Con el objetivo de cerrar ya las publicaciones dedicadas a los trabajos académicos más ejemplares que mis alumnos han realizado este cuatrimestre, en esta ocasión publico aquí el último de estos, que destaca frente a los demás por su originalidad. Dentro de las instrucciones que yo les di para el trabajo del Cid, ellos tenían libertad absoluta para redactar el texto como quisieran, siempre y cuando hiciesen constar que se habían leído el Cantar y el romancero, y que comprendían la intertextualidad entre lo uno o lo otro. En su gran mayoría, como hemos podido ver en anteriores publicaciones, han realizado un resumen de las aventuras de Rodrigo Díaz, muchas veces con toques novelescos; en otras ocasiones, en cambio, han hecho uso de una vena mucho más creativa. El trabajo que hoy ofrezco, a cargo de mi alumna Marta Romero Castillo, es un ejemplo de esto último: plantea una entrevista al Cid en un programa de televisión contemporáneo, con un enfoque humorístico e irreverente, y a partir de ahí demuestra conocer sobradamente la historia del personaje a partir de las lecturas obligatorias.
Soy consciente de que esta forma de proceder es heterodoxa, pero considero que la escritura creativa es una herramienta de evaluación muy útil para determinar los conocimientos literarios de un alumno y si ha realizado o no lecturas comprensivas. Sirva de prueba lo que a continuación inserto:
Sobre la entrevista de Risto Mejide
a Don Rodrigo Díaz de Vivar y la reacción
de Arturo Pérez Reverte mientras
tanto.
-¡Arturo, ven! Están echando algo en la tele que seguro que te
interesa.
-¿Tú crees? Hoy en día solo hay bazofias, pero vamos a ver qué se
cuece…
***
-Buenas
noches, querido público. Hoy, en Todo es
mentira, tenemos el placer de presentarles
a Don Rodrigo Díaz de Vivar, también
conocido como el Cid Campeador. Antes de comenzar, aprovechamos para promocionar
una herramienta sin la que este programa tan
especial no habría sido posible: El nuevo traductor castellano
antiguo-coloquial desarrollado por
una tal Marta, o algo así... Bienvenido, Don Rodrigo, es un placer tenerle con
nosotros esta noche. A usted
y a su caballo, Babieca, que se ha colado en el plató.
-El placer es mío. Muchas gracias por invitarme y por esta especie de
traductor. No os preocupéis por
Babieca, que no hace nada. Esto de venir a caballo con unas maderas atadas al cuerpo la verdad es que cansa un poco, y
en mi época tampoco existían sillones tan cómodos.
-Nos alegramos enormemente de que le guste nuestro sillón, Don Rodrigo. ¿Qué puede contarnos sobre su vida? ¿Cómo se creó
todo ese mito literario en torno a su figura?
***
-Madre mía, no sé cómo han hecho los
de Mediaset esta vez para traer nada más y nada menos que al Cid. ¡Ya sé! ¡Esto puede servirme de inspiración
para mi próximo libro! La historia del Cid, ese gran héroe de la Reconquista y que representa
todos los buenos valores de un buen cristiano, de la hispanidad,
y de la lucha contra el Islam.
-Claro que sí, Arturo. Espérate que te traigo el bloc de notas y una caña por
España si quieres.
-Hacía tanto
tiempo que no estaba tan emocionado. Voy a por una buena
dosis de Twitter…
***
-¿Qué
puedo contaros sobre mi vida? Supongo que tuve una infancia promedio del hijo
de un señor feudal de la Edad Media.
Los romances sobre mí no se centran mucho en eso porque no merece mucho la pena. Mejor os hablo
sobre mi primera hazaña, una por la que mi padre se cabreó un poco conmigo. Esto fue como ir en contra del padrino,
pero todo fue por él, porque lo
quiero mucho.
-¿Qué ocurrió?
-Básicamente,
me cargué al Conde Lozano en un duelo a muerte con cuchillos con
espadas. Le corté la cabeza y se la
llevé a mi padre. Llevaba a Mudarra, una espada legendaria de uno de los infantes de Lara. Tuve bastante
caché al hacer eso. No todos en mi época podían permitirse el lujo de tener ascendencia legendaria. Me di una
licencia importante.
