viernes, 25 de febrero de 2022

El Cid entre el romancero y el Cantar

 De nuevo traigo otro trabajo de reescritura de la historia del Cid, esta vez por mi alumna Andrea Vaca Grimaldi. Este destaca por ser muy detallista y ofrecer datos sobre Rodrigo Díaz no muy conocidos para quien no haya profundizado en el romancero. 



El Romancero comienza contando como Diego Laínez ha sido agraviado física y verbalmente por el conde Lozano. Ante esta situación, Diego Laínez busca entre sus hijos alguno que sea capaz de luchar contra el conde en su lugar para devolver la honra de su linaje. Después de hacer una prueba con sus cuatro hijos, decide que el más indicado para vengarse del conde y defender su linaje es su hijo bastardo, Rodrigo, El Cid. Este, respetando la autoridad suprema que se le concebía a la figura paternal en aquella época, promete a su padre que le traerá la cabeza del conde.

El Cid se presenta dubitativo y pensativo porque va a encarar la responsabilidad más grande de su vida. La importancia de este romance reside en que es el gran paso del Cid de la niñez a la edad adulta. Hasta ahora el Cid ha sido un niño, pero la honra es suficiente motivo para jugarse la vida y demostrar que es un noble. Si es capaz de matar al conde, se convertirá legítimamente en adulto.

El conde Lozano, al que el Cid va a encarar, es, ni más ni menos, que el primero en la corte del rey Fernando, el soldado más importante, su mano derecha. Sin embargo, al Cid no le preocupa la posición del conde, piensa vengarlo a toda costa. Para luchar el Cid usará la espada de Mudarra el Castellano, con la que está dispuesto a suicidarse si no logra vencer al conde, pues prefiere la muerte a encarar una deshonra.

Finalmente, el Cid consigue matar al Conde en cuestión de una hora y, tal y como prometió a su padre, le lleva la cabeza del muerto.

Tras dar muerte al conde, el Cid se dispone a visitar al rey Fernando en su caballo con actitud altanera y armado, pues está dispuesto a pelear si hace falta. Pero este no va solo, lo acompañan trescientos soldados, sin embargo, estos van cabizbajos y serviles. El Cid llega a la corte imponiendo el respeto que se ha ganado mediante la violencia y hace sentir intimidados a los allí presentes, que se acobardan frente a él.

Una vez allí, Diego Laínez, que respeta la autoridad del rey, le pide a su hijo que se arrodille y le bese la mano. Rodrigo lo hace porque así se lo ha pedido su padre, pero desenvaina la espalda frente a él en señal de que podrá matarlo si quiere y de que proviene de una familia muy poderosa. Tiene una actitud amenazante frente al propio rey.  El Cid se va de la corte con actitud de liderazgo y le siguen los trescientos hijosdalgo, pues este ha demostrado que sabe hacerse respetar por la muchedumbre e incluso por el propio rey.

Más tarde, el día de Reyes, Jimena, hija del conde Lozano, acude al palacio para hablar con el rey. Jimena le cuenta que, tras dar muerte al Conde, el Cid ha seguido acosando a su familia y le reprocha que no ha sido capaz de imponer justicia ante tal agravio contra su padre, diciéndole que un rey que no hace justicia no es capaz de reinar.  El rey le responde diciéndole que no lo puede matar, pues muchos caballeros se volverían en su contra. No obstante, tampoco quiere dejar desprotegida a Jimena, pues lo pagaría con el infierno. Jimena, ante la incapacidad del rey de aportar una solución, decide que el Cid pague su pecado casándose con ella. El rey acepta y le manda una carta al padre de Cid anunciándole el casamiento.

Diego Laínez recibe la carta del rey y reacciona queriendo proteger a su hijo, por eso se la oculta y decide casarse él en su lugar. Sin embargo, el Cid demuestra estar a la altura para afrontar por sí solo la situación y no quiere que Diego Laínez interfiera en su problema.

Tras esto, el Cid se dirige al palacio del rey Fernando con sus trescientos hijosdalgo. Allí recibe una calurosa bienvenida por parte del rey, que le pide que acepte su propuesta de matrimonio con Jimena para así dar fin al conflicto y que Jimena lo perdone. Rodrigo acepta y retorna a Vivar junto a su prometida.

En su próxima hazaña el Cid vencerá a los reyes moros que habían entrado en Castilla y a su paso habían destruido diferentes zonas. Ni el propio rey había salido a encararlos, pero cuando el Cid se entera de los acontecimientos decide luchar contra ellos, salvando a los cristianos en cautiverio y recuperando los territorios perdidos. Asimismo, reparte entre los cristianos todo lo que ha conseguido en la batalla. Después de la victoria del Cid, se celebra su boda con Jimena. Los reyes serán los padrinos y la boda será muy lujosa, no faltará ningún detalle ni invitado y los novios se vestirán con sus mejores galas.

Tras la boda, el Cid continua sus hazañas. En esta ocasión viajará a Santiago para hacer una romería con sus vasallos, con los cuales iba repartiendo limosnas por el camino. Durante el camino se encontró a un gafo malherido al que salvó y dio cobijo. Por la noche el gafo se convierte en San Lázaro que, agradeciéndole su buena acción, le dice que Dios le envía una bendición y augura un buen futuro para él.  

Después de su triunfo contra los aragoneses por el control de Calahorra y de la victoria frente los moros por la posesión de Coímbra, El Cid es armado caballero en la mezquita de Santa María: el rey le cedió una espada, la reina le dio el caballo y la infanta doña Urraca le calzó con espuelas.

El Cid va hacia Lusitania para buscar al moro Abdalla. Por el camino su caballo Babieca se para en seco y el Cid empieza a escuchar gritos. Se interesa por saber que pasa y descubre que Ája, la esposa de Abdalla, está siendo violada por cuatro hombres. La dama pide ayude al Cid para que la salve y él decide defenderla derrotando a dos de los hombres mientras que los otros dos huyen. Tras salvarla, la dama corre en busca de su esposo. Cuando finalmente el Cid encuentra a Abdalla está junto a sus tropas y repleto de fuertes armas. El Cid quiere enfrentarse con Abdalla y este no responde con cobardía, también está dispuesto desde hace años a luchar con Rodrigo. Al final lo mata con su lanza y después le corta la cabeza.

El Cid está de vuelta en Zamora en la corte del rey cuando llegan unos vasallos moros. Estos traen las parias que le deben al Cid por haberlos derrotado y se rinden totalmente ante él, le quieren besar la mano y traen todo tipo de regalos. El Cid rechaza todos estos obsequios insistiendo en que le pertenecen al rey y no a él, pues es un simple vasallo. En este momento decisivo se ve que los moros empiezan a respetar y a temer al Cid.

El emperador Enrique visita al Papa para quejarse de que el rey Fernando, a diferencia de los otros, no le estaba enviando los tributos que le pertenecían. Ante esta situación, el Papa decide dar aviso al rey Fernando de que debe pagar lo que le corresponde. El rey, preocupado porque desobedecer al Papa podría perjudicar a sus reinos, le pide consejo a sus hombres. Todos le aconsejan que obedezca al Papa, menos el Cid, que piensa que no le debe ningún tributo a nadie. El rey sigue el consejo del Cid y le dice al Papa que no pagará ningún tributo. Cuando el Cid vence al Conde de Saboya, los reyes y emperadores se acobardan y retiran su petición de tributo al rey Fernando, pues nadie es capaz de enfrentarse al temido Cid.

El rey Fernando es llamado por el Papa para que acuda a Roma y Rodrigo decide partir con él. Una vez en la capilla de San Pedro donde hay siete sillas para los siete reyes cristianos, la más cercana al Papa es la del rey de Francia, mientras que la del rey Fernando se encuentra en una posición más baja. El Cid no consentirá que su rey sea considerado inferior y por eso destruye la silla del rey francés y coloca la de Fernando en su lugar. Ante tal agravio, el papa lo descomulga. No obstante, tras las amenazas del Cid, el Papa decide absolverlo.

Jimena embarazada, a punto de ponerse de parto, le escribe una carta al rey desconsolada. En esta carta se queja de que el rey tiene al Cid demasiado ocupado en asuntos de guerras que nunca va a verla y cuando va, llega tan cansado, que solo duerme. Se queja de que no tiene el apoyo de su padre, pues fue asesinado por el propio Cid, ni el de su marido. El rey responde a la carta de Jimena, diciéndole que no se preocupe por la ausencia del Cid, promete que cuando nazca su hijo lo dotará de muchos presentes. No obstante, le recrimina que se esté quejando, pues si no hubiera sido por él, el Cid sería un simple hidalgo sin ningún poder. Le advierte que, aunque el Cid vaya a verla, partirá tan pronto como se le necesite en la corte para librar alguna batalla.

Tras su parto, Jimena va a la misa de parida. Su atuendo es muy sofisticado e incluye muchas ornamentas. El rey la espera en la puerta de la iglesia, pues su marido Rodrigo no había podido acudir porque estaba defendiendo el reino. Este toma su mano y obsequia a su nueva hija con mil maravedíes.

Nos acercamos al final del reinado de Fernando, está a punto de morir y por eso decide repartir sus tierras entre sus tres hijos: a Sancho le deja Castilla; a Alonso, León; y a García, Vizcaya. Sin embargo, a su hija Urraca no le deja ninguna herencia. Ella llora desconsolada ante su padre por no haber recibido ni tierras ni un hombre de su parte, pues se siente olvidada. Urraca está despechada y por eso amenaza con huir a tierras ajenas en las que negará ser hija suya. Ante esta situación, para contentar a su hija en sus últimos minutos de vida, el rey decide dejar a Urraca en posesión de Zamora, un territorio con mucho valor estratégico. Todos sus hermanos parecen estar de acuerdo y aprueban la decisión del rey, menos Sancho que se mantiene callado.

