De nuevo traigo otro trabajo de reescritura de la historia del Cid, esta vez por mi alumna Andrea Vaca Grimaldi. Este destaca por ser muy detallista y ofrecer datos sobre Rodrigo Díaz no muy conocidos para quien no haya profundizado en el romancero.
El Romancero comienza contando como Diego
Laínez ha sido agraviado física y verbalmente por el conde Lozano. Ante esta
situación, Diego Laínez busca entre sus hijos alguno que sea capaz de luchar
contra el conde en su lugar para devolver la honra de su linaje. Después de
hacer una prueba con sus cuatro hijos, decide que el más indicado para vengarse
del conde y defender su linaje es su hijo bastardo, Rodrigo, El Cid. Este,
respetando la autoridad suprema que se le concebía a la figura paternal en
aquella época, promete a su padre que le traerá la cabeza del conde.
El Cid se presenta dubitativo y pensativo
porque va a encarar la responsabilidad más grande de su vida. La importancia de
este romance reside en que es el gran paso del Cid de la niñez a la edad adulta.
Hasta ahora el Cid ha sido un niño, pero la honra es suficiente motivo para
jugarse la vida y demostrar que es un noble. Si es capaz de matar al conde, se
convertirá legítimamente en adulto.
El conde Lozano, al que el Cid va a encarar,
es, ni más ni menos, que el primero en la corte del rey Fernando, el soldado
más importante, su mano derecha. Sin embargo, al Cid no le preocupa la posición
del conde, piensa vengarlo a toda costa. Para luchar el Cid usará la espada de
Mudarra el Castellano, con la que está dispuesto a suicidarse si no logra
vencer al conde, pues prefiere la muerte a encarar una deshonra.
Finalmente, el Cid consigue matar al Conde en
cuestión de una hora y, tal y como prometió a su padre, le lleva la cabeza del
muerto.
Tras dar muerte al conde, el Cid se dispone a
visitar al rey Fernando en su caballo con actitud altanera y armado, pues está
dispuesto a pelear si hace falta. Pero este no va solo, lo acompañan
trescientos soldados, sin embargo, estos van cabizbajos y serviles. El Cid
llega a la corte imponiendo el respeto que se ha ganado mediante la violencia y
hace sentir intimidados a los allí presentes, que se acobardan frente a él.
Una vez allí, Diego Laínez, que respeta la
autoridad del rey, le pide a su hijo que se arrodille y le bese la mano.
Rodrigo lo hace porque así se lo ha pedido su padre, pero desenvaina la espalda
frente a él en señal de que podrá matarlo si quiere y de que proviene de una
familia muy poderosa. Tiene una actitud amenazante frente al propio rey. El Cid se va de la corte con actitud de
liderazgo y le siguen los trescientos hijosdalgo, pues este ha demostrado que
sabe hacerse respetar por la muchedumbre e incluso por el propio rey.
Más tarde, el día de Reyes, Jimena, hija del
conde Lozano, acude al palacio para hablar con el rey. Jimena le cuenta que,
tras dar muerte al Conde, el Cid ha seguido acosando a su familia y le reprocha
que no ha sido capaz de imponer justicia ante tal agravio contra su padre,
diciéndole que un rey que no hace justicia no es capaz de reinar. El rey le responde diciéndole que no lo puede
matar, pues muchos caballeros se volverían en su contra. No obstante, tampoco
quiere dejar desprotegida a Jimena, pues lo pagaría con el infierno. Jimena,
ante la incapacidad del rey de aportar una solución, decide que el Cid pague su
pecado casándose con ella. El rey acepta y le manda una carta al padre de Cid
anunciándole el casamiento.
Diego Laínez recibe la carta del rey y
reacciona queriendo proteger a su hijo, por eso se la oculta y decide casarse
él en su lugar. Sin embargo, el Cid demuestra estar a la altura para afrontar
por sí solo la situación y no quiere que Diego Laínez interfiera en su
problema.
Tras esto, el Cid se dirige al palacio del rey
Fernando con sus trescientos hijosdalgo. Allí recibe una calurosa bienvenida
por parte del rey, que le pide que acepte su propuesta de matrimonio con Jimena
para así dar fin al conflicto y que Jimena lo perdone. Rodrigo acepta y retorna
a Vivar junto a su prometida.
En su próxima hazaña el Cid vencerá a los
reyes moros que habían entrado en Castilla y a su paso habían destruido
diferentes zonas. Ni el propio rey había salido a encararlos, pero cuando el
Cid se entera de los acontecimientos decide luchar contra ellos, salvando a los
cristianos en cautiverio y recuperando los territorios perdidos. Asimismo,
reparte entre los cristianos todo lo que ha conseguido en la batalla. Después
de la victoria del Cid, se celebra su boda con Jimena. Los reyes serán los
padrinos y la boda será muy lujosa, no faltará ningún detalle ni invitado y los
novios se vestirán con sus mejores galas.