-¿Y eso
por qué?
-Porque
ofendió a mi padre, el buen Diego Laínez, y eso yo no lo puedo consentir. No me
dio la gana. ¿Quiere quitarle la
honra a mi padre y ofenderlo y darle un par de hostias? Pues va a ser que no. Era un pequeñajo cuando hice
eso, ay, mi primer duelo del romancero… El tipo era un viejo y claro, no iba a poder contra
un preadolescente lleno
de ira, de sed
de venganza y de hormonas. La honra es lo más
importante.
-¿Y no
tuvo consecuencias?
-Claro que las tuvo. Eso nos hizo enemistarnos con el rey. Yo cargaba
con muchas responsabilidades, tantas que pesaban
más casi que mi casco. Fue gracioso
porque el Fernando
vino a echarnos la bronca y yo le eché huevos y lo vacilé.
Iban todos en plan sumiso y yo con la armadura completa, la
espada, y mis hijosdalgos armados. Trescientos, nada más y nada menos. Creo que el rey estaba que se cagaba un
poco en mí, y mi padre, que le besó
la mano y me obligó a mí a hacerlo pero yo casi le saco la espada en un sentido
literal, nada de malpensar aquí.
Sí, cagado estaba,
de miedo, en cuanto me vio con esa actitud de cani de barrio marcando
territorio. Tampoco quería llevarme mal con él, así que sí que cedí en una cosita.
-¿Se puede saber en qué cedió?
-Claro que sí. Me casé con Jimena, la hija
del conde Lozano. Un matrimonio concertado como
otro cualquiera. Lo normal por esos años. ¿Y sabéis qué? Que fui un marido del
carajo, o al menos eso dicen los
romances. La realidad ya la dejo a vuestra interpretación. Como buen cristiano y futuro padre de familia,
tuve que poner de mi parte para restaurar su honra. Jimena le dio un discurso al rey y lo convenció para eso. La
pobre estaba huérfana, y yo gané muchísima
fama. Acabó bien para los dos. Es el mercado, amigos. Fue mi primera hazaña y mi nombre ya empezaba a resonar. Después
de eso hice algunas correrías contra los moros… y fin. Ya me gané epítetos como Rodrigo el Castellano y cosas así. El rey Fernando es que era un cagado.
Con mis conquistas ya me fui
ganando su amistad otra vez, aunque para mí que me miró de reojo siempre. Que si Extremadura, que si Calahorra…
estaba explotado, igual que Babieca,
el pobre. Luego estaba Doña Urraca, la infanta del rey, que me puteó bastante, aunque esa historia quizá no importe
tanto.
-Aun así, ¿por qué no nos la cuenta un poco?
-Claro que sí. Esta va por encimilla, porque me gusta menos.
Primero quité el cerco a Coimbra y la conquisté
decapitando a otro moro. Luego fui para Zamora, donde me recompensaron bastante y me gané más fama
aún. Cosillas normales. Que si ver a reyes, que si no sé qué historia del Papa de Roma, que si Fernando se muere
y lo sucede el rey Sancho… Ahí se
termina la primera parte de mi romancero. La segunda va del reinado de Don
Sancho, que gobernaba Castilla y su hermano,
León. Los moros dando por culo, Doña Urraca llorando, los reyes con sus cosas. Yo
estaba metido en todo ese follón conquistando sitios. Aquí mandaba el más fuerte, chicos. Y para qué mentir, el rey de
la selva era yo, solo que a veces no
todo lo que quería porque aunque me duela admitirlo, era un vasallo. Hoy en día
se dice mercenario, creo. Iba
cortando cabezas para quien que me pagara. Un salaryman de la Edad Media un poquito sobreexplotado y sin
vacaciones pagadas. Que si el cerco a Zamora,
que si historias de traiciones y desengaños… Es eso, todo un follón y yo
enmedio. Salí vivo de allí de
milagro. Don Sancho, por desgracia, no. Coronaron a Alfonso VI el bravo como rey… y más jaleos, uno detrás de otro.
-Esta parte parece un poco más aburrida, ¿no
cree?