Finalmente, el rey Fernando muere y su hijo Sancho ocupa su lugar, coronándose como rey de Castilla. Empieza una gran disputa entre los hermanos Sancho y García por ocupar los territorios del contrario. En unas de sus guerras, Sancho es capturado por su hermano García. No obstante, Álvar Fáñez, uno de sus vasallos, acudirá a salvarlo y derrotará a los caballeros que lo tenían preso. Ya liberado el rey Sancho, cuatrocientos caballeros se unieron a él y otros trescientos siguen al Cid, que también se une a luchar por defender a su rey Sancho. Sancho le agradece al Cid que haya acudido en su ayuda, a lo que el Cid responde que morirá por él si es necesario. La liberación de su hermano le pilla de improvisto a García, que será derrotado por el ejército contrario. El Cid lo atrapa y lo entrega a su rey don Sancho, el cuál lo encarcelará en el castillo de Luna.

Más tarde, el rey don Sancho volverá a enfrentarse, esta vez con su hermano Alfonso en León. Ambos reyes cristianos luchan por sus tierras. En esta ocasión el rey don Sancho es derrotado en el campo de batalla. No obstante, el Cid no permitirá que su señor sea vencido y le ayuda a derrotar a sus enemigos. Los caballeros leoneses capturan a don Sancho, pero llega el Cid para salvarlo y consigue liberarlo enfrentándose a los enemigos. Finalmente, se llevan preso a Burgos al rey Alfonso.

Teniendo don Sancho al rey Alonso encarcelado, le visita su hermana Urraca para pedirle un favor. Don Sancho acepta, pero dice que no le dará ninguno de sus territorios. Sin embargo, Urraca quiere algo muy distinto: que libere a su hermano Alfonso con vida. Don Sancho obedece.

Después de que tengan lugar estos enfrentamientos, el Cid mantiene una conversación con el rey don Sancho. Mientras que el Cid le reprocha que no está cumpliendo con la promesa que le hizo a su padre de no entrar en guerra con sus hermanos, don Sancho contesta que no está cometiendo ningún agravio, puesto que las tierras de sus hermanos son en realidad suyas, y él debería de haberlas heredado. El Cid no comparte su opinión, pero le seguirá obedeciendo y luchando si hace falta porque se considera un fiel vasallo.

Alfonso, que ya ha sido liberado por don Sancho, ha partido a Toledo y allí ha sido acogido por Alimaimon, un rey moro. Es muy bien recibido, los moros lo elogian y piensan que tiene todas las facultades para llegar a ser rey de Toledo.

El rey don Sancho le ordena al Cid que vaya a ver a su hermana Urraca y le pida que le entregue Zamora. Le parece una ciudad incluso más valiosa que la propia España, con mucho valor estratégico. A Sancho no le importa desprenderse de otros territorios por conseguir la posesión de Zamora. Está dispuesto a hacerle un trueque a su hermana y darle otros territorios a cambio de la ciudad o a amenazarla si su hermana no acepta.

El Cid obedece, pero cuando llega a Zamora doña Urraca parece no estar dispuesta a cederle su tierra. Además, le recrimina que está siendo desagradecido, pues su familia le dio todo cuanto tiene: su padre lo armó caballero, ella misma le calzó las espuelas y pudo casarse con la hija del conde, obteniendo así muchas riquezas. También se queja de su hermano don Sancho, que ha desobedecido la promesa que hicieron frente a su padre, pues primero le ha tomado las tierras a García, después a Alfonso y ahora quiere hacer lo mismo con ella. Doña Urraca quiere oponer resistencia, por ser mujer no luchará frente a frente, pero hará algo para acabar con su hermano.

Arias Gonzalo es el principal caballero de Doña Urraca, le aconseja que considere hasta qué punto cuenta con apoyo bélico, que lo consulte primero con sus vasallos y si ellos están dispuestos a pelear, que lo haga. Los vasallos acuerdan que lucharán por la villa, no está dispuestos a dársela a don Sancho. Ante esta situación, El Cid le aconseja a don Sancho no pelear, puesto que se crio en Zamora y no quiere luchar allí. El rey Don Sancho, muy molesto, la responde que lo mataría de no ser porque el padre le pidió que lo respetara. Sin embargo, lo destierra del reino de Castilla.

El Cid, como buen vasallo, obedece. No obstante, los vasallos del rey don Sancho le aconsejan que no lo destierre, pues es su mejor caballero. El rey don Sancho recapacita y decide pedirle que vuelva, mandándole sus disculpas. El Cid vuelve a sus tierras y le besa la mano al rey.

El Cid le avisa a su rey don Sancho de que ha salido de Zamora Vellido Dolfos, pero que no se fie de él porque es un traidor. Vellido Dolfos, que en realidad es servidor de doña Urraca, finge que Arias Gonzalo lo ha querido asesinar por aconsejarle que entregue Zamora y dice que va a servir al rey don Sancho como vasallo para poder matarlo. Vellido dice que, si acepta su propuesta, le dirá como conseguir Zamora. El rey don Sancho, movido por la codicia de conseguir Zamora, decide fiarse de él.

En definitiva, el rey es asesinado por Vellido Dolfos y, antes de su inminente muerte, piensa que este ha sido el castigo de Dios por no haber cumplido con la promesa que le hizo antaño a su padre el rey Fernando. También pide a sus vasallos que les digan a sus hermanos que lo perdonen y que acojan al Cid como un vasallo más, pues todo lo que ha hecho Rodrigo ha sido por mandato de don Sancho y no por voluntad propia. De esta forma, doña Urraca habría cumplido su promesa: vengarse de su hermano don Sancho.

Todos los caballeros de Castilla se lamentan por su muerte, especialmente el Cid, que se arrepiente de que don Sancho no siguiera su consejo sobre no levantarse contra Zamora. Ante esta situación, los caballeros de la corte de Castilla proponen que se escoja a un caballero para vengar al rey muerto. Nadie se atreve a tomar tal responsabilidad, pues temen a Arias Gonzalo y a sus hijos. Se piensa que el Cid es el candidato ideal para llevar a cabo la venganza, pero este no aceptará porque ya había hecho un juramento de que no lucharía contra Zamora. Por lo tanto, el Cid prefiere desentenderse del conflicto. Sin embargo, Diego Ordóñez, perteneciente al distinguido linaje de Lara, se ofrecerá como voluntario para luchar en nombre de Castilla.

Acordado lo anterior, Diego Ordoñez se pone en marcha hasta Zamora y reta a todos los allí presentes por haber dado cobijo al traidor Vellido Dolfos en sus tierras. Le responde Arias Gonzalo diciéndole que acepta su reto, pues ni ellos mismos estaban al tanto del asesinato que Vellido Dolfos iba a cometer, pero que según lo establecido deberá luchar con cinco hombres por haber retado a todo el concejo. Diego Ordóñez, con cierto arrepentimiento por lo que dijo, acepta el desafío de luchar contra cinco caballeros zamoranos.

Los caballeros a los que se va a enfrentar Ordoñez son Arias Gonzalo y cuatro de sus hijos. Doña Urraca muestra su tristeza ante esta situación pues teme que Arias Gonzalo, al que su padre encomendó cuidarla, no sea capaz de ganar la batalla por su vejez y la deje desamparada. Arias Gonzalo, para no disgustar a la infanta, decide desarmarse y dejar que sean sus hijos los que luchen primero. Antes de la batalla Arias Gonzalo habla a sus hijos de la importancia de luchar para conservar la honra, pues más vale estar muerto que perderla, si quieren ser buenos caballeros deben estar dispuestos a morir por la infanta y por su tierra.

Comienza la batalla y diego Ordoñez va luchando, uno por uno, con los hijos de Arias Gonzalo. Vence al primero y al segundo fácilmente, pero en el tercer asalto Diego sale herido al matar a uno de los caballeros y se queda sin su caballo que se aleja cabalgando. Ante esta situación confusa, pues no se sabe quién ha vencido, los jueces invitan a Diego Ordóñez a irse porque ellos serán los encargados de nombrar al vencedor.

Diego Ordóñez se lamenta y avergüenza de no haber podido terminar la batalla, está herido y no tiene ninguna esperanza de poder ganar. No obstante, llega el Cid a socorrerlo y a anunciarle que lo han proclamado vencedor. Por otra parte, Arias Gonzalo se lamenta junto a doña Urraca de la muerte de sus tres hijos, pues preferiría haber muerto él en su lugar. Sin embargo, intenta consolar a doña Urraca y se enorgullece de que ellos hayan dado la vida por su patria. De esta forma, Zamora queda libre.

Con la muerte de don Sancho, Castilla queda sin rey. Doña Urraca se encargará de hacer llegar una carta a su hermano Alfonso, que había huido a Toledo, territorio de moros. En esta carta le avisará de la muerte de don Sancho y de que a él le corresponde ahora heredar el trono de Castilla. Alfonso recibe esta noticia de buen grado.

Cuando Alfonso llega a Castilla, es bien recibido por sus nuevos vasallos que le besarán la mano. Sin embargo, el Cid no está dispuesto a hacerlo porque sospecha que Alfonso pudo haber estado planeando la muerte de don Sancho junto a doña Urraca, pues para el sería beneficioso heredar todas sus tierras. El Cid propone que Alfonso haga un juramento ante él negando haber tenido algo que ver en la muerte de su hermano. De esta forma, queda acordado que el Cid le tomará juramento al futuro rey.

