Comparto a continuación otro trabajo de reescritura de la historia del Cid a partir del Cantar y el romancero; en este caso, de mi alumno Carlos Ruiz García. Se trata de un texto muy cuidado y detallado en el que apreciamos un recuento de la mayor parte de motivos importantes en la historia de Rodrigo.
El viejo hidalgo Diego Laínez, padre
del Cid, quitó un día una liebre a los galgos del conde Lozano mientras
cazaban. En consecuencia, el conde agravió a Diego y este acudió a sus hijos
para que lo vengaran por la ofensa cometida contra él, ya que no podía hacerlo
por sí mismo a causa de su avanzada edad. Apretó las palmas de las manos a sus
cuatro hijos para ver quién tendría la fuerza necesaria para enfrentarse al
conde. El indicado fue Rodrigo, que fue en busca del conde Lozano. Al
principio, Rodrigo se encontraba dubitativo por su corta edad y por las
amistades e influencias del conde, pero prefería suicidarse antes que encarar
una deshonra, así que con determinación se encara con el conde Lozano y
consigue quitarle la vida, vengando así a su padre. Rodrigo lleva la cabeza del
conde a su padre y este se muestra muy orgulloso.
Diego Laínez acude al palacio del
rey Fernando en Burgos acompañado de los trescientos hidalgos que formaban su
mesnada, entre ellos su hijo Rodrigo. El Cid destaca entre los demás por ser el
único que va armado y en actitud hostil. Los cortesanos se muestran temerosos
al ver a Rodrigo porque saben de su reciente hazaña. Ante los murmullos de la
corte, el Cid adopta una actitud amenazante y reta a quien pretenda reprocharle
la muerte del conde Lozano. Diego y su mesnada se muestran diplomáticos y besan
la mano del rey como signo de perdón por la muerte del conde, quien era
favorito del monarca. El patriarca pide a su hijo Rodrigo hacer lo propio y besarle
la mano al rey, recordándole que son vasallos de este. El Cid obedece
únicamente porque se lo manda su padre, pero se muestra en actitud soberbia con
el rey al desenvainar su espada en el momento de arrodillarse ante él. El rey
se espanta y Diego Laínez y sus hidalgos se marchan.
Jimena Gómez, hija del conde Lozano,
acude con sus doncellas a ver al rey para pedirle justicia por la muerte de su
padre. Narra cómo Rodrigo la atormenta matándole sus palomas, amenazándola con
avergonzarla cortándole la falda y con violar a sus doncellas y habiendo matado
a uno de sus pajes. El rey expresa su impotencia explicando que, si manda
prender al Cid, sus cortes se volverán contra él por lo valioso que resulta
Rodrigo para la defensa de su reino. Jimena lo comprende y quiere entonces
casarse con Rodrigo para poner fin a la disputa. El rey accede y le manda una
carta a Diego Laínez explicando la voluntad de Jimena. El patriarca está
dispuesto a casarse él mismo con la doncella para que su hijo no tenga que
hacerlo, pero Rodrigo se niega y accede al matrimonio.
Rodrigo acude a la llamada del rey,
quien le promete tierras a cambio de casarse con Jimena. Este acepta y los casa
el obispo de Palencia en presencia de Laín Calvo, abuelo del Cid. Tras la boda,
Rodrigo y Jimena se van a Vivar, donde el Cid deja a Jimena con su madre y
promete no volver con ella hasta que no haya vencido a cinco reyes musulmanes
que habían invadido Castilla, robando ganado y tomando prisioneros. El Cid va
con los suyos y captura a los reyes, llevándolos luego a la prisión de su
castillo en Vivar. Esta hazaña le da a Rodrigo fama y reconocimiento.
El Cid va de romería a Santiago con
veinte hidalgos. Por el camino, Rodrigo ayuda a un gafo a salir de un tremedal.