-Pues
sí, tiene razón, Risto. Pero ya que sale en el romancero, quería contarla
aunque sea un poquito.
-Tiene pinta de que tampoco
se hace mucho hincapié en ella en las clases de literatura medieval, que el tiempo es limitado y que
se va al Cantar directamente.
-¿Hablo del Cantar?
-Claro que sí,
estamos encantados de escucharle, Don Rodrigo.
-Cuando
la gente habla del Cantar se dan por hechas muchas cosas. Por eso os he querido contar un poco lo de antes. Porque la
gente lo escuchaba y ya sabía de lo que iba. No es algo aislado, ¿me entendéis? Es que la gente se lo lee out of
context, y así no se puede.
-Lo entendemos. Continúe, por favor.
***
-¡Ah!
¡Qué emoción! ¡Por fin van a hablar del Cantar! ¡Qué maravilla de entrevista,
por fin veremos valores patrióticos
de verdad!
-Me alegro de que estés disfrutando de esa
manera, Arturo.
-¡Y
tanto! Espero que no me decepcione hablando de una España que ni siquiera
existía como tal en aquel momento,
desprovista de una moral unificada y rigiéndose siempre por la ley del más fuerte. No, eso no puede ser. Y si es
así, me da igual. Podré manipular un poco igual que lo hacen los indepes con la historia de Cataluña. Hahaha, nadie
se resistirá a mi nueva novela.
***
-Resulta que ser el puto amo ofende mucho a la gente. Tantos éxitos en batalla y mi comportamiento de gallito en época de celo cabreó al rey y a muchos nobles. Así que decidieron ir a por mí, me quisieron
censurar porque les estorbaba, como buena práctica antigua que es y que espero que se haya pasado de moda. Eso me dolió en lo más hondo de
mi corazoncito. Me quitaron mis posesiones y me desterraron. Me
desterraron después de tanta apología
al feudalismo. ¿Cómo pudo ser eso? Estaba tan mal que lloré no una, sino dos veces.
Y de masculinidad frágil
nada, que aquí nadie tiene más pelo en el pecho que yo.
-No le ponemos en duda, Don Rodrigo.
-En aquel entonces ya me había ganado el apodo de Campeador por hacer la guerra tantas veces en tantos sitios y por salir siempre victorioso. Mi honra y mi honor estaban intactos hasta aquel momento, cuando me cogieron tirria. No sé qué de que me quedé unos tributos que no me debería haber quedado cuando hice unas conquistas por el sur. Era mentira todo, por supuesto. Lo de las denuncias falsas es una cosa atemporal. Eso y el descrédito institucional. ¿Que me quieren quitar la honra? Pues la recupero. Tuve que actuar, no me quedaba otra. Era muy querido por la gente de la calle y me despidieron con lloros. Fue un momento muy triste. Apenas me acogían para dormir en las posadas porque el rey ya se había chivado y pensaba castigar al que lo hiciera. Me salvé gracias a una niñita y a hacer amigos (un tal Martín Antolínez) para engañar a los judíos con unos sacos de arena y sacar bastante dinero para poder conquistar. Hacer esos chanchullos me salvó, así que no me siento culpable. El rey estaba deseando que me fuera de allí y me largué. Dejé en un convento a Jimena y a mis hijas Doña Elvira y Doña Sol, que es super sencillo hacer rimas con ellos, y marché a someter y dominar territorios por ahí, como en un rpg. El boss con la armadura y la espada de nivel 100, ese era yo.
-Marchó a Valencia,
¿no es así?
-Sí, así es. A Valencia que me fui con mi Babieca. Mira cómo relincha
ahora que lo mencionamos.
Si es que está feliz, le he dado alfalfa del Corte Inglés… Eso, que mis hazañas más importantes fueron probablemente allí.
Primero tomé la plaza de Castejón (que luego le vendí a los moros porque no me convenía), luego unos cuantos
valles más y al final eché por patas
al Conde de Barcelona, que no era un reino independiente. Capturé al Conde y a
un puñado de nobles. Luego los
liberé, para que veáis que no todo era sangre y destrucción. Y no es por odio a los moros ni nada. Ya está
visto que he atravesado con mi espada a más de un cristiano. Había un moro que me ayudaba,
ay, cómo se llamaba… ¡Ah! ¡Si está en el público!