El juramento se llevará a cabo en Santa Gadea de Burgos, Alfonso viene acompañado de doce de sus caballeros que deberán de jurar, al igual que él, no haber participado en la muerte de don Sancho. El Cid será la persona que tome constancia de lo que el rey Alfonso va a jurar. Le tomará juramento sobre una ballesta de palo, porque esta fue el arma del crimen de don Sancho. El Cid empieza a hablar sobre la muerte que le desea a Alfonso en caso de que esté mintiendo: una muerte lo más sádica y cruel posible. El rey Alfonso jura no haber tenido nada que ver, pero también se enfurece por la forma en la que lo está tratando el Cid y por eso lo destierra, no podrá volver hasta dentro de un año.

El Cid, lejos de disgustarse, decide que se irá con gusto y no volverá hasta dentro de cuatro años. El Cid obedece al rey porque todavía sigue considerándose su vasallo, aunque piensa que ha sido injusto con él. El Cid le dice al rey que con el tiempo se dará cuenta de la nefasta decisión que ha tomado, pues él es el vasallo que más lealtad y valentía le ha demostrado.

Finalmente, el Cid se va con sus hijosdalgo que están dispuestos a defenderlo y a ser desterrados con él, uno de ellos su principal caballero Álvar Fáñez, mientras toda Castilla llora por su marcha. El Cid piensa que, aun habiendo sido desterrado, esto le dará una oportunidad para seguir expandiendo sus territorios fuera de Castilla. Todos los territorios que el Cid consiga a partir de ahora formarán parte de Castilla la Nueva.

El Cid deja Vivar y se dirige a Burgos mientras llora mirando la corte que deja atrás y que un día fue suya. Cuando el Cid llega a Burgos, son muchos los que se asoman a verlo y a lamentarse. No obstante, nadie lo hospeda, solo una niña sale a hablar con él que le pide que se marche, pues el rey Alfonso, con el objetivo de sembrar el pánico entre el vulgo, ha prohibido que le den cobijo y le vendan comida. Ante esta situación, al Cid no le queda otro remedio que marcharse de allí y acampar en las afueras con sus caballeros.

Martín Antolínez viene a traer provisiones al Cid y a sus hombres. Decide unirse a su ejército. Ya que no puede conseguir posesiones, el Cid decide acudir a los judíos para pedirles dinero. El Cid encarga a Martín Antolínez que vaya en busca de los judíos, concretamente de Raquel y Vidas, para hacer un trato con ellos: les dejará empeñadas dos arcas llenas de oro porque son demasiado pesadas para cargar con ellas. A cambio, ellos le den dinero prestado que el Cid les devolverá pasado un tiempo. Sin embargo, Martín Antolínez les pondrá una condición: no podrán abrir los cofres hasta dentro de un año, porque en realidad han sido engañados y los cofres están llenos de arena. Ilusos, Raquel y Vidas aceptarán el trato y se llevarán consigo las arcas del Cid. El Cid ya tiene el dinero que quería, y se vuelve para San Pedro de Cardeña, donde está su mujer con sus dos hijas hospedadas por el abad don Sancho.

Una vez llega el Cid a San Pedro de Cardeña, el Cid le da dinero al abad para que cuide de sus dos hijas pequeñas y de su mujer durante su ausencia. Jimena no soporta que el Cid haya sido desterrado, pues no quiere que se separe de ella. No obstante, él espera poder volver para casar a sus hijas.

El Cid sale del reino de Alfonso antes de que acabe el plazo de nueve días. Una vez desterrado, empieza a conquistar y saquear territorios de los moros. Reparte las riquezas que va consiguiendo entre sus vasallos. Empieza por Castejón, después desea conquistar Alcocer, uno de los territorios más valiosos para los moros, para ello planea una estrategia: levanta el campamento que había montado con sus caballeros dejando algunas valiosas posesiones, dando a entender que se ha marchado con sus vasallos. Sin embargo, realmente se ha escondido. Cuando los habitantes de Alcocer salen a robar todas las posesiones del Cid, este aprovecha para atacarlos y hacerse con el control del reino.

No obstante, el rey moro de Valencia, Tamín, no permitirá que el Cid ocupe sus tierras, por eso manda un gran ejército a Alcocer para que luche contra los caballeros del Cid. Después de que hubieran cercado al Cid durante más de tres semanas, la batalla comienza. Muertos los reyes moros Faríz y Galve, la victoria es para el Cid, que reparte las riquezas ganadas entre sus vasallos. Además, ordena a Alvar Fáñez que vaya a Castilla y le regale al rey algunos de sus mejores caballos. El rey acepta los presentes y perdona a Alvar Fáñez, pero no está dispuesto a perdonar al Cid todavía. Alvar Fáñez regresa en busca del Cid, esta vez lo acompañan nuevos caballeros que se han unido al ejército.

Durante todo el tiempo que pasa desterrado, el Cid va conquistado más y más territorios, entre ellos Barcelona, y ganando muchas riquezas. Después de tres años de batallas, el Cid ya ha conquistado toda la región de Valencia, tierra de moros, con un ejército que cada vez se expandía más. Cuando acaban la conquista de Valencia, el Cid hace un recuento de sus vasallos para dejar constancia de a quiénes les ha repartido las riquezas que han ganado, son 3600 en total.

Ahora que el Cid tiene multitud de riquezas, manda a Alvar Fáñez de nuevo a Castilla para que se encuentre con don Alfonso y le lleve cien caballos, le bese la mano en su nombre y le pida que le deje sacar a sus hijas de allí, también manda dinero para don Sancho, el abad de San Pedro de Cardeña. Alvar Fáñez parte a Castilla con cien caballeros más, dispuesto a cumplir los recados del Cid.

Una vez que llega a Castilla, Alvar Fáñez es informado de que el rey Alfonso se encuentra en Carrión, así que hacia allí se dirigen los caballeros con sus presentes. Cuando se encuentran, Alvar Fáñez se arrodilla ante el rey y le besa la mano en nombre del Cid. Le cuenta la cantidad de territorios que el Cid ha conquistado fuera de Castilla y todas las riquezas que ha ganado. El rey acepta los caballos que el Cid le envía y permite a su mujer e hijas salir del convento. Asimismo, se ofrece a devolverle a los vasallos del Cid todo lo que les había confiscado. Mientras tanto, los infantes de Carrión se interesan en casarse con las hijas del Cid.

Finalmente, Alvar Fáñez parte San Pedro de Cardeña. Allí le da la noticia a doña Jimena de que el rey la ha puesto en libertad. Alvar Fáñez emprende el viaje de vuelta a Valencia con las hijas y la mujer del Cid para reencontrase con él. También lleva nuevos caballeros que han decidido unirse a su ejército. El Cid sale a recibir a su esposa e hijas cuando llegan a Valencia con su caballo Babieca.

El rey Yusuf de Marruecos quiere cercar Valencia, así que se dirige con su ejército hacia allí por el mar. El Cid deberá luchar por primera vez delante de su mujer y sus hijas, las cuales están muy asustadas, él las tranquiliza con la seguridad de que ganarán la batalla. Así sucede, casi todos los caballeros de Marruecos son vencidos y obtienen un gran botín con la victoria que se reparte entre todos. El Cid vuelve entonces a Valencia donde le espera su familia.

Tras esta victoria, el Cid manda a Alvar Fáñez y a Pedro Bermúdez de nuevo a Castilla para que lleven al rey doscientos de los mejores caballos que ha ganado en la batalla como obsequio. El rey se muestra muy agradecido y cada vez más convencido de levantar el destierro del Cid. Mientras tanto, los infantes de Carrión, don Diego y don Fernando, le piden al rey casarse con las hijas del Cid para aumentar su honra y ganar riquezas. El rey pedirá reunirse con el Cid donde a él le plazca para tratar este asunto y decidir qué hacer.

El Cid y el rey se encuentran a orillas del río Tajo para hablar sobre el posible casamiento. Al llegar, el Cid se arrodilla ante el rey y le pide su perdón. Alfonso levanta el destierro del Cid y lo acoge de nuevo en sus tierras, pidiéndole perdón. Allí el Cid conoce a los infantes de Carrión.  El rey Alfonso decide congraciarse con el Cid y, para compensar el destierro, decide honrarle mediante el casamiento de sus hijas con los infantes de Carrión. Los infantes de Carrión pertenecen a un estamento social superior al del Cid. Su casamiento es una forma de elevar la honra de su linaje. Aunque el Cid no está de acuerdo en casar a sus hijas a tan temprana edad, está dispuesto a aceptar lo que el rey decida. Aceptado el matrimonio, los infantes besan la mano al Cid e intercambian espadas con él. Los infantes parten a Valencia con el Cid, donde se celebrarán las bodas.

Una vez llegados de vuelta a Valencia, con más caballeros de los que volvieron, el Cid da la gran noticia a sus mujer e hijas de su inminente casamiento. Ellas lo reciben con gran alegría. Alvar Fáñez será el encargado de entregar a Elvira y Sol, las hijas del Cid, a los infantes de Carrión. El obispo don Jerónimo llevará a cabo la misa. Las bodas duran quince días y se celebran de la forma más lujosa posible. El Cid les hace regalos a todos los asistentes, que se marchan de vuelta a Castilla con las manos llenas. Finalmente, las bodas acaban y el Cid se quedará en Valencia con doña Jimena, sus hijas y sus nuevos yernos.

Estando el Cid en Valencia con sus yernos y vasallos, un león se escapa de su jaula. Esto provoca mucho temor en la corte, los soldados van a combatir con el león para proteger al Cid que se hallaba dormido. No obstante, los infantes de Carrión se acobardan ante la bestia y huyen. Cuando el Cid despierta, es capaz de encarar a la bestia sin dificultad: lo agarra del cuello y lo vuelve a meter en la jaula. Hecho esto, el Cid se da cuenta de que sus yernos no han sido valientes, se han amedrentado ante una bestia que él ha podido domar fácilmente. Esto supone un motivo de burla en toda la corte y el enojo del Cid ante la inesperada cobardía de sus yernos. Los infantes, avergonzados, no tardarán en tomar venganza.

