jueves, 25 de febrero de 2021

Contraste religioso entre El pirata de Colombia y Obispo, casado y rey

 


Queridos lectores, 


volviendo de nuevo sobre El pirata de Colombia y Obispo, casado y rey, en esta ocasión os traigo otro trabajo breve que compara estas dos novelas en uno de los asuntos sobre los que mayor contraste crean: la religión. El alumno en cuestión que lo ha llevado a cabo, Carlos Galán Merchán, logra dar cuenta ampliamente de hasta qué punto coexistieron sensibilidades religiosas diferentes en el Romanticismo español, desde el ateísmo más descreído hasta la religiosidad más exaltada. 


Podéis consultar el trabajo en cuestión haciendo clic aquí.


(En la imagen, grabado ficticio del capitán Gibbs, protagonista de El pirata de Colombia). 

El nacionalismo en El pirata de Colombia y Obispo, casado y rey

 


Queridos lectores, 


vuelvo a compartir, por considerarlo de mérito e interés, el trabajo de otro de mis alumnos, Pedro Carmona Sierra. Estamos, otra vez, ante una comparación breve de las novelas El pirata de Colombia y Obispo, casado y rey, pero en esta ocasión el elemento a comparar es el nacionalismo en ambas narrativas. Sus respectivos autores, López Soler y Fernández y González, tenían puntos de vista muy diferentes al respecto, y el contraste que ambos crean resulta bastante llamativo. De nuevo, considero valioso tal documento tanto para quienes quieran conocer más sobre estas dos novelas como para alumnos que busquen más referentes en los que apoyarse. 


El origen de los nacionalismos lo encontramos entre los siglos XVIII y XIX. En España, el  nacionalismo se presentó como algo muy progresista. Suponía que Dios abandonase el  lugar central en la sociedad y lo ocupase la patria. No obstante, esta idea se volvió  contra los liberales ya que los conservadores lo utilizaron para limitar las libertades.  Como el concepto de patria lleva consigo la idea de unidad entre todos aquellos que  pueblan un lugar, todo aquel que se saliese de la norma sería considerado un enemigo  del país.

Las novelas a las que nos referiremos son El pirata de Colombia de Ramón López Soler  y Obispo, casado y rey de Manuel Fernández y González. Ambos autores tienen ideas  dispares a lo que nacionalismo y patria se refiere y así lo reflejan en sus obras.

Comenzaremos por la obra de Ramón López Soler. La figura del pirata ha sido  ampliamente utilizada por autores románticos y su imaginario permanece a día de hoy  en nuestra cultura. En primer lugar, nos llama la atención que Roberto es  estadounidense, pero termina trabajando para Colombia. De aquí podemos sacar dos  conclusiones. La primera es que el autor no está interesado en hablar de España y así  reforzar la unidad de la nación, sino que elige a un pirata que vive en otro continente.  La segunda es que Roberto no siente fidelidad por su país, Estados Unidos, lo que va en  contra de la idea de nacionalismo y de patriotismo. Además, las muestras de  antinacionalismo están presentes por toda la obra.

López Soler conoce y admira la obra de Byron. El poeta inglés practicó un  romanticismo negativo. Según esta concepción, el ser humano está abandonado. Por  este motivo, Byron vive libremente y lleva una vida de excesos. Se podría decir que  lleva una vida individualista. Este individualismo y filosofía de Byron la encontramos en  el pirata Roberto. Tal vez el símbolo que mejor representa la idea de antinacionalismo  en la obra de López Soler sea la bandera negra del barco liderado por el protagonista.  Esta bandera simboliza insumisión a todas las naciones, un espíritu de rebeldía ante el  mundo que conduce al valor individual del ser. Roberto no quiere morir por ninguna  nación, para él los países y las leyes oprimen. La única forma de ser libre es vivir en el  mar, tripulando un barco que no atiende a más ley que la de su voluntad. Por si fuera  poco, el pirata muestra un satanismo que lo distancia aún más de la nación española,  que es la de López Soler. En el momento de su muerte, el protagonista no se acuerda  ni de Dios ni de su país; se acuerda de Matilde, su amada, algo terrenal. Pero va más  allá, López Soler glorifica la figura de Simón Bolívar, personaje odiado por el  nacionalismo español y que condujo a territorios americanos a la independencia. Tras  todo ello, es fácil afirmar el carácter antinacionalista y alejado de la idea de patria que  López Soler refleja en su novela El pirata de Colombia.