En agradecimiento, este los llevó a su posada para que comieran y pasaran la
noche. Estaban ya durmiendo cuando el gafo resultó ser San Lázaro, que se le
aparece a Rodrigo a decirle que Dios está con él y que será temido por todos
sus enemigos. A la mañana siguiente, parten para Santiago y de ahí para
Calahorra. Esta villa estaba disputada por Fernando, rey de León, y Ramiro, rey
de Aragón. Para evitar una guerra, ambos monarcas decidieron hacer una lidia y
el rey del caballero que ganase se quedaría con la villa. Fernando elige al Cid
y Ramiro a Martín González, quien es vencido por Rodrigo. El monarca leonés se
muestra muy contento de tener la villa y abraza al Cid. Jimena se muestra muy
triste debido a que su marido se encuentra siempre ocupado con sus actividades
militares y no pasa tiempo con ella. El Cid, al ver a su esposa llorando, le
jura no volver al campo de batalla.
Unos ejércitos musulmanes se dirigen
hacia Extremadura y el Cid acude de inmediato en su caballo Babieca. Los vence
y libera a los prisioneros cristianos, les quita el ganado y reparte las
ganancias con los suyos, regresando luego a Vivar muy afamado. En otra ocasión,
el Cid va a un rey musulmán a pedirle que pague las parias a Castilla. El rey
se niega en un principio a pagar, pero al ver la actitud amenazante de Rodrigo
accede finalmente.
Estando un día Rodrigo en la corte
del rey Fernando en Zamora, llegaron unos mensajeros de reyes musulmanes
tributarios a pagar al Cid las parias, además de otros muchos regalos, tales
como más de cien caballos, joyas, sedas, etc. Rodrigo se muestra humilde y dice
que todo eso pertenece al rey Fernando al ser su vasallo. El monarca agradece
la humildad de Rodrigo, que fue conocido como “Cid” desde ese día al ser
llamado así por los mensajeros.
El emperador Enrique acude al papa
Víctor a quejarse de que el rey Fernando no le paga un tributo. El papa le
envía una carta al monarca amenazándole con enviar una cruzada a Castilla de no
pagar el tributo, sumándose además otros reyes que estaban en concilio con el
papa. Fernando pide consejo al Cid y este le recomienda no pagar el tributo
para no perder la honra, ofreciéndose él mismo a defender Castilla ante
cualquier amenaza. Al final se produjo una contienda en la que Rodrigo causó
estragos con sus habilidades bélicas. Los reyes enemigos de Fernando decidieron
retirar su amenaza al darse cuenta de que nadie podía hacer frente al Cid.
El Cid acude a Roma para ver al papa
en representación del rey Fernando. Cuando Rodrigo vio que la silla de su rey
se encontraba por debajo de la del rey de Francia, derribó la de este último y
puso en su lugar la de Fernando. Un duque se queja de la actitud del Cid y este
le da un bofetón. En consecuencia, el papa excomulga a Rodrigo por tal ofensa.
El Cid se arrodilla entonces ante el pontífice y pide que lo absuelva. Este lo
hace con la condición de que se comporte en su corte.
Estando Jimena en Burgos embarazada,
manda una carta al rey Fernando para quejarse de que este tiene siempre a su
marido ocupado alejado de ella y solo lo ve una vez al año. El monarca le responde
recordándole que tienen todo lo que tienen (tierras, bienes, etc.) gracias a la
carrera militar del Cid. Señala además que su reino tiene menos enemigos ya que
los reyes musulmanes respetan al Cid. Jimena sale a la misa de parida tras dar
a luz a su hija. En la puerta de la iglesia se encuentra con el rey Fernando,
que la acompañaría de la mano al interior del templo ya que el Cid se
encontraba luchando. Promete además el monarca una dote de mil maravedís para
la primogénita del Cid.
Estando el rey Fernando cercano a la
muerte, reparte sus dominios entre sus herederos. A Sancho le deja Castilla, a
Alfonso le deja León y a García le deja Galicia. La infanta Urraca se queja a
su padre de no haberle dejado nada por ser mujer. Fernando recapacita y le deja
a su hija Zamora, plaza de gran importancia estratégica. Tras morir Fernando,
Sancho y García se enzarzan en una lucha por los reinos. Sancho es prendido y
el caballero Álvar Fáñez aparece y lo libera, derrotando a sus captores. El Cid
aparece con refuerzos y se inicia otra batalla contra el bando de García, que
fue vencido y encerrado en el castillo de Luna.
Sancho inicia ahora una contienda
contra Alfonso. Ambos monarcas fueron prendidos en la lucha por el bando
contrario. El Cid ofrece a los captores de Sancho entregarles a Alfonso si
liberan al primero. Estos se niegan y el Cid los vence y libera a Sancho.