Tras la boda, el Cid continua sus hazañas. En
esta ocasión viajará a Santiago para hacer una romería con sus vasallos, con
los cuales iba repartiendo limosnas por el camino. Durante el camino se encontró
a un gafo malherido al que salvó y dio cobijo. Por la noche el gafo se
convierte en San Lázaro que, agradeciéndole su buena acción, le dice que Dios
le envía una bendición y augura un buen futuro para él.
Después de su triunfo contra los aragoneses por
el control de Calahorra y de la victoria frente los moros por la posesión de
Coímbra, El Cid es armado caballero en la mezquita de Santa María: el rey le
cedió una espada, la reina le dio el caballo y la infanta doña Urraca le calzó
con espuelas.
El Cid va hacia Lusitania para buscar al moro Abdalla.
Por el camino su caballo Babieca se para en seco y el Cid empieza a escuchar
gritos. Se interesa por saber que pasa y descubre que Ája, la esposa de Abdalla,
está siendo violada por cuatro hombres. La dama pide ayude al Cid para que la
salve y él decide defenderla derrotando a dos de los hombres mientras que los
otros dos huyen. Tras salvarla, la dama corre en busca de su esposo. Cuando
finalmente el Cid encuentra a Abdalla está junto a sus tropas y repleto de
fuertes armas. El Cid quiere enfrentarse con Abdalla y este no responde con
cobardía, también está dispuesto desde hace años a luchar con Rodrigo. Al final
lo mata con su lanza y después le corta la cabeza.
El Cid está de vuelta en Zamora en la corte
del rey cuando llegan unos vasallos moros. Estos traen las parias que le deben
al Cid por haberlos derrotado y se rinden totalmente ante él, le quieren besar
la mano y traen todo tipo de regalos. El Cid rechaza todos estos obsequios
insistiendo en que le pertenecen al rey y no a él, pues es un simple vasallo. En
este momento decisivo se ve que los moros empiezan a respetar y a temer al Cid.
El emperador Enrique visita al Papa para
quejarse de que el rey Fernando, a diferencia de los otros, no le estaba enviando
los tributos que le pertenecían. Ante esta situación, el Papa decide dar aviso
al rey Fernando de que debe pagar lo que le corresponde. El rey, preocupado porque
desobedecer al Papa podría perjudicar a sus reinos, le pide consejo a sus
hombres. Todos le aconsejan que obedezca al Papa, menos el Cid, que piensa que
no le debe ningún tributo a nadie. El rey sigue el consejo del Cid y le dice al
Papa que no pagará ningún tributo. Cuando el Cid vence al Conde de Saboya, los reyes
y emperadores se acobardan y retiran su petición de tributo al rey Fernando,
pues nadie es capaz de enfrentarse al temido Cid.
El rey Fernando es llamado por el Papa para
que acuda a Roma y Rodrigo decide partir con él. Una vez en la capilla de San
Pedro donde hay siete sillas para los siete reyes cristianos, la más cercana al
Papa es la del rey de Francia, mientras que la del rey Fernando se encuentra en
una posición más baja. El Cid no consentirá que su rey sea considerado inferior
y por eso destruye la silla del rey francés y coloca la de Fernando en su
lugar. Ante tal agravio, el papa lo descomulga. No obstante, tras las amenazas
del Cid, el Papa decide absolverlo.
Jimena embarazada, a punto de ponerse de parto,
le escribe una carta al rey desconsolada. En esta carta se queja de que el rey
tiene al Cid demasiado ocupado en asuntos de guerras que nunca va a verla y
cuando va, llega tan cansado, que solo duerme. Se queja de que no tiene el
apoyo de su padre, pues fue asesinado por el propio Cid, ni el de su marido. El
rey responde a la carta de Jimena, diciéndole que no se preocupe por la
ausencia del Cid, promete que cuando nazca su hijo lo dotará de muchos
presentes. No obstante, le recrimina que se esté quejando, pues si no hubiera
sido por él, el Cid sería un simple hidalgo sin ningún poder. Le advierte que,
aunque el Cid vaya a verla, partirá tan pronto como se le necesite en la corte
para librar alguna batalla.
Tras su parto, Jimena va a la misa de parida.
Su atuendo es muy sofisticado e incluye muchas ornamentas. El rey la espera en
la puerta de la iglesia, pues su marido Rodrigo no había podido acudir porque
estaba defendiendo el reino. Este toma su mano y obsequia a su nueva hija con
mil maravedíes.