Cuando el rey Búcar de Marruecos se dispone a cercar Valencia, los infantes se atemorizan de tan solo pensar que tendrán que luchar en una batalla. Viendo su cobardía, el Cid les aconseja que no luchen. Sin embargo, ellos deben de hacerlo para defender su linaje. Cuando llega el combate, los infantes atacan en primer lugar por petición propia y Fernando, uno de ellos, va a atacar a uno de los moros, pero no es capaz de enfrentarse a él y huye con su caballo. Pedro Bermúdez es capaz de derrotar al moro que Fernando no pudo y hace creer a todos que ha sido en realidad el Infante el que lo ha matado para de no quede en vergüenza delante del Cid. La batalla finaliza cuando el Cid mata al rey Búcar a orillas del mar. El botín que consiguen es repartido entre todos los vasallos y los infantes, que son felicitados por el Cid por haber luchado valientemente en la batalla. Sin embargo, todos los vasallos saben que los infantes no han luchado y han actuado con cobardía, por eso son objeto de burlas.

Los infantes de Carrión, enojados por las burlas, deciden planear una venganza contra el Cid: marcharán a Carrión con sus respectivas esposas y se llevarán dinero suficiente para comenzar una nueva vida. El Cid accede de buena gana, dándoles provisiones para el viaje y sus dos espadas que ganó luchando. Todos en Valencia se despiden de ambos matrimonios y doña Elvira y doña Sol le piden a su padre que mande noticias suyas a Carrión. El Cid, para asegurarse del bienestar de sus hijas, manda a su sobrino Félez Múñoz a que las acompañe hasta Carrión. También le ordena que paren en Molina para ver a su antiguo amigo el moro Abengalbón que los acompañará hasta Medina.

Cuando llegan al encuentro con el moro Abengalbón, este los recibe con los brazos abiertos y los colma de riquezas. Maravillados ante tanto lujo, los infantes de Carrión planean matarlo. Sin embargo, uno de los vasallos del rey moro descubre el plan que están tramando y se lo comunica a su señor. Cuando se entere de la deslealtad, Abelgalbón amenaza a los infantes con matarlos, si no lo hace es porque son yernos del Cid, al cual guarda mucho respeto. Los infantes llegan con sus esposas al robledal de Corpes, un sitio tenebroso, donde serán castigadas. A pesar de los ruegos de las mujeres, que prefieren ser asesinadas, los infantes de Carrión las violan y maltratan. Después de la paliza, las dan por muertas y las deja abandonadas en aquel monte. Esta ha sido la forma de venganza de los infantes hacia el Cid.

No obstante, nada sale según los esperado. Félez Múñoz, que no se fía de los infantes, decide ir a comprobar el estado de sus primas y se las encuentra heridas. Las reanima y las recoge, montándolas en su caballo. Cuando los mensajeros llegan a Valencia con la noticia, el Cid manda a sus más fieles vasallos a que les traigan a sus hijas que se encuentran reposando en San Esteban de Gormaz. Cuando se encuentra con sus hijas, el Cid se muestra arrepentido por no haber impedido el casamiento de sus hijas, planeado por el rey Alfonso. Igualmente asegura que se vengará de ellos.

Tramando esta venganza, el Cid manda a un mensajero desde Valencia para que se encuentre con el rey Alfonso y le dé cuenta de su voluntad de vengarse de los infantes. El rey decide convocar a los infantes en Toledo para que se encuentren allí con el Cid y le hagan justicia. Los infantes no quieren acudir al encuentro, pues temen al Cid, pero están obligados a asistir si no quieren ser desterrados. El Cid se prepara, junto a sus mejores vasallos, para presentarse en la corte de Toledo.

Lo primero que pide el Cid a los infantes es que le devuelvan las espadas que ganó luchando: Colada y Tizona. Los infantes acceden y les devuelven las espadas al Cid, que decide regalárselas a dos de sus mejores vasallos: Pedro Bermúdez y Martín Antolínez. A continuación, les pide que les devuelva todo el dinero que les ofreció cuando se marcharon hacia Carrión. Lo infantes son obligados a cumplir el trato, pues los jueces lo consideran justo. Para terminar, el Cid no puede despedirse sin antes retar a los infantes a un combate.

No obstante, no será el Cid quien se enfrente a los infantes, sino dos de sus mejores vasallos que tendrán que demostrar ser dignos del Cid. Por una parte, Pedro Bermúdez reta al infante Fernando, reprochándole cuando tuvo miedo de luchar contra el león o cuando huyó atemorizado de una batalla y él lo salvó. Por otra parte, el infante Diego es retado por Martín Antolínez. Asimismo, Muño Gustioz, reta a Asur González, tío de los infantes. El combate se llevará a cabo tres semanas después en Carrión.

Ojarra e Íñigo Jiménez, infantes de Navarra y Aragón, se presentan ante el Cid para pedirle las manos de sus hijas. El Cid vuelve a dejar tan importante decisión en manos del rey Alfonso y este aprueba el casamiento, siendo una forma de devolver la honra a Elvira y Sol, y también al Cid.

El Cid se torna a Valencia dejando a sus más fieles vasallos, que se enfrentarán a los infantes de Carrión, en tierras del rey Alfonso. Antes de irse le ofrece su fiel caballo Babieca al rey, pero este lo rechaza pues piensa que nunca podrá tener tan buen dueño como lo es el Cid.

Llega el día del gran duelo, los caballeros del Cid están preparados para vengar a los infantes. En primer lugar, Pedro Bermúdez vence a Fernando González con la que había sido su espada, Tizona. Posteriormente, el infante Diego Fernández es derrotado por Martín Antolínez que lucha con la otra espada del Cid, Colada. También Muño Gustioz se proclama vencedor. Los tres vasallos del Cid se marchan victoriosos de vuelta a Valencia donde los espera el Cid, orgulloso de que sus hijas hayan recuperado su honra. El Cantar del Cid acaba con las nuevas bodas de sus hijas, esta vez con los infantes de Navarra y Aragón.

Estando el Cid muy cansado de tantas guerras, el rey Búcar se propone atacar Valencia nuevamente acompañado de muchos reyes moros. Sin embargo, una noche al Cid se le aparece San Pedro mientras dormía para decirle que morirá en un plazo de treinta días, pero que Dios le ha otorgado el beneficio de que podrá vencer al rey moro Búcar tras su muerte, pues le está muy agradecido por todos los buenos actos que ha llevado a cabo durante su vida.

Días antes de morir, el Cid reúne a su esposa y a sus más fieles vasallos. Les pide que no lloren su muerte y les encomienda una tarea: deberán embalsamar su cuerpo y montarlo en Babieca con su espada Tizona en la mano para hacer creer a los enemigos en la batalla que sigue vivo. Asimismo, muestra su deseo de ser enterrado en San Pedro de Cardeña. Manda escribir su testamento en el que deja su herencia a su esposa, cuyo fiel servidor será Pedro Bermúdez. También reparte riquezas entre sus vasallos y el propio rey, al cual perdona por haberlo desterrado.

El Cid ha muerto. Gil Díaz, siguiendo los deseos del difunto, ha puesto de pie el cuerpo embalsamado del Cid con la ayuda de unas maderas y lo va a atar encima de su caballo Babieca, también le atan su espada Tizona a la mano. La rigidez de su cuerpo daba la sensación de que estaba vivo. Cuando llega la batalla contra Búcar, el cadáver del Cid les sube la moral a todos los caballeros que lo acompañan, aunque esté muerto. Los enemigos incluso temen al cadáver del Cid. Los moros son derrotados, la mayoría huyen de pavor y se ahogan en el mar.

Los vasallos del Cid se quedan con todas sus riquezas y, por deseo del Cid, parten hacia Castilla, concretamente a San Pedro de Cardeña, donde lo enterrarán. Mucha gente acude a su entierro, entre ellos sus hijas, yernos y el rey Alfonso. Todos se sorprenden del aspecto del Cid, que no parece que no tenga vida. En lugar de enterrarlo, el rey ordena que su cuerpo quede en el altar con su espada Tizona en la mano. Allí permaneció el cuerpo del Cid durante más de diez años.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Comentario de texto: "Armado de todas armas"


En esta ocasión, el comentario de texto que os traigo es de un romance popular protagonizado por el Cid. Lo ha realizado mi alumno Carlos Ruiz García: 

Armado de todas armas,

Ese buen Cid castellano,

Brotando fuego sus ojos,

Buscaba al conde Lozano,

Hallóle, y dióle la muerte,

La cabeza le ha cortado,

Y a su padre viejo y pobre,

Por presea ha presentado.

La noble Jimena Gomez,

Hija de este muerto hidalgo

Querellándose ante el Rey,

Que entónces era Fernando:

“A lo hecho no hay remedio

Solo te pido mi amparo,

Hacedme, buen Rey, justicia

Dadme al Cid por desposado.”

El Rey lo ofreció y lo hizo

Pues con ella le ha casado,

De cuyo tálamo noble

Toda la corte se ha holgado.