Alfonso es aprisionado en Burgos. Entonces, una hermana de Sancho le pide que
libere a Alfonso. Este le concede el deseo y Alfonso se refugia con el rey
musulmán Alí Maimón en Toledo, donde el rey cristiano es muy querido. A Alí Maimón
le aconsejan matar a Alfonso porque temen que le quite Toledo al monarca
musulmán, pero este se niega porque lo aprecia mucho.
Teniendo ya Sancho las posesiones
que su padre Fernando dejó a sus hermanos, solo le faltaba la de su hermana
Urraca: Zamora. Envía entonces al Cid de mensajero a su hermana para pedirle
Zamora a cambio de otras posesiones de menor valor. Si esta se negaba, tomaría
la plaza por la fuerza. Rodrigo lleva el mensaje de su rey a Urraca y esta no
se muestra dispuesta a dar Zamora, lamentándose de la actitud de su hermano.
Arias Gonzalo, noble zamorano, le sugiere a la reina dejar que sus vasallos
decidan; si quieren entregar Zamora, la entregarán y, si no, morirán por ella.
Al final se decide esto último y el Cid va de nuevo al rey Sancho con esta
respuesta. El monarca culpa al Cid y le manda marcharse de Castilla. Los
consejeros de Sancho le dicen que no pierda a un caballero tan valioso como
Rodrigo, por lo que el rey recapacita y envía una carta al Cid a través de
Diego Ordóñez pidiéndole que vuelva junto a él. El Cid accede. Mientras tanto,
Zamora es cercada por Sancho.
Urraca contrata a Vellido Dolfos,
sicario que mata a Sancho con un venablo. Para acceder al rey, Vellido había
fingido que en Zamora lo perseguían y que necesitaba refugio. Tras el
asesinato, el Cid va detrás de Vellido, pero no logra alcanzarlo y escapa. Los
hidalgos del rey lloran su muerte, el Cid el que más. Rodrigo se lamenta pues
le había aconsejado al rey no intentar tomar Zamora. Ahora se quiere ir contra
Zamora para vengar la muerte del monarca. El problema es que los caballeros de
Castilla temen a Arias Gonzalo y a sus hijos. Todos miran al Cid para ver si él
querría enfrentarse a ellos, pero este se niega por ser Zamora el sitio en el
que se crio en su infancia. Aún así, Rodrigo quiere dar a un hombre en su lugar
que combata por Castilla. Diego Ordoñez se ofrece él mismo a liderar la batalla
pues no considera que el Cid tenga que designar a nadie.
Diego Ordóñez llega a Zamora y reta
a toda la ciudad. Arias Gonzalo le dice que tendrá que enfrentarse con él y con
sus hijos. Urraca intenta convencer a Arias de que no luche por su avanzada
edad, pero este hace caso omiso y se arma junto a sus hijos para la batalla.
Cuando llega el día, Diego Ordóñez esperaba ya a sus enemigos. Pedro Arias
sería el primero de los hijos de Arias Gonzalo en enfrentarse a él. Diego
Ordóñez lo vence fácilmente, haciendo lo propio con los otros dos hijos Diego
Arias y Rodrigo Arias. El Cid llega y le comunica a Diego Ordóñez que el cerco
a Zamora ha acabado y que la dan por libre. Arias Gonzalo se dispone a luchar
él mismo, pero Urraca aparece y le explica que ya no hay necesidad de luchar.
Urraca manda mensajeros a su hermano
Alfonso, que seguía en Toledo con Alí Maimón. Antes de llegar, los mensajeros
se encuentran en el camino con un caballero llamado Peranzures, quien los mata
y lleva él mismo las cartas. Peranzures estaba al servicio de Alfonso y quería
que el mensaje llegara primero al monarca cristiano y no a Alí Maimón. Le
comunica a su rey que su hermano Sancho había sido asesinado y que le
devolverían su reino. Alfonso le informa de todo a Alí Maimón y este le dice
que su gente lo escoltaría. Alfonso y Peranzures llegan a Zamora. Estando
Alfonso hablando con Urraca, llega el Cid, que no quiere besar la mano a
Alfonso porque cree que fue él el que mandó matar a Sancho. Se acuerda que
Alfonso jure en la iglesia de Santa Gadea de Burgos que no es culpable de la
muerte de su hermano. Al hacerlo, le devuelven al rey su legítimo reino y este
destierra al Cid de Castilla por su actitud soberbia con él. Debería abandonar
sus territorios en el plazo de nueve días.