Todo lo contrario ocurre en la novela Obispo, casado y rey. Para comprender lo que en  ella se defiende es conveniente adentrarse en la vida de Fernández y González. Fue  hijo de un liberal a quien encarcelaron por enfrentarse al rey. Esta experiencia le hace  relacionar rebeldía con sufrimiento. Por este motivo, entre otros, el autor siente  inclinación hacia la monarquía absoluta, sistema que proporcionaría, según su punto  de vista, estabilidad y seguridad a España.

Así, Fernández y González retratará en esta novela a Ramiro II como una persona justa,  sensata y sabia. Toda la novela se basa en favorecer la imagen del rey que cortó la  cabeza a los nobles que se dedicaban a blasfemar sobre él. Todas las subtramas tienen  la función de que el lector odie a aquellos que conspiran contra el rey y así piensen que  Ramiro II decidió asesinarlos para hacer justicia.  

Fernández y González es un claro ejemplo de aquellos que convirtieron el nacionalismo  en un elemento conservador. El autor glorifica en esta obra todo lo que responde a los  ideales del nacionalismo español. El rey actúa continuamente por amor a la patria,  aunque en la Edad Media no existía el amor nacionalista. Utiliza este anacronismo para  reforzar al rey como una figura tradicionalmente justa y adecuada para gobernar un  país. Muy significativo es el momento en el que Ramiro dice que ama después de Dios  a su patria, fortaleciendo el catolicismo y la patria, dos pilares del nacionalismo  español.

Fernández y González fue un autor leído a lo largo y ancho del país. En sus novelas los  reyes siempre son justos y benévolos. Esto condujo a un reforzamiento de la identidad  nacional de los españoles y favoreció la imagen del rey y de la nación.

En conclusión, López Soler y Fernández y González tenían ideas contrarias en cuanto a  patria se refiere. A día de hoy, esta dicotomía sigue vigente y, por tanto, es muy  interesante prestar atención a estas obras y a estos autores para comprender mejor el  mundo actual.

El héroe romántico en El pirata de Colombia y Obispo, casado y rey



Queridos lectores, 


en esta ocasión me dispongo a compartir el trabajo de otra de mis alumnas, Laura Torres Chulián. Supone una breve, aunque interesante, comparación del paradigma del héroe romántico en dos novelas históricas españolas del XIX: El pirata de Colombia, de Ramón López Soler (1832) y Obispo, casado y rey, de Manuel Fernández y González (1850); dos autores, por cierto, con diferencias ideológicas abismales, pese a ser los dos novelistas pertenecientes a la etapa romántica. Dado que se tratan de autores casi olvidados ya, y de obras que apenas han sido estudiadas ni valoradas hasta el momento, considero que un trabajo como este tiene especial interés, por ofrecer más información sobre títulos prácticamente desconocidos, y por suponer también un referente a tener en cuenta para alumnos de filología que tengan que realizar actividades similares. Este trabajo, en concreto, ha sido calificado con una puntuación muy alta y puede prestarse perfectamente a ese propósito. 


Podéis consultarlo haciendo clic aquí . 


(En la imagen, retrato de Ramiro II el Monje, protagonista de Obispo, casado y rey). 

martes, 2 de febrero de 2021

Comentario de texto: A Roma sepultada en sus ruinas

 Pensando de nuevo en alumnos de filología hispánica que busquen referentes para llevar a cabo un comentario de texto, traigo aquí otro trabajo de ese tipo realizado por uno de mis alumnos, Nasir Alfonso Akram Soler. Bajo mi criterio, cumple con todo lo que en la universidad se debe exigir con respecto a actividades de este tipo. En este caso, es del poema de Quevedo titulado "A Roma sepultada en sus ruinas". 




A Roma sepultada en sus ruinas

 

Buscas en Roma a Roma, joh, peregrino!,

y en Roma misma a Roma no la hallas:

cadáver son las que ostentó murallas,

y tumba de sí proprio el Aventino.