El poema ante el que nos encontramos se trata del romance número IX del Romancero del Cid de Carolina Michaëlis, publicado en 1871. Es una recopilación que la autora hizo de los romances presentes en distintas fuentes anteriores que trataron el mito del Cid, personaje literario basado en Rodrigo Díaz de Vivar, militar del siglo XI. En concreto, este romance lo extrajo de La verdad en el potro y el Cid resucitado de Francisco Santos (1686, p. 33). Hay que tener en cuenta la dificultad de señalar la autoría y la fecha de composición del texto, pues la transmisión de esta clase de composiciones se llevaba a cabo de manera oral en la Edad Media, variando con el paso del tiempo incluso el propio texto hasta que quedase fijado por escrito. Por esta razón existen diferentes versiones de un mismo romance. El autor que recogió este, Francisco Santos, no es el autor del poema, sino la persona que lo recogió a partir de fuentes orales, por lo que hablaríamos de anonimia.

El tema principal del texto es la muerte del conde Lozano a manos del Cid, la posterior reacción de su hija y sus consecuencias.

Métricamente, el texto es un romance, composición poética de arte menor octosílaba donde los versos pares riman en asonancia y los impares quedan libres de rima. Su esquema métrico es 8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a… hasta el final. No hay división estrófica, sino que los veinte versos van seguidos. Este tipo de poema no presenta tampoco un número fijo de versos, sino que depende del romance en cuestión. Parte de la crítica, por ejemplo, Antonio Quilis (1969), señala que los romances resultan de cantares de gesta, compuestos de versos monorrimos dodecasílabos, alejandrinos, hexadecasílabos, etc., partidos en dos hemistiquios. Al ser versos tan largos, no casaban bien con ningún ritmo musical, ni eran adecuados para ser cantados ni por los juglares ni por el pueblo. En consecuencia, cada hemistiquio del cantar dio lugar a un verso en el romance (p. 146).

Atendiendo al contenido, podríamos dividir el poema en cinco partes iguales de cuatro versos cada una. En una primera parte (versos 1-4), se nos presenta el personaje del Cid y su cometido. En el primer verso, vemos un caso de derivación en las palabras armado y armas, que enfatiza la predisposición bélica del Cid, preparado para el enfrentamiento que va a tener. A nuestro protagonista se le da el epíteto de buen Cid castellano en el segundo verso, justificando con el adjetivo buen las acciones que pueda llevar a cabo, ya que estas estarían dentro de la moral de la época. El gentilicio castellano es asimismo significativo, pues relacionarlo con Castilla será utilizado a partir del siglo XIX para usar el mito del Cid como símbolo patriótico español. En el tercer verso, encontramos una hipérbole al decir que los ojos del Cid brotaban fuego, con el objetivo de acentuar su grado de ira y determinación en búsqueda del conde Lozano, lo que se nos revela finalmente en el cuarto verso.

En una segunda parte (versos 5-8), se desarrolla su encuentro con el conde Lozano. Llama la atención que en apenas dos versos (quinto y sexto) el Cid encuentra al conde y le da muerte decapitándolo, sin que se nos presente ninguna clase de resistencia por parte del conde. Esto nos deja ver las grandes habilidades del Cid en la lucha. En los versos séptimo y octavo, el Cid muestra la cabeza del conde a su padre cual trofeo. En el poema no se nos explica, pero, si atendemos a la tradición intertextual del mito, encontraremos otros romances en el Romancero del Cid en los que se nos cuenta que el conde ofendió al padre del Cid, Diego Laínez, y como este era ya de avanzada edad, mandó a su hijo para que reparara su honra, algo fundamental en época medieval. Algunos ejemplos son los romances II, III y IV (Michaëlis, 1871, pp. 4-8).

Pasando ahora a una tercera parte (versos 9-12), tenemos al personaje de Jimena Gómez, hija del conde Lozano, quien se presenta ante el rey para quejarse por la muerte de su padre. El adjetivo noble con el que se califica a Jimena en el verso nueve puede entenderse de dos formas distintas: o bien por ser hija de conde y tener sangre aristocrática, o bien por ser honrosa y decente. Hay también en el verso doce un caso de cronografía al referirse al tiempo en el que suceden los acontecimientos del poema: el reinado del rey Fernando I.

La cuarta parte (versos 13-16) corresponde con la cita en estilo directo de las palabras de Jimena al rey. Esta asume la muerte de su padre como irreversible, pero demanda al rey hacer justicia casándola con el propio Cid. Jimena se refiere al monarca como buen rey, mismo adjetivo con el que se califica al Cid en el segundo verso. La figura del rey en la Edad Media era incuestionable, pues todo lo que hacía se consideraba correcto. Dentro de la mentalidad de la época, Jimena no puede enfrentarse al Cid por ser mujer, por lo que le corresponde a Fernando I la aplicación de la justicia en la polémica al ser todos vasallos suyos. No deja de ser interesante, por otro lado, la voluntad de la hija del conde de casarse con el asesino de su padre, llegando incluso a resultar una paradoja.

En la quinta y última parte (versos 17-20), el rey accede a la petición de Jimena, no sin antes ofrecerlo. Como vemos en el romance XII (Michaëlis, 1871, p. 19), este ofrecimiento lo lleva a cabo por medio de una carta. En este romance no se nos dice nada del parecer del Cid ante la propuesta de matrimonio, pues en el siguiente verso ya están casados. En los dos últimos versos se dice que toda la corte se alegra de dicha unión. Otra vez aparece el adjetivo noble para referirse al casamiento.

Como conclusión, cabe señalar es estilo sobrio y la escasez de figuras retóricas en este texto medieval, que presta más atención a los hechos en sí mismos que a cuestiones estilísticas. Es un poema idóneo para entender el principio del mito del Cid, ya que narra en veinte versos desde su enfrentamiento con el conde Lozano hasta su matrimonio, suponiendo una síntesis de otros muchos romances de los tantos que tratan la materia del Cid.

Referencias

Michaëlis, C. (1871). Romancero del Cid. Leipzig: F. A. Brockhaus.

Quilis, A. (1969). Métrica española. Madrid: Ediciones Alcalá. Recuperado el 4 de diciembre de 2021 de https://kupdf.net/download/106281479-antonio-quilis-metrica-espanola-pdf_58c857f4dc0d60ab3c339027_pdf 

Santos, F. (1686). La verdad en el potro y el Cid resucitado. Madrid: imprenta de Lucas Antonio de Bedmar. Recuperado el 5 de enero de 2022 de https://bibliotecavirtualmadrid.comunidad.madrid/bvmadrid_publicacion/es/consulta/registro.do?id=568

 

martes, 22 de febrero de 2022

Más sobre el mito del Cid en la épica medieval

 Comparto a continuación otro trabajo de reescritura de la historia del Cid a partir del Cantar y el romancero; en este caso, de mi alumno Carlos Ruiz García. Se trata de un texto muy cuidado y detallado en el que apreciamos un recuento de la mayor parte de motivos importantes en la historia de Rodrigo. 



El viejo hidalgo Diego Laínez, padre del Cid, quitó un día una liebre a los galgos del conde Lozano mientras cazaban. En consecuencia, el conde agravió a Diego y este acudió a sus hijos para que lo vengaran por la ofensa cometida contra él, ya que no podía hacerlo por sí mismo a causa de su avanzada edad. Apretó las palmas de las manos a sus cuatro hijos para ver quién tendría la fuerza necesaria para enfrentarse al conde. El indicado fue Rodrigo, que fue en busca del conde Lozano. Al principio, Rodrigo se encontraba dubitativo por su corta edad y por las amistades e influencias del conde, pero prefería suicidarse antes que encarar una deshonra, así que con determinación se encara con el conde Lozano y consigue quitarle la vida, vengando así a su padre. Rodrigo lleva la cabeza del conde a su padre y este se muestra muy orgulloso.

Diego Laínez acude al palacio del rey Fernando en Burgos acompañado de los trescientos hidalgos que formaban su mesnada, entre ellos su hijo Rodrigo. El Cid destaca entre los demás por ser el único que va armado y en actitud hostil. Los cortesanos se muestran temerosos al ver a Rodrigo porque saben de su reciente hazaña. Ante los murmullos de la corte, el Cid adopta una actitud amenazante y reta a quien pretenda reprocharle la muerte del conde Lozano. Diego y su mesnada se muestran diplomáticos y besan la mano del rey como signo de perdón por la muerte del conde, quien era favorito del monarca. El patriarca pide a su hijo Rodrigo hacer lo propio y besarle la mano al rey, recordándole que son vasallos de este. El Cid obedece únicamente porque se lo manda su padre, pero se muestra en actitud soberbia con el rey al desenvainar su espada en el momento de arrodillarse ante él. El rey se espanta y Diego Laínez y sus hidalgos se marchan.

Jimena Gómez, hija del conde Lozano, acude con sus doncellas a ver al rey para pedirle justicia por la muerte de su padre. Narra cómo Rodrigo la atormenta matándole sus palomas, amenazándola con avergonzarla cortándole la falda y con violar a sus doncellas y habiendo matado a uno de sus pajes. El rey expresa su impotencia explicando que, si manda prender al Cid, sus cortes se volverán contra él por lo valioso que resulta Rodrigo para la defensa de su reino. Jimena lo comprende y quiere entonces casarse con Rodrigo para poner fin a la disputa. El rey accede y le manda una carta a Diego Laínez explicando la voluntad de Jimena. El patriarca está dispuesto a casarse él mismo con la doncella para que su hijo no tenga que hacerlo, pero Rodrigo se niega y accede al matrimonio.

Rodrigo acude a la llamada del rey, quien le promete tierras a cambio de casarse con Jimena. Este acepta y los casa el obispo de Palencia en presencia de Laín Calvo, abuelo del Cid. Tras la boda, Rodrigo y Jimena se van a Vivar, donde el Cid deja a Jimena con su madre y promete no volver con ella hasta que no haya vencido a cinco reyes musulmanes que habían invadido Castilla, robando ganado y tomando prisioneros. El Cid va con los suyos y captura a los reyes, llevándolos luego a la prisión de su castillo en Vivar. Esta hazaña le da a Rodrigo fama y reconocimiento.