Rodrigo sale de Vivar desterrado,
llorando incluso. Entre los que le acompañaban, se encontraba Álvar Fáñez, Minaya, muy cercano al Cid. Llegan a
Burgos, donde nadie les quiere dar hospedaje por miedo a graves represalias por
parte del rey Alfonso, quien había mandado una carta amenazando con la expropiación
de bienes, amputación de los ojos, muerte y excomunión a cualquiera que
acogiese al Cid. Es una niña de nueve años la que le revela a Rodrigo la razón
por la que nadie le da hospedaje y le pide que se marche. Rodrigo reza en la
catedral de Santa María y se marcha de la ciudad hasta cerca del río Arlanzón,
donde acampa con los suyos.
Un burgalés llamado Martín Antolínez
proporciona al Cid y compañía pan y vino. Se da cuenta de que el rey lo
castigará por ello, por lo que pide acompañar al Cid. Rodrigo acepta y le
explica que se encuentran sin dinero y que pretenden llenar dos arcas de arena
y empeñárselas a Raquel y Vidas, dos judíos burgaleses, con la excusa de que
son demasiado pesadas para llevarlas consigo. Martín Antolínez es enviado a ver
a los judíos y les cuenta la situación del Cid. Les dice que las arcas están
llenas de oro y que quiere que los judíos las guarden a cambio de seiscientos
marcos, pero que no las abran en un año. Raquel y Vidas aceptan y van al
campamento del Cid a llevarse las arcas. Antolínez los acompaña de nuevo a
Burgos para recoger el dinero. Además de los seiscientos marcos, los judíos dan
a Antolínez treinta más porque gracias a él habían conseguido el trato con el
Cid.
La comitiva del Cid, ya con el
dinero, parte hacia el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde se encontraban
Jimena y sus hijas. Allí los recibe el abad don Sancho, a quien el Cid entrega
ciento cincuenta marcos para que a su mujer e hijas no les faltase de nada,
prometiendo más dinero si volvía del destierro. Aparecen Jimena y las hijas de
Rodrigo para despedirse de él. El Cid promete volver y casar a sus hijas.
Más caballeros se unen al Cid y a la
mañana siguiente, tras la misa en San Pedro, parten. Rodrigo estaba muy triste
por dejar a su familia, por lo que Minaya intenta animarlo. Acampando una
noche, el ángel Gabriel se le aparece en sueños al Cid diciéndole que todo le
saldrá bien. Al día siguiente, ya fuera de Castilla, en territorio musulmán,
Rodrigo cuenta cuántos le acompañaban y eran trescientos. Deciden acampar
durante el día y avanzar por la noche. Rodrigo pretende invadir Castejón
quedándose él con cien hombres y enviando a Álvar Fáñez con doscientos hacia
Hita, Guadalajara y Alcalá. Consiguen todos los territorios y muchas ganancias.
Rodrigo reparte el botín con su comitiva y vende Castejón a los musulmanes por
tres mil marcos.
Llegan ahora a Alcocer y acampan
porque Rodrigo quiere tomarla. El Cid manda cavar un foso alrededor del
campamento. Los musulmanes de Alcocer pagan parias al Cid. Para ganar la
ciudad, Rodrigo idea una estratagema consistente en dejar una sola tienda
puesta y llevarse las otras fingiendo que se marchan del lugar rendidos. Al ver
esto, los habitantes de Alcocer salen de las murallas, dejando las puertas
abiertas, para capturar al Cid y tener ganancias. En ese momento, Rodrigo y los
suyos se dan la vuelta de repente y luchan con los de Alcocer, ganando la
batalla y la ciudad.