Nos acercamos al final del reinado de
Fernando, está a punto de morir y por eso decide repartir sus tierras entre sus
tres hijos: a Sancho le deja Castilla; a Alonso, León; y a García, Vizcaya. Sin
embargo, a su hija Urraca no le deja ninguna herencia. Ella llora desconsolada
ante su padre por no haber recibido ni tierras ni un hombre de su parte, pues
se siente olvidada. Urraca está despechada y por eso amenaza con huir a tierras
ajenas en las que negará ser hija suya. Ante esta situación, para contentar a
su hija en sus últimos minutos de vida, el rey decide dejar a Urraca en
posesión de Zamora, un territorio con mucho valor estratégico. Todos sus
hermanos parecen estar de acuerdo y aprueban la decisión del rey, menos Sancho
que se mantiene callado.
Finalmente, el rey Fernando muere y su hijo
Sancho ocupa su lugar, coronándose como rey de Castilla. Empieza una gran
disputa entre los hermanos Sancho y García por ocupar los territorios del
contrario. En unas de sus guerras, Sancho es capturado por su hermano García.
No obstante, Álvar Fáñez, uno de sus vasallos, acudirá a salvarlo y derrotará a
los caballeros que lo tenían preso. Ya liberado el rey Sancho, cuatrocientos
caballeros se unieron a él y otros trescientos siguen al Cid, que también se
une a luchar por defender a su rey Sancho. Sancho le agradece al Cid que haya
acudido en su ayuda, a lo que el Cid responde que morirá por él si es
necesario. La liberación de su hermano le pilla de improvisto a García, que
será derrotado por el ejército contrario. El Cid lo atrapa y lo entrega a su
rey don Sancho, el cuál lo encarcelará en el castillo de Luna.
Más tarde, el rey don Sancho volverá a
enfrentarse, esta vez con su hermano Alfonso en León. Ambos reyes cristianos
luchan por sus tierras. En esta ocasión el rey don Sancho es derrotado en el
campo de batalla. No obstante, el Cid no permitirá que su señor sea vencido y
le ayuda a derrotar a sus enemigos. Los caballeros leoneses capturan a don
Sancho, pero llega el Cid para salvarlo y consigue liberarlo enfrentándose a
los enemigos. Finalmente, se llevan preso a Burgos al rey Alfonso.
Teniendo don Sancho al rey Alonso encarcelado,
le visita su hermana Urraca para pedirle un favor. Don Sancho acepta, pero dice
que no le dará ninguno de sus territorios. Sin embargo, Urraca quiere algo muy
distinto: que libere a su hermano Alfonso con vida. Don Sancho obedece.
Después de que tengan lugar estos
enfrentamientos, el Cid mantiene una conversación con el rey don Sancho.
Mientras que el Cid le reprocha que no está cumpliendo con la promesa que le
hizo a su padre de no entrar en guerra con sus hermanos, don Sancho contesta
que no está cometiendo ningún agravio, puesto que las tierras de sus hermanos
son en realidad suyas, y él debería de haberlas heredado. El Cid no comparte su
opinión, pero le seguirá obedeciendo y luchando si hace falta porque se
considera un fiel vasallo.
Alfonso, que ya ha sido liberado por don
Sancho, ha partido a Toledo y allí ha sido acogido por Alimaimon, un rey moro.
Es muy bien recibido, los moros lo elogian y piensan que tiene todas las
facultades para llegar a ser rey de Toledo.
El rey don Sancho le ordena al Cid que vaya a
ver a su hermana Urraca y le pida que le entregue Zamora. Le parece una ciudad
incluso más valiosa que la propia España, con mucho valor estratégico. A Sancho
no le importa desprenderse de otros territorios por conseguir la posesión de
Zamora. Está dispuesto a hacerle un trueque a su hermana y darle otros
territorios a cambio de la ciudad o a amenazarla si su hermana no acepta.
El Cid obedece, pero cuando llega a Zamora doña
Urraca parece no estar dispuesta a cederle su tierra. Además, le recrimina que está
siendo desagradecido, pues su familia le dio todo cuanto tiene: su padre lo
armó caballero, ella misma le calzó las espuelas y pudo casarse con la hija del
conde, obteniendo así muchas riquezas. También se queja de su hermano don
Sancho, que ha desobedecido la promesa que hicieron frente a su padre, pues
primero le ha tomado las tierras a García, después a Alfonso y ahora quiere
hacer lo mismo con ella. Doña Urraca quiere oponer resistencia, por ser mujer
no luchará frente a frente, pero hará algo para acabar con su hermano.
Arias Gonzalo es el principal caballero de Doña
Urraca, le aconseja que considere hasta qué punto cuenta con apoyo bélico, que
lo consulte primero con sus vasallos y si ellos están dispuestos a pelear, que
lo haga. Los vasallos acuerdan que lucharán por la villa, no está dispuestos a
dársela a don Sancho. Ante esta situación, El Cid le aconseja a don Sancho no
pelear, puesto que se crio en Zamora y no quiere luchar allí. El rey Don
Sancho, muy molesto, la responde que lo mataría de no ser porque el padre le
pidió que lo respetara. Sin embargo, lo destierra del reino de Castilla.