El Cid va de romería a Santiago con veinte hidalgos. Por el camino, Rodrigo ayuda a un gafo a salir de un tremedal. En agradecimiento, este los llevó a su posada para que comieran y pasaran la noche. Estaban ya durmiendo cuando el gafo resultó ser San Lázaro, que se le aparece a Rodrigo a decirle que Dios está con él y que será temido por todos sus enemigos. A la mañana siguiente, parten para Santiago y de ahí para Calahorra. Esta villa estaba disputada por Fernando, rey de León, y Ramiro, rey de Aragón. Para evitar una guerra, ambos monarcas decidieron hacer una lidia y el rey del caballero que ganase se quedaría con la villa. Fernando elige al Cid y Ramiro a Martín González, quien es vencido por Rodrigo. El monarca leonés se muestra muy contento de tener la villa y abraza al Cid. Jimena se muestra muy triste debido a que su marido se encuentra siempre ocupado con sus actividades militares y no pasa tiempo con ella. El Cid, al ver a su esposa llorando, le jura no volver al campo de batalla.

Unos ejércitos musulmanes se dirigen hacia Extremadura y el Cid acude de inmediato en su caballo Babieca. Los vence y libera a los prisioneros cristianos, les quita el ganado y reparte las ganancias con los suyos, regresando luego a Vivar muy afamado. En otra ocasión, el Cid va a un rey musulmán a pedirle que pague las parias a Castilla. El rey se niega en un principio a pagar, pero al ver la actitud amenazante de Rodrigo accede finalmente.

Estando un día Rodrigo en la corte del rey Fernando en Zamora, llegaron unos mensajeros de reyes musulmanes tributarios a pagar al Cid las parias, además de otros muchos regalos, tales como más de cien caballos, joyas, sedas, etc. Rodrigo se muestra humilde y dice que todo eso pertenece al rey Fernando al ser su vasallo. El monarca agradece la humildad de Rodrigo, que fue conocido como “Cid” desde ese día al ser llamado así por los mensajeros.

El emperador Enrique acude al papa Víctor a quejarse de que el rey Fernando no le paga un tributo. El papa le envía una carta al monarca amenazándole con enviar una cruzada a Castilla de no pagar el tributo, sumándose además otros reyes que estaban en concilio con el papa. Fernando pide consejo al Cid y este le recomienda no pagar el tributo para no perder la honra, ofreciéndose él mismo a defender Castilla ante cualquier amenaza. Al final se produjo una contienda en la que Rodrigo causó estragos con sus habilidades bélicas. Los reyes enemigos de Fernando decidieron retirar su amenaza al darse cuenta de que nadie podía hacer frente al Cid.

El Cid acude a Roma para ver al papa en representación del rey Fernando. Cuando Rodrigo vio que la silla de su rey se encontraba por debajo de la del rey de Francia, derribó la de este último y puso en su lugar la de Fernando. Un duque se queja de la actitud del Cid y este le da un bofetón. En consecuencia, el papa excomulga a Rodrigo por tal ofensa. El Cid se arrodilla entonces ante el pontífice y pide que lo absuelva. Este lo hace con la condición de que se comporte en su corte.

Estando Jimena en Burgos embarazada, manda una carta al rey Fernando para quejarse de que este tiene siempre a su marido ocupado alejado de ella y solo lo ve una vez al año. El monarca le responde recordándole que tienen todo lo que tienen (tierras, bienes, etc.) gracias a la carrera militar del Cid. Señala además que su reino tiene menos enemigos ya que los reyes musulmanes respetan al Cid. Jimena sale a la misa de parida tras dar a luz a su hija. En la puerta de la iglesia se encuentra con el rey Fernando, que la acompañaría de la mano al interior del templo ya que el Cid se encontraba luchando. Promete además el monarca una dote de mil maravedís para la primogénita del Cid.

Estando el rey Fernando cercano a la muerte, reparte sus dominios entre sus herederos. A Sancho le deja Castilla, a Alfonso le deja León y a García le deja Galicia. La infanta Urraca se queja a su padre de no haberle dejado nada por ser mujer. Fernando recapacita y le deja a su hija Zamora, plaza de gran importancia estratégica. Tras morir Fernando, Sancho y García se enzarzan en una lucha por los reinos. Sancho es prendido y el caballero Álvar Fáñez aparece y lo libera, derrotando a sus captores. El Cid aparece con refuerzos y se inicia otra batalla contra el bando de García, que fue vencido y encerrado en el castillo de Luna.

Sancho inicia ahora una contienda contra Alfonso. Ambos monarcas fueron prendidos en la lucha por el bando contrario. El Cid ofrece a los captores de Sancho entregarles a Alfonso si liberan al primero. Estos se niegan y el Cid los vence y libera a Sancho. Alfonso es aprisionado en Burgos. Entonces, una hermana de Sancho le pide que libere a Alfonso. Este le concede el deseo y Alfonso se refugia con el rey musulmán Alí Maimón en Toledo, donde el rey cristiano es muy querido. A Alí Maimón le aconsejan matar a Alfonso porque temen que le quite Toledo al monarca musulmán, pero este se niega porque lo aprecia mucho.

Teniendo ya Sancho las posesiones que su padre Fernando dejó a sus hermanos, solo le faltaba la de su hermana Urraca: Zamora. Envía entonces al Cid de mensajero a su hermana para pedirle Zamora a cambio de otras posesiones de menor valor. Si esta se negaba, tomaría la plaza por la fuerza. Rodrigo lleva el mensaje de su rey a Urraca y esta no se muestra dispuesta a dar Zamora, lamentándose de la actitud de su hermano. Arias Gonzalo, noble zamorano, le sugiere a la reina dejar que sus vasallos decidan; si quieren entregar Zamora, la entregarán y, si no, morirán por ella. Al final se decide esto último y el Cid va de nuevo al rey Sancho con esta respuesta. El monarca culpa al Cid y le manda marcharse de Castilla. Los consejeros de Sancho le dicen que no pierda a un caballero tan valioso como Rodrigo, por lo que el rey recapacita y envía una carta al Cid a través de Diego Ordóñez pidiéndole que vuelva junto a él. El Cid accede. Mientras tanto, Zamora es cercada por Sancho.

Urraca contrata a Vellido Dolfos, sicario que mata a Sancho con un venablo. Para acceder al rey, Vellido había fingido que en Zamora lo perseguían y que necesitaba refugio. Tras el asesinato, el Cid va detrás de Vellido, pero no logra alcanzarlo y escapa. Los hidalgos del rey lloran su muerte, el Cid el que más. Rodrigo se lamenta pues le había aconsejado al rey no intentar tomar Zamora. Ahora se quiere ir contra Zamora para vengar la muerte del monarca. El problema es que los caballeros de Castilla temen a Arias Gonzalo y a sus hijos. Todos miran al Cid para ver si él querría enfrentarse a ellos, pero este se niega por ser Zamora el sitio en el que se crio en su infancia. Aún así, Rodrigo quiere dar a un hombre en su lugar que combata por Castilla. Diego Ordoñez se ofrece él mismo a liderar la batalla pues no considera que el Cid tenga que designar a nadie.

Diego Ordóñez llega a Zamora y reta a toda la ciudad. Arias Gonzalo le dice que tendrá que enfrentarse con él y con sus hijos. Urraca intenta convencer a Arias de que no luche por su avanzada edad, pero este hace caso omiso y se arma junto a sus hijos para la batalla. Cuando llega el día, Diego Ordóñez esperaba ya a sus enemigos. Pedro Arias sería el primero de los hijos de Arias Gonzalo en enfrentarse a él. Diego Ordóñez lo vence fácilmente, haciendo lo propio con los otros dos hijos Diego Arias y Rodrigo Arias. El Cid llega y le comunica a Diego Ordóñez que el cerco a Zamora ha acabado y que la dan por libre. Arias Gonzalo se dispone a luchar él mismo, pero Urraca aparece y le explica que ya no hay necesidad de luchar.

Urraca manda mensajeros a su hermano Alfonso, que seguía en Toledo con Alí Maimón. Antes de llegar, los mensajeros se encuentran en el camino con un caballero llamado Peranzures, quien los mata y lleva él mismo las cartas. Peranzures estaba al servicio de Alfonso y quería que el mensaje llegara primero al monarca cristiano y no a Alí Maimón. Le comunica a su rey que su hermano Sancho había sido asesinado y que le devolverían su reino. Alfonso le informa de todo a Alí Maimón y este le dice que su gente lo escoltaría. Alfonso y Peranzures llegan a Zamora. Estando Alfonso hablando con Urraca, llega el Cid, que no quiere besar la mano a Alfonso porque cree que fue él el que mandó matar a Sancho. Se acuerda que Alfonso jure en la iglesia de Santa Gadea de Burgos que no es culpable de la muerte de su hermano. Al hacerlo, le devuelven al rey su legítimo reino y este destierra al Cid de Castilla por su actitud soberbia con él. Debería abandonar sus territorios en el plazo de nueve días.

Rodrigo sale de Vivar desterrado, llorando incluso. Entre los que le acompañaban, se encontraba Álvar Fáñez, Minaya, muy cercano al Cid. Llegan a Burgos, donde nadie les quiere dar hospedaje por miedo a graves represalias por parte del rey Alfonso, quien había mandado una carta amenazando con la expropiación de bienes, amputación de los ojos, muerte y excomunión a cualquiera que acogiese al Cid. Es una niña de nueve años la que le revela a Rodrigo la razón por la que nadie le da hospedaje y le pide que se marche. Rodrigo reza en la catedral de Santa María y se marcha de la ciudad hasta cerca del río Arlanzón, donde acampa con los suyos.