 

Yace donde reinaba el Palatino;

y limadas del tiempo, las medallas

más se muestran destrozo a las batallas

de las edades que blasón latino.

 

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,

si ciudad la regó, ya, sepoltura,

la llora con funesto son doliente.

 

iOh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,

huyó lo que era firme, y solamente

lo fugitivo permanece y dura.

 

Este soneto pertenece al escritor madrileño Francisco de Quevedo, autor insigne del Barroco español y máximo exponente de la escuela literaria conceptista. Se desconoce la fecha de su elaboración con exactitud, pues fue publicado de forma inédita tras la muerte del poeta, en la edición El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve Musas del año 1648, de la mano del humanista José Antonio González de Salas, al cual le fue encomendado recopilar los poemas de Quevedo. Se trata de una composición paradigmática en la que se reflejan a la perfección tanto las características propias de su convulsa generación literaria, el Barroco, como las del mismo poeta y la tendencia conceptista a la cual representa.

 

El tema principal del poema es uno de corte moral y muy recurrente en la época: la fugacidad de los bienes materiales y el inexorable paso del tiempo. Para abarcar dicho tema, además, se acude a otro tópico indudablemente barroco: la contemplación de ruinas, las de Roma en este caso.

 

Como ya se apuntó inicialmente, se trata de un soneto, composición poética utilizada ampliamente en España desde el siglo XVI y su popularización por parte de Garcilaso de la Vega. Como tal, su estructura se basa en dos cuartetos seguidos de dos tercetos, todos en versos endecasílabos y con rima consonante. Sus versos se distribuirían siguiendo este esquema métrico: ABBA/ABBA/CDC/DCD. En cuanto a su estructura interna, el poema se podría dividir en dos núcleos temáticos. El primero abarcaría los dos cuartetos y el primer terceto. En este, la voz poética se dirige a un peregrino, y relata la contemplación de las ruinas de Roma, rememorando su glorioso pasado histórico. En la segunda parte, consistente en el último terceto, el poema redirige su voz hacia la ciudad misma de Roma, a la cual dedica su reflexión moral conclusiva.

 

El estatus de este poema como modelo de los rasgos barrocos, quevedescos y conceptistas es de fácil demostración. Para ello, se someterán sus versos a un análisis profundo.

 

Los dos primeros versos funcionan como introducción al soneto. Son, además, fundamentales para su desarrollo. Mediante la dilogía, presentada en forma de juego de palabras, de en Roma, referido a la ciudad, y a Roma, que remite al pasado histórico de la Roma imperial; se establece una contraposición que se mantendrá a lo largo de todo el poema. Se enfrentan la visión de la Roma actual, arruinada y decaída por la acción del tiempo, con la de la Roma del Imperio Romano, en la cúspide de su gloria terrenal. Este contraste se verá reforzado por la antítesis de los vocablos buscas y no la hallas. En estos dos primeros versos, también se realiza la primera apelación mediante exclamaciones (joh, ¡peregrino!), que vertebrará la primera parte del poema y funcionará como pretexto para enumerar las pasadas glorias de la ciudad milenaria. Tras esto, los dos siguientes versos que cierran el primer cuarteto comenzarán a enunciar las razones que explican la afirmación inicial, en Roma misma a Roma no la hallas. La Roma imperial que ostentó murallas, ya es solo un cadáver y el Aventino es tumba de sí proprio. Destaca, de nuevo, la antítesis léxica que se mantiene entre murallas y cadáver, así como entre tumba y Aventino. En esta instancia, la oposición se ve reforzada por la antítesis de las formas verbales de presente (son) y pretérito (ostentó), ligadas a la Roma en ruinas y a la imperial, respectivamente.

 

Posteriormente, en el segundo cuarteto se continúan enumerando las pasadas cualidades de la Roma imperial, contrastándolas con las ruinas de la Roma actual. Se siguen sucediendo las antítesis léxicas y de presente con pretérito en yace, opuesto a reinaba. La expresión limadas del tiempo, referidas a las actuales medallas, refuerza aún más la ya presente idea del desgaste sufrido por el tiempo, enunciada con la elegante metáfora batallas de las edades.