El Cid, como buen vasallo, obedece. No
obstante, los vasallos del rey don Sancho le aconsejan que no lo destierre,
pues es su mejor caballero. El rey don Sancho recapacita y decide pedirle que
vuelva, mandándole sus disculpas. El Cid vuelve a sus tierras y le besa la mano
al rey.
El Cid le avisa a su rey don Sancho de que ha
salido de Zamora Vellido Dolfos, pero que no se fie de él porque es un traidor.
Vellido Dolfos, que en realidad es servidor de doña Urraca, finge que Arias
Gonzalo lo ha querido asesinar por aconsejarle que entregue Zamora y dice que
va a servir al rey don Sancho como vasallo para poder matarlo. Vellido dice
que, si acepta su propuesta, le dirá como conseguir Zamora. El rey don Sancho,
movido por la codicia de conseguir Zamora, decide fiarse de él.
En definitiva, el rey es asesinado por Vellido
Dolfos y, antes de su inminente muerte, piensa que este ha sido el castigo de
Dios por no haber cumplido con la promesa que le hizo antaño a su padre el rey
Fernando. También pide a sus vasallos que les digan a sus hermanos que lo
perdonen y que acojan al Cid como un vasallo más, pues todo lo que ha hecho
Rodrigo ha sido por mandato de don Sancho y no por voluntad propia. De esta
forma, doña Urraca habría cumplido su promesa: vengarse de su hermano don
Sancho.
Todos los caballeros de Castilla se lamentan
por su muerte, especialmente el Cid, que se arrepiente de que don Sancho no
siguiera su consejo sobre no levantarse contra Zamora. Ante esta situación, los
caballeros de la corte de Castilla proponen que se escoja a un caballero para
vengar al rey muerto. Nadie se atreve a tomar tal responsabilidad, pues temen a
Arias Gonzalo y a sus hijos. Se piensa que el Cid es el candidato ideal para
llevar a cabo la venganza, pero este no aceptará porque ya había hecho un
juramento de que no lucharía contra Zamora. Por lo tanto, el Cid prefiere
desentenderse del conflicto. Sin embargo, Diego Ordóñez, perteneciente al
distinguido linaje de Lara, se ofrecerá como voluntario para luchar en nombre
de Castilla.
Acordado lo anterior, Diego Ordoñez se pone en
marcha hasta Zamora y reta a todos los allí presentes por haber dado cobijo al
traidor Vellido Dolfos en sus tierras. Le responde Arias Gonzalo diciéndole que
acepta su reto, pues ni ellos mismos estaban al tanto del asesinato que Vellido
Dolfos iba a cometer, pero que según lo establecido deberá luchar con cinco
hombres por haber retado a todo el concejo. Diego Ordóñez, con cierto
arrepentimiento por lo que dijo, acepta el desafío de luchar contra cinco
caballeros zamoranos.
Los caballeros a los que se va a enfrentar
Ordoñez son Arias Gonzalo y cuatro de sus hijos. Doña Urraca muestra su
tristeza ante esta situación pues teme que Arias Gonzalo, al que su padre
encomendó cuidarla, no sea capaz de ganar la batalla por su vejez y la deje
desamparada. Arias Gonzalo, para no disgustar a la infanta, decide desarmarse y
dejar que sean sus hijos los que luchen primero. Antes de la batalla Arias
Gonzalo habla a sus hijos de la importancia de luchar para conservar la honra,
pues más vale estar muerto que perderla, si quieren ser buenos caballeros deben
estar dispuestos a morir por la infanta y por su tierra.
Comienza la batalla y diego Ordoñez va
luchando, uno por uno, con los hijos de Arias Gonzalo. Vence al primero y al
segundo fácilmente, pero en el tercer asalto Diego sale herido al matar a uno
de los caballeros y se queda sin su caballo que se aleja cabalgando. Ante esta
situación confusa, pues no se sabe quién ha vencido, los jueces invitan a Diego
Ordóñez a irse porque ellos serán los encargados de nombrar al vencedor.
Diego Ordóñez se lamenta y avergüenza de no
haber podido terminar la batalla, está herido y no tiene ninguna esperanza de
poder ganar. No obstante, llega el Cid a socorrerlo y a anunciarle que lo han
proclamado vencedor. Por otra parte, Arias Gonzalo se lamenta junto a doña
Urraca de la muerte de sus tres hijos, pues preferiría haber muerto él en su
lugar. Sin embargo, intenta consolar a doña Urraca y se enorgullece de que
ellos hayan dado la vida por su patria. De esta forma, Zamora queda libre.
Con la muerte de don Sancho, Castilla queda
sin rey. Doña Urraca se encargará de hacer llegar una carta a su hermano
Alfonso, que había huido a Toledo, territorio de moros. En esta carta le
avisará de la muerte de don Sancho y de que a él le corresponde ahora heredar
el trono de Castilla. Alfonso recibe esta noticia de buen grado.