Un burgalés llamado Martín Antolínez proporciona al Cid y compañía pan y vino. Se da cuenta de que el rey lo castigará por ello, por lo que pide acompañar al Cid. Rodrigo acepta y le explica que se encuentran sin dinero y que pretenden llenar dos arcas de arena y empeñárselas a Raquel y Vidas, dos judíos burgaleses, con la excusa de que son demasiado pesadas para llevarlas consigo. Martín Antolínez es enviado a ver a los judíos y les cuenta la situación del Cid. Les dice que las arcas están llenas de oro y que quiere que los judíos las guarden a cambio de seiscientos marcos, pero que no las abran en un año. Raquel y Vidas aceptan y van al campamento del Cid a llevarse las arcas. Antolínez los acompaña de nuevo a Burgos para recoger el dinero. Además de los seiscientos marcos, los judíos dan a Antolínez treinta más porque gracias a él habían conseguido el trato con el Cid.

La comitiva del Cid, ya con el dinero, parte hacia el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde se encontraban Jimena y sus hijas. Allí los recibe el abad don Sancho, a quien el Cid entrega ciento cincuenta marcos para que a su mujer e hijas no les faltase de nada, prometiendo más dinero si volvía del destierro. Aparecen Jimena y las hijas de Rodrigo para despedirse de él. El Cid promete volver y casar a sus hijas.

Más caballeros se unen al Cid y a la mañana siguiente, tras la misa en San Pedro, parten. Rodrigo estaba muy triste por dejar a su familia, por lo que Minaya intenta animarlo. Acampando una noche, el ángel Gabriel se le aparece en sueños al Cid diciéndole que todo le saldrá bien. Al día siguiente, ya fuera de Castilla, en territorio musulmán, Rodrigo cuenta cuántos le acompañaban y eran trescientos. Deciden acampar durante el día y avanzar por la noche. Rodrigo pretende invadir Castejón quedándose él con cien hombres y enviando a Álvar Fáñez con doscientos hacia Hita, Guadalajara y Alcalá. Consiguen todos los territorios y muchas ganancias. Rodrigo reparte el botín con su comitiva y vende Castejón a los musulmanes por tres mil marcos.

Llegan ahora a Alcocer y acampan porque Rodrigo quiere tomarla. El Cid manda cavar un foso alrededor del campamento. Los musulmanes de Alcocer pagan parias al Cid. Para ganar la ciudad, Rodrigo idea una estratagema consistente en dejar una sola tienda puesta y llevarse las otras fingiendo que se marchan del lugar rendidos. Al ver esto, los habitantes de Alcocer salen de las murallas, dejando las puertas abiertas, para capturar al Cid y tener ganancias. En ese momento, Rodrigo y los suyos se dan la vuelta de repente y luchan con los de Alcocer, ganando la batalla y la ciudad.

Los pueblos vecinos de Teca, Terrer y Calatayud envían un mensaje al rey Tamín de Valencia contándole que el Cid ha tomado Alcocer y que pronto hará lo propio con los otros pueblos si no se hace algo. El monarca envía tres mil hombres para cercar Alcocer. A las tres semanas, al Cid y a los suyos les faltaba ya el agua, por lo que decidieron luchar, animados por Álvar Fáñez. Tras salir a la batalla, Pero Bermúdez, el encargado de llevar la enseña del Cid, comete una imprudencia al meterse solo en medio de un haz y los demás tienen que ir a ayudarle. Minaya pierde su caballo y Rodrigo corta a un musulmán por la mitad para darle su caballo a su compañero. El Cid derrota al rey Fáriz y Antolínez derrota a Galve, ganando así la batalla. Al repartir el botín, Rodrigo destina una parte para su mujer e hijas y envía a Álvar Fáñez a Castilla para regalarle al rey Alfonso treinta caballos.

El Cid vende Alcocer a los pueblos vecinos por tres mil marcos y se asienta en un lugar llamado Poyo, sometiendo a parias a los pueblos vecinos. Minaya presenta el regalo del Cid al rey Alfonso, pero este se resiste a perdonarlo. Aún así, se muestra amable con Álvar Fáñez y con los suyos. El compañero del Cid vuelve con él y trae consigo a doscientos hombres que se le habían ido uniendo por el camino. Ambos se funden en un abrazo y Rodrigo le agradece haberle hecho el encargo.

El conde Remón de Barcelona se entera de que el Cid y sus mesnadas recorren sus tierras y se lo toma como una ofensa, por lo que va personalmente a encararlo. Ante esto, Rodrigo se defiende diciendo que no se llevará nada del territorio del conde. Este no está conforme y le declara la guerra al Cid. Rodrigo y los suyos ganan la batalla y encierran al conde. Será en esa contienda donde Rodrigo gane la espada Colada. El conde lleva a cabo una huelga de hambre mientras está aprisionado, pero, tras mucho insistir en que comiera, el conde accede y el Cid lo libera. Rodrigo y su comitiva se dirigen ahora a tierras levantinas, tomando Burriana y Murviedro. Los valencianos cercan al Cid en Murviedro y se inicia una lucha. Álvar Fáñez va con cien hombres y Rodrigo con los demás, ganando así la batalla y tomando posteriormente Cebolla.

Durante los siguientes tres años, el Cid va consiguiendo más villas hasta llegar a Valencia. Los valencianos temen a Rodrigo y no se atreven a salir a luchar, por lo que el Cid sitia la ciudad hasta que les falta el pan a sus habitantes. Manda además pregones a Aragón, Navarra y Castilla invitando a quien quisiera unirse a él para recibir ganancias. Muchos hombres se le unieron y, al décimo mes, los valencianos se rindieron y dieron la ciudad al Cid. Cuando se entera el rey de Sevilla, manda treinta mil hombres a luchar con el Cid, quien los derrota.

Rodrigo se da cuenta de lo mucho que le ha crecido la barba en todo ese tiempo y promete no cortársela. El Cid pasa lista de los que le acompañaban y contó tres mil seiscientos hombres. Rodrigo manda entonces a Minaya a ver al rey Alfonso para regalarle cien caballos y pedirle que deje salir de Castilla a Jimena y a sus hijas. El obispo don Jerónimo llega a Valencia preguntando por las hazañas del Cid. Cuando Rodrigo se entera, lo nombra obispo de Valencia y le dice a Minaya que lleve esa noticia también a Castilla. Álvar Fáñez parte con cien hombres.

Se encuentra con el rey Alfonso en Carrión, a la salida de la misa. Minaya le habla al monarca de las conquistas del Cid y del recién creado obispado en Valencia. El rey se alegra de todo lo que oye, mientras que al conde García Ordóñez, que se encontraba con el rey, le molesta que al Cid le vaya bien. Álvar Fáñez le pide además que deje ir a Jimena y a sus hijas a Valencia, a lo que el rey accede. En ese lugar se encontraban también los infantes de Carrión, que hablan entre ellos sobre casarse con las hijas del Cid para obtener beneficio, por lo que mandan saludos a Rodrigo a través de Minaya.

Álvar Fáñez va ahora a San Pedro de Cardeña a recoger a Jimena y a sus hijas para llevarlas a Valencia con el Cid. Minaya manda mensajeros al Cid para decirle que su familia va a reunirse con él. Mientras tanto, va a Burgos para encontrar atavíos para las mujeres. Cuando iban a partir ya para Valencia, aparecen Raquel y Vidas, quienes le dicen a Álvar Fáñez que el Cid los ha arruinado y que les devuelva el dinero. Minaya les promete una compensación y parte para Medina.

Al Cid le llegan los mensajeros y manda a Muño Gustioz, Pero Bermúdez, Martín Antolínez y al obispo Jerónimo a Medina para darles el encuentro a Minaya y a las mujeres. Les dice que pasen por Molina, territorio de Abengalbón, y que le pidan cien hombres más que les acompañen. Lo hacen y Abengalbón les da doscientos hombres en lugar de cien. Todos se encuentran; Abengalbón se alegra mucho de ver a Álvar Fáñez. Pasaron esa noche en Medina y a la mañana siguiente, tras la misa, partieron primero a Molina y de ahí a Valencia. El Cid manda salir a doscientos caballeros de Valencia para recibirlos a todos, saliendo además él mismo a lomos de Babieca. Se produce un emotivo reencuentro y Rodrigo lleva a su familia a lo alto del alcázar para que contemplen la ciudad.

Meses después, el rey Yusuf de Marruecos se molesta porque el Cid se ha metido en sus territorios, por lo que manda a cincuenta mil hombres por mar a Valencia, donde acampan. Jimena se asusta cuando ve a los enemigos, mientras que el Cid se alegra porque la victoria le traerá más ganancias. Comienza el enfrentamiento y Álvar Salvadórez cae preso. Para el día siguiente, Minaya pide treinta mil hombres, a lo que Rodrigo accede. A la mañana siguiente, tras la misa, salen de nuevo a la batalla y el bando del Cid acaba derrotando al rey Yusuf, consiguiendo muchas ganancias. El Cid le dice a Jimena que quiere casar a sus sirvientas con sus vasallos y al día siguiente manda a Minaya y a Pero Bermúdez a Castilla para regalarle doscientos caballos al rey Alfonso.

Ambos se encuentran con el monarca en Valladolid. Alfonso se muestra alegre con lo que le cuentan, mientras que García Ordóñez se muestra envidioso del Cid. Los infantes de Carrión comunican entonces al rey su intención de casarse con las hijas de Rodrigo. El monarca pide a Minaya y a Pero que lo consulten con el Cid cuando regresen y además les dice que quiere ver a Rodrigo en persona donde él diga. Ambos hombres vuelven a Valencia y cuentan todo al Cid. Este se muestra contento con la propuesta de matrimonio y elige las orillas del Tajo para la entrevista que va a tener con Alfonso. Manda cartas al rey con su contestación y este fija el encuentro en tres semanas.