 

El primer terceto funciona como la conclusión de las enumeraciones anteriores. Se realza la idea de que lo único que quedó de Roma fue el río Tíber con el adverbio sólo junto a un hipérbaton. Además, siguiendo la estructura bimembre utilizada hasta ahora, se establece la antítesis definitiva del poema: regó y ciudad con llora y sepultura. El Tíber, antiguo símbolo y dador de vida de la Ciudad Eterna, sobrevive a esta última y lamenta su pérdida, transformando sus aguas, su corriente, en un metafórico llanto constante.

 

Finalmente, en el segundo terceto se realiza el cambio de voz. El poema pasa a evocar, mediante una segunda apelación exclamativa, a una Roma imperial personificada. A esta, introducida mediante una repetición enaltecedora de sus virtudes (en tu grandeza, en tu hermosura), le dedica los dos últimos versos que concluyen el poema en su totalidad. En ellos se revela la paradoja que envuelve a toda la composición: lo firme, es decir, la ciudad misma con toda su gloria pasada huyó; mientras que lo fugitivo, la mudanza del tiempo, simbolizada en el continuo fluir de la corriente del Tíber, es lo único que permanece. Así, formalmente mediante la acumulación de figuras retóricas y temáticamente mediante la reflexión moral conclusiva, en este último terceto se condensa todo el peso del poema. Cabe destacar también cómo se mantiene, ahora más importante que nunca, la antítesis léxica y de formas verbales entre huyó y permanece, así como firme y fugitivo. La oposición entre la gloria pasada de Roma y su ruina actual es transportada por la corriente del Tíber desde el inicio del soneto hasta su final, todo ello envuelto en la paradoja de que esta misma fugitiva corriente, el tiempo, es lo único certero. Salta también a la vista la fluidez sonora del último verso, del cual se podría decir que emula las propiedades del Tíber.

 

Para concluir el análisis estilístico, cabrían resaltar los rasgos que aparecen de manera recurrente en el soneto. El campo semántico más utilizado es, sin lugar a duda, el de la Ciudad Eterna: Aventino, Palatino, Tibre, Roma. No sorprende, pues, en un poema dedicado a esta. Más interesantes son los campos de lo funerario (cadáver, tumba, yace, sepoltura, funesto) y lo mudable (peregrino, corriente, huyó, fugitivo), que nos remiten a la antítesis entre el cadáver de las ruinas de Roma y la corriente del Tíber, símbolo del paso del tiempo. También se pueden encontrar figuras repetitivas, como la recurrencia de en tu grandeza, en tu hermosura o el quiasmo de los dos primeros versos. Dichos tipos de figuras son empleadas extensivamente por Quevedo y el conceptismo, así como también lo es el hipérbaton, encontrado a lo largo de todo el poema.

 

En cuanto a la tradición intertextual de la composición, aparte de la literatura de ruinas del Barroco y como señala la catedrática Beata Baczyńska (1996), se debería destacar la influencia del poeta francés Joaquim Du Bellay, cuyo tercer soneto de su obra Les Antiquités de Rome inspiró a Quevedo. También ha de tenerse en cuenta que el poema de Bellay está basado, a su vez, en un epigrama latino del renacentista italiano Janus Vitalis.

 

Como conclusión, tras haber realizado el análisis de todos los rasgos pertinentes, se puede afirmar de nuevo que este soneto no es sino el paradigma de un poema barroco de Quevedo. Lo prueba su estructura métrica -en forma de soneto, esquema muy usado en esta época, especialmente por Quevedo-, sus motivos -tempus fugit, ruinas, incertidumbre barroca- y todos los rasgos estilísticos observados a lo largo de la composición. El soneto es, además, un claro reflejo de la faceta más humanística del poeta, el cual no pudo resistir cantar, como muchos otros, a la Ciudad Eterna y su civilización.

 

Referencias

 

Baczyńska, B. (1996). Dos epitafios a Roma sepultada en sus ruinas: un epigrama polaco de Mikolaj Sep Szarzynski y un soneto español de Francisco de Quevedo. Scriptura (11), 31-42.

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