Cuando Alfonso llega a Castilla, es bien
recibido por sus nuevos vasallos que le besarán la mano. Sin embargo, el Cid no
está dispuesto a hacerlo porque sospecha que Alfonso pudo haber estado
planeando la muerte de don Sancho junto a doña Urraca, pues para el sería
beneficioso heredar todas sus tierras. El Cid propone que Alfonso haga un
juramento ante él negando haber tenido algo que ver en la muerte de su hermano.
De esta forma, queda acordado que el Cid le tomará juramento al futuro rey.
El juramento se llevará a cabo en Santa Gadea
de Burgos, Alfonso viene acompañado de doce de sus caballeros que deberán de
jurar, al igual que él, no haber participado en la muerte de don Sancho. El Cid
será la persona que tome constancia de lo que el rey Alfonso va a jurar. Le
tomará juramento sobre una ballesta de palo, porque esta fue el arma del crimen
de don Sancho. El Cid empieza a hablar sobre la muerte que le desea a Alfonso
en caso de que esté mintiendo: una muerte lo más sádica y cruel posible. El rey
Alfonso jura no haber tenido nada que ver, pero también se enfurece por la
forma en la que lo está tratando el Cid y por eso lo destierra, no podrá volver
hasta dentro de un año.
El Cid, lejos de disgustarse, decide que se
irá con gusto y no volverá hasta dentro de cuatro años. El Cid obedece al rey
porque todavía sigue considerándose su vasallo, aunque piensa que ha sido
injusto con él. El Cid le dice al rey que con el tiempo se dará cuenta de la
nefasta decisión que ha tomado, pues él es el vasallo que más lealtad y
valentía le ha demostrado.
Finalmente, el Cid se va con sus hijosdalgo
que están dispuestos a defenderlo y a ser desterrados con él, uno de ellos su
principal caballero Álvar Fáñez, mientras toda Castilla llora por su marcha. El
Cid piensa que, aun habiendo sido desterrado, esto le dará una oportunidad para
seguir expandiendo sus territorios fuera de Castilla. Todos los territorios que
el Cid consiga a partir de ahora formarán parte de Castilla la Nueva.
El Cid deja Vivar y se dirige a Burgos
mientras llora mirando la corte que deja atrás y que un día fue suya. Cuando el
Cid llega a Burgos, son muchos los que se asoman a verlo y a lamentarse. No
obstante, nadie lo hospeda, solo una niña sale a hablar con él que le pide que
se marche, pues el rey Alfonso, con el objetivo de sembrar el pánico entre el
vulgo, ha prohibido que le den cobijo y le vendan comida. Ante esta situación,
al Cid no le queda otro remedio que marcharse de allí y acampar en las afueras
con sus caballeros.
Martín Antolínez viene a traer provisiones al
Cid y a sus hombres. Decide unirse a su ejército. Ya que no puede conseguir
posesiones, el Cid decide acudir a los judíos para pedirles dinero. El Cid
encarga a Martín Antolínez que vaya en busca de los judíos, concretamente de
Raquel y Vidas, para hacer un trato con ellos: les dejará empeñadas dos arcas
llenas de oro porque son demasiado pesadas para cargar con ellas. A cambio, ellos
le den dinero prestado que el Cid les devolverá pasado un tiempo. Sin embargo,
Martín Antolínez les pondrá una condición: no podrán abrir los cofres hasta
dentro de un año, porque en realidad han sido engañados y los cofres están
llenos de arena. Ilusos, Raquel y Vidas aceptarán el trato y se llevarán
consigo las arcas del Cid. El Cid ya tiene el dinero que quería, y se vuelve
para San Pedro de Cardeña, donde está su mujer con sus dos hijas hospedadas por
el abad don Sancho.
Una vez llega el Cid a San Pedro de Cardeña, el
Cid le da dinero al abad para que cuide de sus dos hijas pequeñas y de su mujer
durante su ausencia. Jimena no soporta que el Cid haya sido desterrado, pues no
quiere que se separe de ella. No obstante, él espera poder volver para casar a
sus hijas.
El Cid sale del reino de Alfonso antes de que
acabe el plazo de nueve días. Una vez desterrado, empieza a conquistar y
saquear territorios de los moros. Reparte las riquezas que va consiguiendo
entre sus vasallos. Empieza por Castejón, después desea conquistar Alcocer, uno
de los territorios más valiosos para los moros, para ello planea una estrategia:
levanta el campamento que había montado con sus caballeros dejando algunas
valiosas posesiones, dando a entender que se ha marchado con sus vasallos. Sin
embargo, realmente se ha escondido. Cuando los habitantes de Alcocer salen a
robar todas las posesiones del Cid, este aprovecha para atacarlos y hacerse con
el control del reino.
