener. A nuestro protagonista se le da el
epíteto de buen Cid castellano en el
segundo verso, justificando con el adjetivo buen
las acciones que pueda llevar a cabo, ya que estas estarían dentro de la
moral de la época. El gentilicio castellano
es asimismo significativo, pues relacionarlo con Castilla será utilizado a
partir del siglo XIX para usar el mito del Cid como símbolo patriótico español.
En el tercer verso, encontramos una hipérbole al decir que los ojos del Cid
brotaban fuego, con el objetivo de acentuar su grado de ira y determinación en
búsqueda del conde Lozano, lo que se nos revela finalmente en el cuarto verso.
En una segunda parte (versos 5-8),
se desarrolla su encuentro con el conde Lozano. Llama la atención que en apenas
dos versos (quinto y sexto) el Cid encuentra al conde y le da muerte
decapitándolo, sin que se nos presente ninguna clase de resistencia por parte
del conde. Esto nos deja ver las grandes habilidades del Cid en la lucha. En
los versos séptimo y octavo, el Cid muestra la cabeza del conde a su padre cual
trofeo. En el poema no se nos explica, pero, si atendemos a la tradición
intertextual del mito, encontraremos otros romances en el Romancero del Cid en los que se nos cuenta que el conde ofendió al
padre del Cid, Diego Laínez, y como este era ya de avanzada edad, mandó a su
hijo para que reparara su honra, algo fundamental en época medieval. Algunos
ejemplos son los romances II, III y IV (Michaëlis, 1871, pp. 4-8).
Pasando ahora a una tercera parte
(versos 9-12), tenemos al personaje de Jimena Gómez, hija del conde Lozano,
quien se presenta ante el rey para quejarse por la muerte de su padre. El
adjetivo noble con el que se califica
a Jimena en el verso nueve puede entenderse de dos formas distintas: o bien por
ser hija de conde y tener sangre aristocrática, o bien por ser honrosa y
decente. Hay también en el verso doce un caso de cronografía al referirse al
tiempo en el que suceden los acontecimientos del poema: el reinado del rey
Fernando I.
La cuarta parte (versos 13-16)
corresponde con la cita en estilo directo de las palabras de Jimena al rey.
Esta asume la muerte de su padre como irreversible, pero demanda al rey hacer
justicia casándola con el propio Cid. Jimena se refiere al monarca como buen rey, mismo adjetivo con el que se
califica al Cid en el segundo verso. La figura del rey en la Edad Media era
incuestionable, pues todo lo que hacía se consideraba correcto. Dentro de la
mentalidad de la época, Jimena no puede enfrentarse al Cid por ser mujer, por
lo que le corresponde
a Fernando I la aplicación de la justicia en la polémica al ser todos vasallos
suyos. No deja de ser interesante, por otro lado, la voluntad de la hija del
conde de casarse con el asesino de su padre, llegando incluso a resultar una
paradoja.
En la quinta y última parte (versos
17-20), el rey accede a la petición de Jimena, no sin antes ofrecerlo. Como vemos en el romance XII
(Michaëlis, 1871, p. 19), este ofrecimiento lo lleva a cabo por medio de una
carta. En este romance no se nos dice nada del parecer del Cid ante la
propuesta de matrimonio, pues en el siguiente verso ya están casados. En los
dos últimos versos se dice que toda la corte se alegra de dicha unión. Otra vez
aparece el adjetivo noble para
referirse al casamiento.
Como conclusión, cabe señalar es
estilo sobrio y la escasez de figuras retóricas en este texto medieval, que
presta más atención a los hechos en sí mismos que a cuestiones estilísticas. Es
un poema idóneo para entender el principio del mito del Cid, ya que narra en
veinte versos desde su enfrentamiento con el conde Lozano hasta su matrimonio,
suponiendo una síntesis de otros muchos romances de los tantos que tratan la
materia del Cid.
Referencias
Michaëlis, C. (1871). Romancero del Cid. Leipzig: F. A.
Brockhaus.
Quilis, A.
(1969). Métrica española. Madrid: Ediciones Alcalá. Recuperado
el 4 de diciembre de 2021 de https://kupdf.net/download/106281479-antonio-quilis-metrica-espanola-pdf_58c857f4dc0d60ab3c339027_pdf
Santos, F. (1686). La verdad en el potro y el Cid resucitado.
Madrid: imprenta de Lucas Antonio de Bedmar. Recuperado el 5 de enero de 2022
de https://bibliotecavirtualmadrid.comunidad.madrid/bvmadrid_publicacion/es/consulta/registro.do?id=568
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