¡Hola, amigo, encantado de verte de nuevo!
-Si quiere,
podemos dejarle decir unas palabras.
-No
no, da igual, mejor sigo con la historia, que creo que es lo que más os
interesa. Después de mucho asedio
conquisté Valencia y creé mi propio señorío allí. Iba recuperando el honor poco a poco, como debe ser. Pude traerme a
mi familia a Valencia, poco antes de una batalla muy sangrienta donde rodaron unas cuantas cabezas. Fue tan
importante que pude ganarme el perdón del rey, por fin. Pensaba que nada malo
podía pasarme.
-Hasta que le pasó.
-Sí,
así es. Por si no fuera poco que yo tuviera que recuperar mi honor… ¡Ahora
deshonraron a mis hijas, Doña Elvira
y Doña Sol! ¡Serán hijos de puta los infantes de Carrión! El rey me obligó a casarlas con ellos. Mucho banquete y mucho
perdón público, sí, pero a mí ese matrimonio
no me hacía ni puñetera gracia. Y a Jimena no lo sé porque nadie le preguntó ni nos importaba su opinión. Mis hijas se casaron con los infantes
allí en Valencia y aparentemente todo fue normal, hasta que
se lió parda. Un león se escapó y lo devolví a su jaula sin que me temblara ni un pelo, no como los infantes, que
fueron unos cobardes. Luego me
traicionaron, me robaron y me humillaron. Yo los perseguí, y fui conquistando
por el camino, como buen Campeador
que soy. Además, en aquel momento era un padre muy muy cabreado por encima de vasallo y trabajador a sueldo. Que
violaran y maltrataran a mis hijas no
me hizo gracia, como comprenderéis. No es nada divertido, y no es que hubiera
disponible una unidad contra la violencia de género a la que poder llamar.
-Sí, por lo que vemos, fue una agresión
cometida por hombres blancos heterosexuales.
-Sí bueno, eso da igual. Aunque hubieran sido moros. Meterse
con mis hijas tiene consecuencias. Es el honor y la honra de
la familia entera. Fui hasta Toledo, hasta la corte, a pedirles armas y la dote de la boda de mis hijas. El matrimonio
se disolvió allí mismo, me da igual
que no existiera el divorcio. Ellos no tenían dinero… y me dieron patrimonio.
Volví a Valencia y mis dos caballeros
de confianza se cargaron a los infantes. Cómo decirlo… se creían mierda y no llegaban ni a peo. Es
que no me molesté ni en ir, ni se lo merecían. Mis subordinados lo hicieron muy bien y los recompensé debidamente.
Recuperé la honra de mis hijas y la
mía, terminé bien con el rey. Casé a mis hijas con los príncipes de Navarra y
de Aragón, que tienen más caché que los infantes
y no buscaban venganza. Ascendimos socialmente, me volví a mi casa y el Cantar tuvo un final feliz.
-Me alegro de que al menos la historia
acabara bien.
-Por
supuesto que sí. ¿Que hice actos de una moral cuestionable y puse la honra por
encima de todo lo demás? Pues
sí, lo admito. Las cosas funcionaban de otra manera y la cortesía tenía otras reglas, no las de Grice ni
Leech ni ninguno de esos. Fui cruel, maté o humillé a todo lo que se me pasaba por delante. No sé si a los curas les
gustaría, pero yo era un héroe. Tenía fama y posesiones, después de todo. Seguro
que los héroes de vuestra época son iguales.
Mafia los llamáis, ¿no?
-Sí, las mafias, la piedad filial y cosas
así.
-Pues
eso. Conquistaba y mataba para ganar poder, honrar a mi familia y recuperar mi
estatus social. La unidad de España
me importaba un carajo. España no existía, y los moros y los cristianos eran la misma mierda, unos un
poquito más morenos que otros.
-Aún así, sabemos
que su historia no acaba con el Cantar. Nos queda poco tiempo
de entrevista. ¿Puede contarnos lo
que falta?