No obstante, el rey moro de Valencia, Tamín,
no permitirá que el Cid ocupe sus tierras, por eso manda un gran ejército a
Alcocer para que luche contra los caballeros del Cid. Después de que hubieran
cercado al Cid durante más de tres semanas, la batalla comienza. Muertos los
reyes moros Faríz y Galve, la victoria es para el Cid, que reparte las riquezas
ganadas entre sus vasallos. Además, ordena a Alvar Fáñez que vaya a Castilla y
le regale al rey algunos de sus mejores caballos. El rey acepta los presentes y
perdona a Alvar Fáñez, pero no está dispuesto a perdonar al Cid todavía. Alvar
Fáñez regresa en busca del Cid, esta vez lo acompañan nuevos caballeros que se
han unido al ejército.
Durante todo el tiempo que pasa desterrado, el
Cid va conquistado más y más territorios, entre ellos Barcelona, y ganando
muchas riquezas. Después de tres años de batallas, el Cid ya ha conquistado
toda la región de Valencia, tierra de moros, con un ejército que cada vez se
expandía más. Cuando acaban la conquista de Valencia, el Cid hace un recuento
de sus vasallos para dejar constancia de a quiénes les ha repartido las riquezas
que han ganado, son 3600 en total.
Ahora que el Cid tiene multitud de riquezas,
manda a Alvar Fáñez de nuevo a Castilla para que se encuentre con don Alfonso y
le lleve cien caballos, le bese la mano en su nombre y le pida que le deje
sacar a sus hijas de allí, también manda dinero para don Sancho, el abad de San
Pedro de Cardeña. Alvar Fáñez parte a Castilla con cien caballeros más,
dispuesto a cumplir los recados del Cid.
Una vez que llega a Castilla, Alvar Fáñez es
informado de que el rey Alfonso se encuentra en Carrión, así que hacia allí se
dirigen los caballeros con sus presentes. Cuando se encuentran, Alvar Fáñez se
arrodilla ante el rey y le besa la mano en nombre del Cid. Le cuenta la
cantidad de territorios que el Cid ha conquistado fuera de Castilla y todas las
riquezas que ha ganado. El rey acepta los caballos que el Cid le envía y
permite a su mujer e hijas salir del convento. Asimismo, se ofrece a devolverle
a los vasallos del Cid todo lo que les había confiscado. Mientras tanto, los
infantes de Carrión se interesan en casarse con las hijas del Cid.
Finalmente, Alvar Fáñez parte San Pedro de
Cardeña. Allí le da la noticia a doña Jimena de que el rey la ha puesto en
libertad. Alvar Fáñez emprende el viaje de vuelta a Valencia con las hijas y la
mujer del Cid para reencontrase con él. También lleva nuevos caballeros que han
decidido unirse a su ejército. El Cid sale a recibir a su esposa e hijas cuando
llegan a Valencia con su caballo Babieca.
El rey Yusuf de Marruecos quiere cercar
Valencia, así que se dirige con su ejército hacia allí por el mar. El Cid
deberá luchar por primera vez delante de su mujer y sus hijas, las cuales están
muy asustadas, él las tranquiliza con la seguridad de que ganarán la batalla.
Así sucede, casi todos los caballeros de Marruecos son vencidos y obtienen un
gran botín con la victoria que se reparte entre todos. El Cid vuelve entonces a
Valencia donde le espera su familia.
Tras esta victoria, el Cid manda a Alvar Fáñez
y a Pedro Bermúdez de nuevo a Castilla para que lleven al rey doscientos de los
mejores caballos que ha ganado en la batalla como obsequio. El rey se muestra
muy agradecido y cada vez más convencido de levantar el destierro del Cid.
Mientras tanto, los infantes de Carrión, don Diego y don Fernando, le piden al
rey casarse con las hijas del Cid para aumentar su honra y ganar riquezas. El
rey pedirá reunirse con el Cid donde a él le plazca para tratar este asunto y
decidir qué hacer.
El Cid y el rey se encuentran a orillas del
río Tajo para hablar sobre el posible casamiento. Al llegar, el Cid se
arrodilla ante el rey y le pide su perdón. Alfonso levanta el destierro del Cid
y lo acoge de nuevo en sus tierras, pidiéndole perdón. Allí el Cid conoce a los
infantes de Carrión. El rey Alfonso
decide congraciarse con el Cid y, para compensar el destierro, decide honrarle
mediante el casamiento de sus hijas con los infantes de Carrión. Los infantes
de Carrión pertenecen a un estamento social superior al del Cid. Su casamiento
es una forma de elevar la honra de su linaje. Aunque el Cid no está de acuerdo
en casar a sus hijas a tan temprana edad, está dispuesto a aceptar lo que el
rey decida. Aceptado el matrimonio, los infantes besan la mano al Cid e
intercambian espadas con él. Los infantes parten a Valencia con el Cid, donde
se celebrarán las bodas.