Los pueblos vecinos de Teca, Terrer
y Calatayud envían un mensaje al rey Tamín de Valencia contándole que el Cid ha
tomado Alcocer y que pronto hará lo propio con los otros pueblos si no se hace
algo. El monarca envía tres mil hombres para cercar Alcocer. A las tres
semanas, al Cid y a los suyos les faltaba ya el agua, por lo que decidieron
luchar, animados por Álvar Fáñez. Tras salir a la batalla, Pero Bermúdez, el
encargado de llevar la enseña del Cid, comete una imprudencia al meterse solo
en medio de un haz y los demás tienen que ir a ayudarle. Minaya pierde su
caballo y Rodrigo corta a un musulmán por la mitad para darle su caballo a su
compañero. El Cid derrota al rey Fáriz y Antolínez derrota a Galve, ganando así
la batalla. Al repartir el botín, Rodrigo destina una parte para su mujer e
hijas y envía a Álvar Fáñez a Castilla para regalarle al rey Alfonso treinta
caballos.
El Cid vende Alcocer a los pueblos
vecinos por tres mil marcos y se asienta en un lugar llamado Poyo, sometiendo a
parias a los pueblos vecinos. Minaya presenta el regalo del Cid al rey Alfonso,
pero este se resiste a perdonarlo. Aún así, se muestra amable con Álvar Fáñez y
con los suyos. El compañero del Cid vuelve con él y trae consigo a doscientos
hombres que se le habían ido uniendo por el camino. Ambos se funden en un
abrazo y Rodrigo le agradece haberle hecho el encargo.
El conde Remón de Barcelona se
entera de que el Cid y sus mesnadas recorren sus tierras y se lo toma como una
ofensa, por lo que va personalmente a encararlo. Ante esto, Rodrigo se defiende
diciendo que no se llevará nada del territorio del conde. Este no está conforme
y le declara la guerra al Cid. Rodrigo y los suyos ganan la batalla y encierran
al conde. Será en esa contienda donde Rodrigo gane la espada Colada. El conde
lleva a cabo una huelga de hambre mientras está aprisionado, pero, tras mucho
insistir en que comiera, el conde accede y el Cid lo libera. Rodrigo y su
comitiva se dirigen ahora a tierras levantinas, tomando Burriana y Murviedro.
Los valencianos cercan al Cid en Murviedro y se inicia una lucha. Álvar Fáñez
va con cien hombres y Rodrigo con los demás, ganando así la batalla y tomando
posteriormente Cebolla.
Durante los siguientes tres años, el
Cid va consiguiendo más villas hasta llegar a Valencia. Los valencianos temen a
Rodrigo y no se atreven a salir a luchar, por lo que el Cid sitia la ciudad
hasta que les falta el pan a sus habitantes. Manda además pregones a Aragón,
Navarra y Castilla invitando a quien quisiera unirse a él para recibir
ganancias. Muchos hombres se le unieron y, al décimo mes, los valencianos se
rindieron y dieron la ciudad al Cid. Cuando se entera el rey de Sevilla, manda
treinta mil hombres a luchar con el Cid, quien los derrota.
Rodrigo se da cuenta de lo mucho que
le ha crecido la barba en todo ese tiempo y promete no cortársela. El Cid pasa
lista de los que le acompañaban y contó tres mil seiscientos hombres. Rodrigo
manda entonces a Minaya a ver al rey Alfonso para regalarle cien caballos y
pedirle que deje salir de Castilla a Jimena y a sus hijas. El obispo don
Jerónimo llega a Valencia preguntando por las hazañas del Cid. Cuando Rodrigo
se entera, lo nombra obispo de Valencia y le dice a Minaya que lleve esa
noticia también a Castilla. Álvar Fáñez parte con cien hombres.
Se encuentra con el rey Alfonso en
Carrión, a la salida de la misa. Minaya le habla al monarca de las conquistas
del Cid y del recién creado obispado en Valencia. El rey se alegra de todo lo
que oye, mientras que al conde García Ordóñez, que se encontraba con el rey, le
molesta que al Cid le vaya bien. Álvar Fáñez le pide además que deje ir a
Jimena y a sus hijas a Valencia, a lo que el rey accede. En ese lugar se
encontraban también los infantes de Carrión, que hablan entre ellos sobre
casarse con las hijas del Cid para obtener beneficio, por lo que mandan saludos
a Rodrigo a través de Minaya.
Álvar Fáñez va ahora a San Pedro de
Cardeña a recoger a Jimena y a sus hijas para llevarlas a Valencia con el Cid.