-Claro que sí, yo encantado. No es mucho. Un tiempo después, morí por
heridas de guerra. Vino el Apóstol a
verme porque fui un buen cristiano. Mis compañeros me ataron a unas maderas
y me montaron en Babieca con la espada encima. Tuve que
participar en unas cuantas batallas
más contra los moros. Los aterrorizaba porque parecía que estaba vivo y
se ve que las gané todas. Obviamente, eso yo ya no lo vi. Los romances lo cuentan así, nada más. Matando moros
hasta muerto, anda que ya me vale. Como si me hubieran puesto una rata en la cabeza que me manejara el cotarro, igual. Luego me llevaron
a una tumba, por fin, y la leyenda y los romances hicieron el
resto.
-Creo que estamos todos
impresionados después de escuchar esta historia. Ha habido parte del
público, las del sector feminista, protestando por la falta de protagonismo de
Jimena y su falta de empoderamiento.
-¿Empoqué? Si Jimena tenía más coraje que los infantes de Carrión, los
hijos de puta. Tiene unos monólogos
por ahí en el romancero más bonitos que los pelos azules de los sobacos de esas señoras.
-También he oído que le acusan de maltrato animal
hacia Babieca.
-¿Con
lo tranquilito que está? Babieca comía la mejor alfalfa del reino de Castilla.
¡Para abuso el que les hicieron a mis
hijas esos cobardicas! ¡Seguro que la tenían pequeña!
-Bueno bueno, no se altere.
En realidad me desespera un poco que esta entrevista esté emitiéndose en directo y no podamos hacer
los recortes pertinentes… Don Rodrigo, ¿tiene
alguna cosa más que añadir?
-Pues no lo sé. Agradezco mucho este espacio de conversación y mi
inclusión como líder de gimnasio en Pokémon Iberia. El honor está por encima de todo, y no he perdido ni un
ápice de él a lo largo de los años,
excepto por usarme como símbolo de cosas que no soy. Si hacéis alguna adaptación televisiva sobre mi
vida, por favor, no escojáis a ningún actor chino, ni moro, ni japonés, ni ruso ni vietnamita. Vendré personalmente
con Babieca a retar a un duelo a
quien sea y recuperaré mi honra las veces que haga falta. ¡Y no le hagáis nada
a mis hijas ni a Jimena!
-Entonces... muchísimas gracias por acceder y aclarar algunos detalles
muy malentendidos de su vida y de
sus hazañas como personaje literario. Cuando quiera, puede marcharse, y que pase el siguiente, que hoy toca grabar
varios programas del tirón… esto sí que es abuso y no conquistar Valencia…
-Un saludo a todos ustedes. Vámonos, Babieca, te has portado muy
bien.
-Gracias,
gracias… ¡¿Eh?! ¡Por qué Sancho ha venido montado en un burro y el otro viene directamente a por mí con la lanza..! ¡CORTEN! ¡CORTEN!
***
-Arturo, ya se ha puesto la pantalla en negro. Parece que han tenido
problemas técnicos y que parte del público iba a echarse
encima de la otra e iban a montar una batalla por la reconquista del plató allí mismo.
-Sí, es muy triste…
-¿Por qué lloras?
-No
sé si voy a ser capaz de escribir la novela después de esto. No va a ser una
superventas. Se me ha caído un héroe
y el malparido de Risto no puede censurar nada porque fue en directo. ¡La gente se va a dar cuenta de
nuestra mentira! ¡Tengo que llamar a la RAE ya
mismo! Pásame el teléfono rojo.
-Arturo, es la quinta vez hoy que tengo que
darte el teléfono rojo.
-¡Me da igual! ¡Tráemelo, o berreo más!
-Ay Arturo… Piensa que siempre quedará Don Pelayo o Don Quijote
o Alfonso X el Sabio o los Reyes Católicos.
-Sí, es verdad… ¡A ver si el Risto se atreve a llevar la próxima vez a Largo
Caballero, a que les
desmonte sus propios mitos de bienestar y progresismo..!
-Anda, Arturo, ya pondremos la entrevista a Don Quijote la semana que viene.
Todo irá bien y seguiremos haciendo justicia desde Twitter.
-Sí, ¡y
el Cid ya no me gusta!