Una vez llegados de vuelta a Valencia, con más
caballeros de los que volvieron, el Cid da la gran noticia a sus mujer e hijas
de su inminente casamiento. Ellas lo reciben con gran alegría. Alvar Fáñez será
el encargado de entregar a Elvira y Sol, las hijas del Cid, a los infantes de
Carrión. El obispo don Jerónimo llevará a cabo la misa. Las bodas duran quince
días y se celebran de la forma más lujosa posible. El Cid les hace regalos a
todos los asistentes, que se marchan de vuelta a Castilla con las manos llenas.
Finalmente, las bodas acaban y el Cid se quedará en Valencia con doña Jimena,
sus hijas y sus nuevos yernos.
Estando el Cid en Valencia con sus yernos y
vasallos, un león se escapa de su jaula. Esto provoca mucho temor en la corte,
los soldados van a combatir con el león para proteger al Cid que se hallaba
dormido. No obstante, los infantes de Carrión se acobardan ante la bestia y
huyen. Cuando el Cid despierta, es capaz de encarar a la bestia sin dificultad:
lo agarra del cuello y lo vuelve a meter en la jaula. Hecho esto, el Cid se da
cuenta de que sus yernos no han sido valientes, se han amedrentado ante una
bestia que él ha podido domar fácilmente. Esto supone un motivo de burla en
toda la corte y el enojo del Cid ante la inesperada cobardía de sus yernos. Los
infantes, avergonzados, no tardarán en tomar venganza.
Cuando el rey Búcar de Marruecos se dispone a
cercar Valencia, los infantes se atemorizan de tan solo pensar que tendrán que
luchar en una batalla. Viendo su cobardía, el Cid les aconseja que no luchen. Sin
embargo, ellos deben de hacerlo para defender su linaje. Cuando llega el
combate, los infantes atacan en primer lugar por petición propia y Fernando,
uno de ellos, va a atacar a uno de los moros, pero no es capaz de enfrentarse a
él y huye con su caballo. Pedro Bermúdez es capaz de derrotar al moro que
Fernando no pudo y hace creer a todos que ha sido en realidad el Infante el que
lo ha matado para de no quede en vergüenza delante del Cid. La batalla finaliza
cuando el Cid mata al rey Búcar a orillas del mar. El botín que consiguen es
repartido entre todos los vasallos y los infantes, que son felicitados por el
Cid por haber luchado valientemente en la batalla. Sin embargo, todos los
vasallos saben que los infantes no han luchado y han actuado con cobardía, por
eso son objeto de burlas.
Los infantes de Carrión, enojados por las
burlas, deciden planear una venganza contra el Cid: marcharán a Carrión con sus
respectivas esposas y se llevarán dinero suficiente para comenzar una nueva
vida. El Cid accede de buena gana, dándoles provisiones para el viaje y sus dos
espadas que ganó luchando. Todos en Valencia se despiden de ambos matrimonios y
doña Elvira y doña Sol le piden a su padre que mande noticias suyas a Carrión. El
Cid, para asegurarse del bienestar de sus hijas, manda a su sobrino Félez Múñoz
a que las acompañe hasta Carrión. También le ordena que paren en Molina para
ver a su antiguo amigo el moro Abengalbón que los acompañará hasta Medina.
Cuando llegan al encuentro con el moro
Abengalbón, este los recibe con los brazos abiertos y los colma de riquezas.
Maravillados ante tanto lujo, los infantes de Carrión planean matarlo. Sin
embargo, uno de los vasallos del rey moro descubre el plan que están tramando y
se lo comunica a su señor. Cuando se entere de la deslealtad, Abelgalbón
amenaza a los infantes con matarlos, si no lo hace es porque son yernos del
Cid, al cual guarda mucho respeto. Los infantes llegan con sus esposas al
robledal de Corpes, un sitio tenebroso, donde serán castigadas. A pesar de los
ruegos de las mujeres, que prefieren ser asesinadas, los infantes de Carrión
las violan y maltratan. Después de la paliza, las dan por muertas y las deja
abandonadas en aquel monte. Esta ha sido la forma de venganza de los infantes
hacia el Cid.
No obstante, nada sale según los esperado.
Félez Múñoz, que no se fía de los infantes, decide ir a comprobar el estado de
sus primas y se las encuentra heridas. Las reanima y las recoge, montándolas en
su caballo. Cuando los mensajeros llegan a Valencia con la noticia, el Cid
manda a sus más fieles vasallos a que les traigan a sus hijas que se encuentran
reposando en San Esteban de Gormaz. Cuando se encuentra con sus hijas, el Cid
se muestra arrepentido por no haber impedido el casamiento de sus hijas,
planeado por el rey Alfonso. Igualmente asegura que se vengará de ellos.
Tramando esta venganza, el Cid manda a un mensajero
desde Valencia para que se encuentre con el rey Alfonso y le dé cuenta de su
voluntad de vengarse de los infantes. El rey decide convocar a los infantes en
Toledo para que se encuentren allí con el Cid y le hagan justicia. Los infantes
no quieren acudir al encuentro, pues temen al Cid, pero están obligados a
asistir si no quieren ser desterrados. El Cid se prepara, junto a sus mejores
vasallos, para presentarse en la corte de Toledo.