Minaya manda mensajeros al Cid para decirle que su familia va a reunirse con
él. Mientras tanto, va a Burgos para encontrar atavíos para las mujeres. Cuando
iban a partir ya para Valencia, aparecen Raquel y Vidas, quienes le dicen a
Álvar Fáñez que el Cid los ha arruinado y que les devuelva el dinero. Minaya
les promete una compensación y parte para Medina.
Al Cid le llegan los mensajeros y
manda a Muño Gustioz, Pero Bermúdez, Martín Antolínez y al obispo Jerónimo a
Medina para darles el encuentro a Minaya y a las mujeres. Les dice que pasen
por Molina, territorio de Abengalbón, y que le pidan cien hombres más que les
acompañen. Lo hacen y Abengalbón les da doscientos hombres en lugar de cien.
Todos se encuentran; Abengalbón se alegra mucho de ver a Álvar Fáñez. Pasaron
esa noche en Medina y a la mañana siguiente, tras la misa, partieron primero a
Molina y de ahí a Valencia. El Cid manda salir a doscientos caballeros de
Valencia para recibirlos a todos, saliendo además él mismo a lomos de Babieca.
Se produce un emotivo reencuentro y Rodrigo lleva a su familia a lo alto del
alcázar para que contemplen la ciudad.
Meses después, el rey Yusuf de
Marruecos se molesta porque el Cid se ha metido en sus territorios, por lo que
manda a cincuenta mil hombres por mar a Valencia, donde acampan. Jimena se
asusta cuando ve a los enemigos, mientras que el Cid se alegra porque la
victoria le traerá más ganancias. Comienza el enfrentamiento y Álvar Salvadórez
cae preso. Para el día siguiente, Minaya pide treinta mil hombres, a lo que
Rodrigo accede. A la mañana siguiente, tras la misa, salen de nuevo a la
batalla y el bando del Cid acaba derrotando al rey Yusuf, consiguiendo muchas
ganancias. El Cid le dice a Jimena que quiere casar a sus sirvientas con sus
vasallos y al día siguiente manda a Minaya y a Pero Bermúdez a Castilla para
regalarle doscientos caballos al rey Alfonso.
Ambos se encuentran con el monarca
en Valladolid. Alfonso se muestra alegre con lo que le cuentan, mientras que
García Ordóñez se muestra envidioso del Cid. Los infantes de Carrión comunican
entonces al rey su intención de casarse con las hijas de Rodrigo. El monarca
pide a Minaya y a Pero que lo consulten con el Cid cuando regresen y además les
dice que quiere ver a Rodrigo en persona donde él diga. Ambos hombres vuelven a
Valencia y cuentan todo al Cid. Este se muestra contento con la propuesta de
matrimonio y elige las orillas del Tajo para la entrevista que va a tener con
Alfonso. Manda cartas al rey con su contestación y este fija el encuentro en
tres semanas.
Al encuentro acuden dos grandes
comitivas por las dos partes. La del rey incluye a Diego y Fernando, los
infantes de Carrión. Cuando se encuentran, el monarca perdona finalmente al
Cid. Esa noche celebran un banquete y, a la mañana siguiente, tras una misa
oficiada por don Jerónimo, el rey le pide al Cid la mano de sus hijas, Elvira y
Sol, para los infantes. Rodrigo accede y el rey elige a Minaya como padrino de
la boda. Antes de despedirse, el Cid regala al rey veinte palafrenes y treinta
caballos corredores.
Los infantes vuelven con el Cid y los
suyos a Valencia. Muchos de la comitiva del rey van también a Valencia para
asistir a las bodas. Llegados todos, el Cid encomienda los infantes a Pero
Bermúdez y a Muño Gustioz y comunica a su mujer e hijas el casamiento,
mostrándose estas muy contentas. Se celebran las bodas, que duraron quince
días, y los infantes vivirían en Valencia casi los dos años siguientes.
Un día, mientras el Cid dormía, su
león se escapa de la red en la que estaba. Los hombres del Cid rodean a su
señor, mientras que los infantes Diego y Fernando huyen muy asustados. Rodrigo
despierta y cuando el león lo ve baja la cabeza. El Cid lo coge del cuello y lo
vuelve a meter en su red. Pregunta entonces por sus yernos. Todos los buscan y
los encuentran pálidos de miedo, siendo los infantes objeto de burla entre los
vasallos del Cid. Diego y Fernando se ofendieron mucho por esto.
