Pensando de nuevo en alumnos de filología hispánica que busquen referentes para llevar a cabo un comentario de texto, traigo aquí otro trabajo de ese tipo realizado por uno de mis alumnos, Nasir Alfonso Akram Soler. Bajo mi criterio, cumple con todo lo que en la universidad se debe exigir con respecto a actividades de este tipo. En este caso, es del poema de Quevedo titulado "A Roma sepultada en sus ruinas".
A
Roma sepultada en sus ruinas
Buscas
en Roma a Roma, joh, peregrino!,
y
en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver
son las que ostentó murallas,
y
tumba de sí proprio el Aventino.
Yace
donde reinaba el Palatino;
y
limadas del tiempo, las medallas
más
se muestran destrozo a las batallas
de
las edades que blasón latino.
Sólo
el Tibre quedó, cuya corriente,
si
ciudad la regó, ya, sepoltura,
la
llora con funesto son doliente.
iOh,
Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó
lo que era firme, y solamente
lo
fugitivo permanece y dura.
Este
soneto pertenece al escritor madrileño Francisco de Quevedo, autor insigne del
Barroco español y máximo exponente de la escuela literaria conceptista. Se
desconoce la fecha de su elaboración con exactitud, pues fue publicado de forma
inédita tras la muerte del poeta, en la edición El Parnaso español, monte en dos cumbres
dividido, con las nueve Musas del año 1648, de la mano del humanista José Antonio González de Salas,
al cual le fue encomendado recopilar los poemas de
Quevedo. Se trata de una composición paradigmática en la que se reflejan a la
perfección tanto las características propias de su convulsa generación
literaria, el Barroco, como las del mismo poeta y la tendencia conceptista a la
cual representa.
El
tema principal del poema es uno de corte moral y muy recurrente en la época: la
fugacidad de los bienes materiales y el inexorable paso del tiempo. Para
abarcar dicho tema, además, se acude a otro tópico indudablemente barroco: la
contemplación de ruinas, las de Roma en este caso.
Como
ya se apuntó inicialmente, se trata de un soneto, composición poética utilizada
ampliamente en España desde el siglo XVI y su popularización por parte de
Garcilaso de la Vega. Como tal, su estructura se basa en dos cuartetos seguidos
de dos tercetos, todos en versos endecasílabos y con rima consonante. Sus
versos se distribuirían siguiendo este esquema métrico: ABBA/ABBA/CDC/DCD. En
cuanto a su estructura interna, el poema se podría dividir en dos núcleos
temáticos. El primero abarcaría los dos cuartetos y el primer terceto. En este,
la voz poética se dirige a un peregrino, y relata la contemplación de
las ruinas de Roma, rememorando su glorioso pasado histórico. En la segunda
parte, consistente en el último terceto, el poema redirige su voz hacia la
ciudad misma de Roma, a la cual dedica su reflexión moral conclusiva.
El
estatus de este poema como modelo de los rasgos barrocos, quevedescos y
conceptistas es de fácil demostración. Para ello, se someterán sus versos a un
análisis profundo.
Los
dos primeros versos funcionan como introducción al soneto. Son, además,
fundamentales para su desarrollo. Mediante la dilogía, presentada en forma de
juego de palabras, de en Roma, referido a la ciudad, y a Roma,
que remite al pasado histórico de la Roma imperial; se establece una
contraposición que se mantendrá a lo largo de todo el poema. Se enfrentan la
visión de la Roma actual, arruinada y decaída por la acción del tiempo, con la
de la Roma del Imperio Romano, en la cúspide de su gloria terrenal. Este
contraste se verá reforzado por la antítesis de los vocablos buscas y no
la hallas. En estos dos primeros versos, también se realiza la primera
apelación mediante exclamaciones (joh, ¡peregrino!), que vertebrará la
primera parte del poema y funcionará como pretexto para enumerar las pasadas
glorias de la ciudad milenaria. Tras esto, los dos siguientes versos que
cierran el primer cuarteto comenzarán a enunciar las razones que explican la
afirmación inicial, en Roma misma a Roma no la hallas. La Roma imperial
que ostentó murallas, ya es solo un cadáver y el Aventino es
tumba de sí proprio. Destaca, de nuevo, la antítesis léxica que se mantiene
entre murallas y cadáver, así como entre tumba y Aventino.
En esta instancia, la oposición se ve reforzada por la antítesis de las formas
verbales de presente (son) y pretérito (ostentó), ligadas a la
Roma en ruinas y a la imperial, respectivamente.