Al encuentro acuden dos grandes comitivas por las dos partes. La del rey incluye a Diego y Fernando, los infantes de Carrión. Cuando se encuentran, el monarca perdona finalmente al Cid. Esa noche celebran un banquete y, a la mañana siguiente, tras una misa oficiada por don Jerónimo, el rey le pide al Cid la mano de sus hijas, Elvira y Sol, para los infantes. Rodrigo accede y el rey elige a Minaya como padrino de la boda. Antes de despedirse, el Cid regala al rey veinte palafrenes y treinta caballos corredores.

Los infantes vuelven con el Cid y los suyos a Valencia. Muchos de la comitiva del rey van también a Valencia para asistir a las bodas. Llegados todos, el Cid encomienda los infantes a Pero Bermúdez y a Muño Gustioz y comunica a su mujer e hijas el casamiento, mostrándose estas muy contentas. Se celebran las bodas, que duraron quince días, y los infantes vivirían en Valencia casi los dos años siguientes.

Un día, mientras el Cid dormía, su león se escapa de la red en la que estaba. Los hombres del Cid rodean a su señor, mientras que los infantes Diego y Fernando huyen muy asustados. Rodrigo despierta y cuando el león lo ve baja la cabeza. El Cid lo coge del cuello y lo vuelve a meter en su red. Pregunta entonces por sus yernos. Todos los buscan y los encuentran pálidos de miedo, siendo los infantes objeto de burla entre los vasallos del Cid. Diego y Fernando se ofendieron mucho por esto.

El rey Búcar de Marruecos sitia Valencia. El Cid y los suyos se alegran por las ganancias que les dará la victoria, todos excepto los infantes, quienes hablan entre ellos del miedo que les causa tener que luchar. Muño Gustioz oye su conversación y se lo cuenta al Cid. Rodrigo les dice a sus yernos que se queden en Valencia y no luchen. Pide a Pero que se quede con ellos, pero este se niega porque quiere luchar con los suyos. Comienza la batalla, en la que incluso lucha el obispo don Jerónimo, y el Cid logra derrota al rey Búcar, ganando la espada Tizona. Tras la batalla, Rodrigo se muestra contento por las supuestas hazañas de sus yernos. Estos se toman las palabras del Cid como una burla hacia ellos. Reparten el botín y el Cid se plantea atacar Marruecos.

Los infantes quieren vengarse por las burlas y piden al Cid que deje a sus hijas acompañarlos a Carrión para ver sus territorios. Rodrigo accede y les da además un ajuar de tres mil marcos y otros bienes, incluyendo las espadas Colada y Tizona. Jimena y Rodrigo se despiden de sus hijas y estas parten con sus maridos hacia Carrión. El Cid ve en los agüeros que algo irá mal, por lo que pide a su sobrino Félez Muñoz que los acompañe hasta Carrión.

Llegan a Molina, desde donde Abengalbón los acompañaría hasta Medina. Los infantes ven la enorme riqueza de Abengalbón y fantasean entre ellos con matarlo para quedarse con todo. Un musulmán oye su conversación y se lo cuenta a Abengalbón. Este encara a los infantes y les dice que no les hace nada por ser yernos del Cid, de lo contrario se las tendrían que ver con él. Se despide de ellos, temiendo por Elvira y por Sol. La comitiva sigue el viaje y los infantes mandan acampar en el Robledo de Corpes. A la mañana siguiente, ordenan a los que les acompañan que se adelanten y los dejen solos con sus mujeres. Para vengarse por el episodio del león, desnudan a sus mujeres y comienzan a azotarlas. Sol pide que las maten para ser mártires. Los infantes no hacen caso y siguen maltratándolas hasta que no pueden ni hablar. Finalmente se van del lugar y las dejan allí por muertas. Cuando llegan con su gente, los infantes cuentan que Elvira y Sol habían quedado a buen recaudo.

Félez Muñoz, que se temía lo peor, se separa de la comitiva y vuelve al lugar, encontrando a sus primas inconscientes. Cuando despiertan, Félez les da agua, las cubre con su manto y las sube a caballo para llevarlas a San Esteban, donde reciben cuidados. El Cid se entera de todo y envía de inmediato a Álvar Fáñez, Pero Bermúdez        y Martín Antolínez a por sus hijas con doscientos hombres. Llegan a Valencia y el Cid abraza a sus hijas prometiéndoles un mejor casamiento y la venganza hacia los infantes.

El Cid manda a Muño Gustioz a Castilla para pedirle justicia al rey Alfonso. Encuentra al monarca en Sahagún y le cuenta lo ocurrido. El rey decide convocar unas cortes en Toledo en siete semanas a las que debían asistir todos sus vasallos, incluidos los infantes. Estos piden al rey que los exima de tener que ir porque saben que se encontrarán allí al Cid, pero el monarca se niega. García Ordóñez, enemigo del Cid, aconseja a los infantes. Llega el día de las cortes y acuden todos. El Cid se demora cinco días y cuando entra en la sala todos se ponen en pie, incluido el rey; todos menos los infantes.

El rey da la palabra al Cid para que demande lo que considere a los infantes. Rodrigo dice que no se siente deshonrado por sus hijas, ya que los casamientos los decidió el rey, pero lo que sí quiere de vuelta son las espadas Colada y Tizona. Los infantes, pensando que así se acabarán las cortes, deciden devolver las espadas. El Cid da entonces la Tizona a Pero Bermúdez y la Colada a Martín Antolínez. Rodrigo demanda a continuación los tres mil marcos que dio a los infantes. Estos declaran haberse gastado ya el dinero, pagando al final en bienes (caballos, mulas, espadas, etc.).

Lo siguiente que el Cid reclama es lo de sus hijas, no entendiendo por qué lo hicieron. García Ordóñez interviene declarando que los infantes estaban en su derecho pues sus esposas eran de rango nobiliario inferior e insultando la barba del Cid. Este le contesta recordándole al conde la vez que le arrancó la barba en Cabra. El infante Fernando se defiende diciendo que el Cid ya está pagado con lo que le han dado y vuelve a recordad que su linaje es superior al del Cid. Rodrigo pide a Pero que hable y este cuenta cómo en la batalla contra el rey Búcar el infante Fernando iba a matar a un musulmán, pero huyó antes de acercarse a él. Pero Bermúdez lo mató y dejó que Fernando se llevara el mérito delante de todos. Luego recuerda el episodio del león y reta a Fernando.

El infante Diego dice no arrepentirse de la afrenta contra las hijas del Cid por ser estas de linaje inferior. Martín Antolínez lo reta por lo que ha dicho, recordando también el episodio del león. Asur González entra en ese momento en las cortes ofendiendo a Rodrigo con sus palabras, por lo que Muño Gustioz lo reta. El rey interviene para decir que los que se han retado lucharán. Entran en la corte a continuación mensajeros del infante de Navarra y del de Aragón para pedir la mano de las hijas del Cid. Este accede y el rey acepta. Minaya pide la palabra y, estando a punto de retarse con Gómez Peláez, el rey interviene para que no haya más retos. Las luchas se llevarían a cabo en las vegas de Carrión en tres semanas.

Llegó el día de las batallas y los infantes piden al rey que los del Cid no pudieran usar las espadas Colada y Tizona, pero el rey no les acepta la petición. El primer duelo fue el de Fernando contra Pero, venciendo este último con la espada Tizona. El segundo fue el de Diego contra Martín, volviendo a vencer el del Cid con la Colada. El último duelo entre Asur y Muño acaba con la victoria de este último. El bando de Rodrigo había vencido a los de Carrión, acabando así la disputa y volviendo a Valencia. El Cid y los suyos se enteran que el rey había dado por alevosos a los infantes y el tío de estos, don Suer, se había encargado de vengar a Elvira y Sol. Cuando oyeron esto, se alegraron mucho. Se celebraron las bodas con los infantes de Navarra y Aragón, convirtiéndose el Cid en pariente de los reyes de España.

El rey Búcar y otros treinta reyes musulmanes amenazan Valencia estando el Cid en su lecho de muerte. Rodrigo pide a los suyos que no lloren por él, que no contraten plañideras porque le basta con las lágrimas de Jimena, que lo entierren en San Pedro de Cardeña y que devuelvan a los judíos Raquel y Vidas lo que les debe en plata. Pide además que coloquen su cuerpo sin vida a lomos de Babieca y que le coloquen la espada Tizona en la mano para que sea él quien lidere la batalla. Reparte además sus bienes y riquezas entre Jimena, sus hijas, sus vasallos y el rey. Manda que traigan a Babieca porque quiere verlo antes de morir, tras lo cual el Cid falleció. Rodrigo muere el día de Pentecostés de 1132.

Para la batalla, hacen lo que ordenó el Cid y colocan su cadáver sobre Babieca. Vencieron al rey Búcar y prepararon el cuerpo para llevarlo a San Pedro de Cardeña. Lo embalsamaron y dejaron sentado en su escaño siete años, con Tizona a su lado. Un judío llegó un día a ver el cuerpo. Había oído que nadie en vida había tocado la barba al Cid, por lo que intenta hacerlo. Ante esto, el cadáver de Rodrigo empuña la espada, a lo que el judío se espanta. Los que entraron en la iglesia le preguntaron qué le había pasado. El judío lo cuenta y lo toman como un milagro, convirtiéndose el judío al cristianismo.

Entrevista al Cid

 Con el objetivo de cerrar ya las publicaciones dedicadas a los trabajos académicos más ejemplares que mis alumnos han realizado este cuatri...