El rey Búcar de Marruecos sitia
Valencia. El Cid y los suyos se alegran por las ganancias que les dará la
victoria, todos excepto los infantes, quienes hablan entre ellos del miedo que
les causa tener que luchar. Muño Gustioz oye su conversación y se lo cuenta al
Cid. Rodrigo les dice a sus yernos que se queden en Valencia y no luchen. Pide
a Pero que se quede con ellos, pero este se niega porque quiere luchar con los
suyos. Comienza la batalla, en la que incluso lucha el obispo don Jerónimo, y
el Cid logra derrota al rey Búcar, ganando la espada Tizona. Tras la batalla,
Rodrigo se muestra contento por las supuestas hazañas de sus yernos. Estos se
toman las palabras del Cid como una burla hacia ellos. Reparten el botín y el
Cid se plantea atacar Marruecos.
Los infantes quieren vengarse por
las burlas y piden al Cid que deje a sus hijas acompañarlos a Carrión para ver
sus territorios. Rodrigo accede y les da además un ajuar de tres mil marcos y
otros bienes, incluyendo las espadas Colada y Tizona. Jimena y Rodrigo se
despiden de sus hijas y estas parten con sus maridos hacia Carrión. El Cid ve
en los agüeros que algo irá mal, por lo que pide a su sobrino Félez Muñoz que
los acompañe hasta Carrión.
Llegan a Molina, desde donde
Abengalbón los acompañaría hasta Medina. Los infantes ven la enorme riqueza de
Abengalbón y fantasean entre ellos con matarlo para quedarse con todo. Un
musulmán oye su conversación y se lo cuenta a Abengalbón. Este encara a los
infantes y les dice que no les hace nada por ser yernos del Cid, de lo
contrario se las tendrían que ver con él. Se despide de ellos, temiendo por
Elvira y por Sol. La comitiva sigue el viaje y los infantes mandan acampar en
el Robledo de Corpes. A la mañana siguiente, ordenan a los que les acompañan
que se adelanten y los dejen solos con sus mujeres. Para vengarse por el
episodio del león, desnudan a sus mujeres y comienzan a azotarlas. Sol pide que
las maten para ser mártires. Los infantes no hacen caso y siguen maltratándolas
hasta que no pueden ni hablar. Finalmente se van del lugar y las dejan allí por
muertas. Cuando llegan con su gente, los infantes cuentan que Elvira y Sol
habían quedado a buen recaudo.
Félez Muñoz, que se temía lo peor,
se separa de la comitiva y vuelve al lugar, encontrando a sus primas
inconscientes. Cuando despiertan, Félez les da agua, las cubre con su manto y
las sube a caballo para llevarlas a San Esteban, donde reciben cuidados. El Cid
se entera de todo y envía de inmediato a Álvar Fáñez, Pero Bermúdez y Martín Antolínez a por sus hijas con
doscientos hombres. Llegan a Valencia y el Cid abraza a sus hijas
prometiéndoles un mejor casamiento y la venganza hacia los infantes.
El Cid manda a Muño Gustioz a
Castilla para pedirle justicia al rey Alfonso. Encuentra al monarca en Sahagún
y le cuenta lo ocurrido. El rey decide convocar unas cortes en Toledo en siete
semanas a las que debían asistir todos sus vasallos, incluidos los infantes.
Estos piden al rey que los exima de tener que ir porque saben que se
encontrarán allí al Cid, pero el monarca se niega. García Ordóñez, enemigo del
Cid, aconseja a los infantes. Llega el día de las cortes y acuden todos. El Cid
se demora cinco días y cuando entra en la sala todos se ponen en pie, incluido
el rey; todos menos los infantes.
El rey da la palabra al Cid para que
demande lo que considere a los infantes. Rodrigo dice que no se siente
deshonrado por sus hijas, ya que los casamientos los decidió el rey, pero lo
que sí quiere de vuelta son las espadas Colada y Tizona. Los infantes, pensando
que así se acabarán las cortes, deciden devolver las espadas. El Cid da
entonces la Tizona a Pero Bermúdez y la Colada a Martín Antolínez. Rodrigo
demanda a continuación los tres mil marcos que dio a los infantes. Estos
declaran haberse gastado ya el dinero, pagando al final en bienes (caballos,
mulas, espadas, etc.).