Posteriormente,
en el segundo cuarteto se continúan enumerando las pasadas cualidades de la
Roma imperial, contrastándolas con las ruinas de la Roma actual. Se siguen
sucediendo las antítesis léxicas y de presente con pretérito en yace,
opuesto a reinaba. La expresión limadas del tiempo, referidas a
las actuales medallas, refuerza aún más la ya presente idea del desgaste
sufrido por el tiempo, enunciada con la elegante metáfora batallas de las
edades.
El
primer terceto funciona como la conclusión de las enumeraciones anteriores. Se
realza la idea de que lo único que quedó de Roma fue el río Tíber con el
adverbio sólo junto a un hipérbaton. Además, siguiendo la estructura
bimembre utilizada hasta ahora, se establece la antítesis definitiva del poema:
regó y ciudad con llora y sepultura. El Tíber,
antiguo símbolo y dador de vida de la Ciudad Eterna, sobrevive a esta última y
lamenta su pérdida, transformando sus aguas, su corriente, en un
metafórico llanto constante.
Finalmente,
en el segundo terceto se realiza el cambio de voz. El poema pasa a evocar,
mediante una segunda apelación exclamativa, a una Roma imperial personificada.
A esta, introducida mediante una repetición enaltecedora de sus virtudes (en
tu grandeza, en tu hermosura), le dedica los dos últimos versos que
concluyen el poema en su totalidad. En ellos se revela la paradoja que envuelve
a toda la composición: lo firme, es decir, la ciudad misma con
toda su gloria pasada huyó; mientras que lo fugitivo, la mudanza
del tiempo, simbolizada en el continuo fluir de la corriente del Tíber, es lo
único que permanece. Así, formalmente mediante la acumulación de figuras
retóricas y temáticamente mediante la reflexión moral conclusiva, en este
último terceto se condensa todo el peso del poema. Cabe destacar también cómo
se mantiene, ahora más importante que nunca, la antítesis léxica y de formas
verbales entre huyó y permanece, así como firme y fugitivo.
La oposición entre la gloria pasada de Roma y su ruina actual es transportada
por la corriente del Tíber desde el inicio del soneto hasta su final, todo ello
envuelto en la paradoja de que esta misma fugitiva corriente, el tiempo,
es lo único certero. Salta también a la vista la fluidez sonora del último
verso, del cual se podría decir que emula las propiedades del Tíber.
Para
concluir el análisis estilístico, cabrían resaltar los rasgos que aparecen de
manera recurrente en el soneto. El campo semántico más utilizado es, sin lugar
a duda, el de la Ciudad Eterna: Aventino, Palatino, Tibre,
Roma. No sorprende, pues, en un poema dedicado a esta. Más interesantes
son los campos de lo funerario (cadáver, tumba, yace, sepoltura,
funesto) y lo mudable (peregrino, corriente, huyó, fugitivo),
que nos remiten a la antítesis entre el cadáver de las ruinas de Roma y
la corriente del Tíber, símbolo del paso del tiempo. También se pueden
encontrar figuras repetitivas, como la recurrencia de en tu grandeza, en tu
hermosura o el quiasmo de los dos primeros versos. Dichos tipos de figuras
son empleadas extensivamente por Quevedo y el conceptismo, así como también lo
es el hipérbaton, encontrado a lo largo de todo el poema.
En
cuanto a la tradición intertextual de la composición, aparte de la literatura
de ruinas del Barroco y como señala la catedrática Beata Baczyńska (1996), se debería
destacar la influencia del poeta francés Joaquim Du Bellay, cuyo tercer soneto
de su obra Les Antiquités de Rome inspiró a Quevedo. También ha de
tenerse en cuenta que el poema de Bellay está basado, a su vez, en un epigrama latino
del renacentista italiano Janus Vitalis.
Como
conclusión, tras haber realizado el análisis de todos los rasgos pertinentes,
se puede afirmar de nuevo que este soneto no es sino el paradigma de un poema
barroco de Quevedo. Lo prueba su estructura métrica -en forma de soneto,
esquema muy usado en esta época, especialmente por Quevedo-, sus motivos -tempus
fugit, ruinas, incertidumbre barroca- y todos los rasgos estilísticos
observados a lo largo de la composición. El soneto es, además, un claro reflejo
de la faceta más humanística del poeta, el cual no pudo resistir cantar, como
muchos otros, a la Ciudad Eterna y su civilización.
Referencias
Baczyńska, B. (1996). Dos epitafios a Roma sepultada
en sus ruinas: un epigrama polaco de Mikolaj Sep Szarzynski y un soneto
español de Francisco de Quevedo. Scriptura (11), 31-42.