Lo primero que pide el Cid a los infantes es
que le devuelvan las espadas que ganó luchando: Colada y Tizona. Los infantes
acceden y les devuelven las espadas al Cid, que decide regalárselas a dos de
sus mejores vasallos: Pedro Bermúdez y Martín Antolínez. A continuación, les
pide que les devuelva todo el dinero que les ofreció cuando se marcharon hacia
Carrión. Lo infantes son obligados a cumplir el trato, pues los jueces lo
consideran justo. Para terminar, el Cid no puede despedirse sin antes retar a
los infantes a un combate.
No obstante, no será el Cid quien se enfrente
a los infantes, sino dos de sus mejores vasallos que tendrán que demostrar ser
dignos del Cid. Por una parte, Pedro Bermúdez reta al infante Fernando,
reprochándole cuando tuvo miedo de luchar contra el león o cuando huyó
atemorizado de una batalla y él lo salvó. Por otra parte, el infante Diego es
retado por Martín Antolínez. Asimismo, Muño Gustioz, reta a Asur González, tío
de los infantes. El combate se llevará a cabo tres semanas después en Carrión.
Ojarra e Íñigo Jiménez, infantes de Navarra y
Aragón, se presentan ante el Cid para pedirle las manos de sus hijas. El Cid
vuelve a dejar tan importante decisión en manos del rey Alfonso y este aprueba
el casamiento, siendo una forma de devolver la honra a Elvira y Sol, y también
al Cid.
El Cid se torna a Valencia dejando a sus más
fieles vasallos, que se enfrentarán a los infantes de Carrión, en tierras del
rey Alfonso. Antes de irse le ofrece su fiel caballo Babieca al rey, pero este
lo rechaza pues piensa que nunca podrá tener tan buen dueño como lo es el Cid.
Llega el día del gran duelo, los caballeros
del Cid están preparados para vengar a los infantes. En primer lugar, Pedro
Bermúdez vence a Fernando González con la que había sido su espada, Tizona.
Posteriormente, el infante Diego Fernández es derrotado por Martín Antolínez
que lucha con la otra espada del Cid, Colada. También Muño Gustioz se proclama
vencedor. Los tres vasallos del Cid se marchan victoriosos de vuelta a Valencia
donde los espera el Cid, orgulloso de que sus hijas hayan recuperado su honra. El
Cantar del Cid acaba con las nuevas bodas de sus hijas, esta vez con los
infantes de Navarra y Aragón.
Estando el Cid muy cansado de tantas guerras,
el rey Búcar se propone atacar Valencia nuevamente acompañado de muchos reyes
moros. Sin embargo, una noche al Cid se le aparece San Pedro mientras dormía
para decirle que morirá en un plazo de treinta días, pero que Dios le ha
otorgado el beneficio de que podrá vencer al rey moro Búcar tras su muerte,
pues le está muy agradecido por todos los buenos actos que ha llevado a cabo
durante su vida.
Días antes de morir, el Cid reúne a su esposa
y a sus más fieles vasallos. Les pide que no lloren su muerte y les encomienda
una tarea: deberán embalsamar su cuerpo y montarlo en Babieca con su espada Tizona
en la mano para hacer creer a los enemigos en la batalla que sigue vivo. Asimismo,
muestra su deseo de ser enterrado en San Pedro de Cardeña. Manda escribir su
testamento en el que deja su herencia a su esposa, cuyo fiel servidor será
Pedro Bermúdez. También reparte riquezas entre sus vasallos y el propio rey, al
cual perdona por haberlo desterrado.
El Cid ha muerto. Gil Díaz, siguiendo los
deseos del difunto, ha puesto de pie el cuerpo embalsamado del Cid con la ayuda
de unas maderas y lo va a atar encima de su caballo Babieca, también le atan su
espada Tizona a la mano. La rigidez de su cuerpo daba la sensación de que
estaba vivo. Cuando llega la batalla contra Búcar, el cadáver del Cid les sube
la moral a todos los caballeros que lo acompañan, aunque esté muerto. Los
enemigos incluso temen al cadáver del Cid. Los moros son derrotados, la mayoría
huyen de pavor y se ahogan en el mar.
Los vasallos del Cid se quedan con todas sus
riquezas y, por deseo del Cid, parten hacia Castilla, concretamente a San Pedro
de Cardeña, donde lo enterrarán. Mucha gente acude a su entierro, entre ellos
sus hijas, yernos y el rey Alfonso. Todos se sorprenden del aspecto del Cid,
que no parece que no tenga vida. En lugar de enterrarlo, el rey ordena que su
cuerpo quede en el altar con su espada Tizona en la mano. Allí permaneció el
cuerpo del Cid durante más de diez años.