Lo siguiente que el Cid reclama es
lo de sus hijas, no entendiendo por qué lo hicieron. García Ordóñez interviene
declarando que los infantes estaban en su derecho pues sus esposas eran de
rango nobiliario inferior e insultando la barba del Cid. Este le contesta
recordándole al conde la vez que le arrancó la barba en Cabra. El infante
Fernando se defiende diciendo que el Cid ya está pagado con lo que le han dado
y vuelve a recordad que su linaje es superior al del Cid. Rodrigo pide a Pero
que hable y este cuenta cómo en la batalla contra el rey Búcar el infante
Fernando iba a matar a un musulmán, pero huyó antes de acercarse a él. Pero
Bermúdez lo mató y dejó que Fernando se llevara el mérito delante de todos.
Luego recuerda el episodio del león y reta a Fernando.
El infante Diego dice no
arrepentirse de la afrenta contra las hijas del Cid por ser estas de linaje
inferior. Martín Antolínez lo reta por lo que ha dicho, recordando también el
episodio del león. Asur González entra en ese momento en las cortes ofendiendo
a Rodrigo con sus palabras, por lo que Muño Gustioz lo reta. El rey interviene
para decir que los que se han retado lucharán. Entran en la corte a
continuación mensajeros del infante de Navarra y del de Aragón para pedir la
mano de las hijas del Cid. Este accede y el rey acepta. Minaya pide la palabra
y, estando a punto de retarse con Gómez Peláez, el rey interviene para que no
haya más retos. Las luchas se llevarían a cabo en las vegas de Carrión en tres
semanas.
Llegó el día de las batallas y los
infantes piden al rey que los del Cid no pudieran usar las espadas Colada y
Tizona, pero el rey no les acepta la petición. El primer duelo fue el de
Fernando contra Pero, venciendo este último con la espada Tizona. El segundo
fue el de Diego contra Martín, volviendo a vencer el del Cid con la Colada. El
último duelo entre Asur y Muño acaba con la victoria de este último. El bando
de Rodrigo había vencido a los de Carrión, acabando así la disputa y volviendo
a Valencia. El Cid y los suyos se enteran que el rey había dado por alevosos a
los infantes y el tío de estos, don Suer, se había encargado de vengar a Elvira
y Sol. Cuando oyeron esto, se alegraron mucho. Se celebraron las bodas con los
infantes de Navarra y Aragón, convirtiéndose el Cid en pariente de los reyes de
España.
El rey Búcar y otros treinta reyes
musulmanes amenazan Valencia estando el Cid en su lecho de muerte. Rodrigo pide
a los suyos que no lloren por él, que no contraten plañideras porque le basta
con las lágrimas de Jimena, que lo entierren en San Pedro de Cardeña y que
devuelvan a los judíos Raquel y Vidas lo que les debe en plata. Pide además que
coloquen su cuerpo sin vida a lomos de Babieca y que le coloquen la espada
Tizona en la mano para que sea él quien lidere la batalla. Reparte además sus
bienes y riquezas entre Jimena, sus hijas, sus vasallos y el rey. Manda que
traigan a Babieca porque quiere verlo antes de morir, tras lo cual el Cid
falleció. Rodrigo muere el día de Pentecostés de 1132.
Para la batalla, hacen lo que ordenó
el Cid y colocan su cadáver sobre Babieca. Vencieron al rey Búcar y prepararon
el cuerpo para llevarlo a San Pedro de Cardeña. Lo embalsamaron y dejaron
sentado en su escaño siete años, con Tizona a su lado. Un judío llegó un día a
ver el cuerpo. Había oído que nadie en vida había tocado la barba al Cid, por
lo que intenta hacerlo. Ante esto, el cadáver de Rodrigo empuña la espada, a lo
que el judío se espanta. Los que entraron en la iglesia le preguntaron qué le
había pasado. El judío lo cuenta y lo toman como un milagro, convirtiéndose el
judío al cristianismo.
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